Volver a Empezar: Un Giro Inesperado

Volver a Empezar: Un Giro Inesperado

Gavin

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Capítulo

Elena se despertó en la mañana de su boda, con el sol iluminando el vestido blanco. Pero mi corazón, mi alma, gritaban que algo andaba mal, que esta vida, este amor, era una mentira que duró diez años. Mi prometido, Ricardo, me preguntó si estaba pálida por los nervios, sin saber que mi palidez era el shock de un recuerdo: el de una vida donde él era mi esposo, y yo, en secreto, anhelaba a Mateo, el mariachi. Esa vida terminó con un camión, la lluvia, y yo empujando a Ricardo para salvarlo, sacrificando mi propia vida por el hombre al que había culpado de mi infelicidad. Ahora, ¡estaba de vuelta! Con la fecha en mi celular confirmando el milagro y la tragedia. "No puedo casarme contigo, Ricardo" , le dije, su mirada de confusión y dolor clavándose en mí. Corrí a buscar a Mateo, mi supuesto gran amor, solo para encontrarlo superficial, narcisista, coqueteando con otra. La humillación me quemó las mejillas, el corazón se me hizo añicos al darme cuenta de que había sacrificado un amor verdadero por una ilusión barata. Pero entonces, Ricardo apareció, ofreciendo ir a ver las Perseidas, un viejo sueño mío, después de que yo le destrocé el día de su boda. No era rabia, ni reproche, solo una bondad inmerecida que me confundió hasta el alma. Sin embargo, el destino, o la costumbre, golpeó de nuevo: una "emergencia" de trabajo lo llamó, dejándome sola, con la promesa de una noche estrellada rota. Cuando le pregunté por el accidente de Mateo, él, ciego de dolor y resentimiento, me acusó de haberlo provocado, de querer "deshacerme de cualquiera que se interpusiera en mi camino" . "Esto es tu culpa, Elena" , me gritó, "¡Siempre quisiste deshacerte de cualquiera que se interpusiera en tu camino! ¡Lo que le pasó a Mateo es por tu culpa!" . En el hospital, me obligó a donar sangre para Mateo. Dos unidades. Mi cuerpo se rindió. Caí inconsciente, sintiéndome la villana de una historia donde mi sacrificio era invisible, donde él seguía viéndome como la culpable. Al despertar, me dijo que Mateo estaba bien, pero sus palabras seguían cargadas de reproche. Fue entonces cuando lo supe: mi misión era liberarlo, no atarlo. Elegí el adiós. Así que me fui. A España. A construir mi sueño. Pero mi partida dejó a Ricardo devastado. Él, al borde de la locura, lo perdió todo. Pensó que me había perdido para siempre. Pero un giro del destino, un "pequeño" error en el hospital, reveló no solo que Elena estaba viva, sino también la verdad sobre la persona que Ricardo tanto había defendido. ¿Descubriría Ricardo la traición de la que había sido víctima? ¿Y entendería, finalmente, el amor y el sacrificio de Elena?

Introducción

Elena se despertó en la mañana de su boda, con el sol iluminando el vestido blanco.

Pero mi corazón, mi alma, gritaban que algo andaba mal, que esta vida, este amor, era una mentira que duró diez años.

Mi prometido, Ricardo, me preguntó si estaba pálida por los nervios, sin saber que mi palidez era el shock de un recuerdo: el de una vida donde él era mi esposo, y yo, en secreto, anhelaba a Mateo, el mariachi.

Esa vida terminó con un camión, la lluvia, y yo empujando a Ricardo para salvarlo, sacrificando mi propia vida por el hombre al que había culpado de mi infelicidad.

Ahora, ¡estaba de vuelta! Con la fecha en mi celular confirmando el milagro y la tragedia.

"No puedo casarme contigo, Ricardo" , le dije, su mirada de confusión y dolor clavándose en mí.

Corrí a buscar a Mateo, mi supuesto gran amor, solo para encontrarlo superficial, narcisista, coqueteando con otra.

La humillación me quemó las mejillas, el corazón se me hizo añicos al darme cuenta de que había sacrificado un amor verdadero por una ilusión barata.

Pero entonces, Ricardo apareció, ofreciendo ir a ver las Perseidas, un viejo sueño mío, después de que yo le destrocé el día de su boda.

No era rabia, ni reproche, solo una bondad inmerecida que me confundió hasta el alma.

Sin embargo, el destino, o la costumbre, golpeó de nuevo: una "emergencia" de trabajo lo llamó, dejándome sola, con la promesa de una noche estrellada rota.

Cuando le pregunté por el accidente de Mateo, él, ciego de dolor y resentimiento, me acusó de haberlo provocado, de querer "deshacerme de cualquiera que se interpusiera en mi camino" .

"Esto es tu culpa, Elena" , me gritó, "¡Siempre quisiste deshacerte de cualquiera que se interpusiera en tu camino! ¡Lo que le pasó a Mateo es por tu culpa!" .

En el hospital, me obligó a donar sangre para Mateo. Dos unidades. Mi cuerpo se rindió.

Caí inconsciente, sintiéndome la villana de una historia donde mi sacrificio era invisible, donde él seguía viéndome como la culpable.

Al despertar, me dijo que Mateo estaba bien, pero sus palabras seguían cargadas de reproche.

Fue entonces cuando lo supe: mi misión era liberarlo, no atarlo. Elegí el adiós.

Así que me fui. A España. A construir mi sueño. Pero mi partida dejó a Ricardo devastado.

Él, al borde de la locura, lo perdió todo. Pensó que me había perdido para siempre.

Pero un giro del destino, un "pequeño" error en el hospital, reveló no solo que Elena estaba viva, sino también la verdad sobre la persona que Ricardo tanto había defendido.

¿Descubriría Ricardo la traición de la que había sido víctima? ¿Y entendería, finalmente, el amor y el sacrificio de Elena?

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Siempre creí que mi vida con Ricardo De la Vega era un idilio. Él, mi tutor tras la muerte de mis padres, era mi protector, mi confidente, mi primer y secreto amor. Yo, una muchacha ingenua, estaba ciega de agradecimiento y devoción hacia el hombre que me había acogido en su hacienda tequilera en Jalisco. Esa dulzura se convirtió en veneno el día que me pidió lo impensable: donar un riñón para Isabela Montenegro, el amor de su vida que reaparecía en nuestras vidas gravemente enferma. Mi negativa, impulsada por el miedo y la traición ante su frialdad hacia mí, desató mi propio infierno: él me culpó de la muerte de Isabela, filtró mis diarios y cartas íntimas a la prensa, convirtiéndome en el hazmerreír de la alta sociedad. Luego, me despojó de mi herencia, me acusó falsamente de robo. Pero lo peor fue el día de mi cumpleaños, cuando me drogó, permitió que unos matones me golpearan brutalmente y abusaran de mí ante sus propios ojos, antes de herirme gravemente con un machete. "Esto es por Isabela", susurró, mientras me dejaba morir. El dolor físico no era nada comparado con la humillación y el horror de su indiferencia. ¿Cómo pudo un hombre al que amé tanto, que juró cuidarme, convertirme en su monstruo particular, en la víctima de su más cruel venganza? La pregunta me quemaba el alma. Pero el destino me dio una segunda oportunidad. Desperté, confundida, de nuevo en el hospital. ¡Había regresado! Estaba en el día exacto en que Ricardo me suplicó el riñón. Ya no era la ingenua Sofía; el trauma vivido había forjado en mí una frialdad calculada. "Acepto", le dije, mi voz inquebrantable, mientras planeaba mi escape y mi nueva vida lejos de ese infierno.

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