La Hija Que No Vio

La Hija Que No Vio

Gavin

5.0
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Capítulo

Amé a Máximo Castillo durante diez años, un amor silencioso que solo mi padre conocía. Él, un magnate hotelero retirado, desesperado por mi sufrimiento, organizó una trampa hace cuatro años. Drogó a Máximo y lo guio a mi habitación de hotel, de donde nacieron nuestro matrimonio forzado y nuestra hija, Sofía. Para él, fui un error; para mí, un sueño imposible, aunque nacido de una mentira. Él cumplió su deber, pero nunca nos dio su corazón, reservando todo su afecto para su exnovia, Sabrina, y la hija de ella, Isabella. Cuando Sofía corrió a abrazarlo en el aeropuerto, después de tres años de ausencia de Máximo, él ni siquiera la miró, solo ajustó la maleta de Sabrina. Su afecto estaba reservado para otra, mientras nosotras éramos invisibles sombras en nuestra propia casa. Sofía bailó con el corazón roto en su recital porque la silla de su padre estaba vacía. Esa misma noche, vi fotos de Máximo aplaudiendo sonriente a Isabella en un evento similar, llamándola "su heroína". Luego, Máximo me pidió que me llevara a Sofía de casa porque a Isabella "le molestaba" vernos. La gota que colmó el vaso llegó en su cumpleaños, cuando Isabella rompió el abanico que Sofía le había hecho con tanto amor y la llamó "bastarda". Máximo defendió a Isabella, culpándome a mí, mirándome con desprecio. Esa noche, sentada frente a él, dije la frase que había tardado años en pronunciar: "Quiero el divorcio" . Él se burló, creyendo que jamás me atrevería a dejarlo. Pero entonces vi un video en redes sociales: Máximo sonriendo, diciendo que su momento más feliz fue con Sabrina e Isabella en Dubái. Mi última esperanza, esa tonta brasa en mi corazón, se extinguió, dejándome vacía. La verdad desnuda me golpeó, ¿Cómo pude estar tan ciega? Días después, Sofía cayó en la academia de baile, apenas respirando, producto de su asma. Llamé a Máximo desde urgencias, mi hija palidecía mientras me decía que todos los especialistas estaban con Isabella, quien había tenido una "reacción alérgica grave". Máximo, al otro lado de la línea, me acusó: "Deja de inventar enfermedades para competir por mi atención". ¿Mi propia hija moribunda y su padre me acusaba de mentir? Esa fue la última vez que acepté ese desprecio. En ese instante, supe que era hora de liberarnos para siempre.

Introducción

Amé a Máximo Castillo durante diez años, un amor silencioso que solo mi padre conocía.

Él, un magnate hotelero retirado, desesperado por mi sufrimiento, organizó una trampa hace cuatro años.

Drogó a Máximo y lo guio a mi habitación de hotel, de donde nacieron nuestro matrimonio forzado y nuestra hija, Sofía.

Para él, fui un error; para mí, un sueño imposible, aunque nacido de una mentira.

Él cumplió su deber, pero nunca nos dio su corazón, reservando todo su afecto para su exnovia, Sabrina, y la hija de ella, Isabella.

Cuando Sofía corrió a abrazarlo en el aeropuerto, después de tres años de ausencia de Máximo, él ni siquiera la miró, solo ajustó la maleta de Sabrina.

Su afecto estaba reservado para otra, mientras nosotras éramos invisibles sombras en nuestra propia casa.

Sofía bailó con el corazón roto en su recital porque la silla de su padre estaba vacía.

Esa misma noche, vi fotos de Máximo aplaudiendo sonriente a Isabella en un evento similar, llamándola "su heroína".

Luego, Máximo me pidió que me llevara a Sofía de casa porque a Isabella "le molestaba" vernos.

La gota que colmó el vaso llegó en su cumpleaños, cuando Isabella rompió el abanico que Sofía le había hecho con tanto amor y la llamó "bastarda".

Máximo defendió a Isabella, culpándome a mí, mirándome con desprecio.

Esa noche, sentada frente a él, dije la frase que había tardado años en pronunciar: "Quiero el divorcio" .

Él se burló, creyendo que jamás me atrevería a dejarlo.

Pero entonces vi un video en redes sociales: Máximo sonriendo, diciendo que su momento más feliz fue con Sabrina e Isabella en Dubái.

Mi última esperanza, esa tonta brasa en mi corazón, se extinguió, dejándome vacía.

La verdad desnuda me golpeó, ¿Cómo pude estar tan ciega?

Días después, Sofía cayó en la academia de baile, apenas respirando, producto de su asma.

Llamé a Máximo desde urgencias, mi hija palidecía mientras me decía que todos los especialistas estaban con Isabella, quien había tenido una "reacción alérgica grave".

Máximo, al otro lado de la línea, me acusó: "Deja de inventar enfermedades para competir por mi atención".

¿Mi propia hija moribunda y su padre me acusaba de mentir?

Esa fue la última vez que acepté ese desprecio.

En ese instante, supe que era hora de liberarnos para siempre.

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Tres años, toda una vida entregada a él. Sofía, yo fui la tonta que usó hasta el último centavo para rescatar a mi Mateo de la ruina, creyendo en su amor, en sus promesas. Día y noche, mi cuerpo y mi alma cuidaron a sus padres enfermos, soportando humillaciones que nadie más vio. Sacrifiqué mi primer embarazo, mi salud, todo por su "carrera", para que él, el gran Mateo, pudiera levantarse de las cenizas. Pero hoy, mi mundo se hizo pedazos. Justo frente a mí, mi esposo Mateo sostenía a otra mujer, Camila, su "amor de la juventud", la misma que lo humilló cuando no tenía nada. "Camila está embarazada", dijo, sin rastro de culpa, "y tú la vas a cuidar". ¡A mí! ¿Que la cuidara? La burla en la cara de Camila, la sonrisa de las empleadas, la furia de Mateo... sentí que me ahogaba en una pesadilla. "Solo es cuidarla un poquito. No eres una princesa, pero actúas como tal. No seas mezquina". Mezquina. Él, el hombre al que rescaté del abismo, el que ahora volvía a tenerlo todo, ¿me llamaba mezquina? "Tú eres buena cuidando gente", sentenció con la mirada fría. Mi corazón se hizo añicos al recordar las palabras de su madre a Camila: "Cuídate por el bien de mi nieto. Eres la única esperanza de esta familia". ¡La única esperanza! Era obvio. Me habían engañado a mí. ¡A mí! ¡Ellos sabían que era su hijo! ¡Todos me estaban engañando! Sentí el frío del mármol bajo mis rodillas, el dolor agudo de la caída. Quise huir, pero no sin él. No sin mi bebé. Pero, ¿realmente quería que mi hijo naciera en esta podredumbre? "¡Mateo, no quiero ir a la cámara frigorífica! ¡No! ¿Por qué me haces esto?", grité, sintiendo el pánico helado que se apoderaba de mí cuando sus empleados me arrastraban. "¡Estoy embarazada! ¡Mateo, estoy embarazada!" Me miró con desprecio, y la puerta se cerró. Estuve allí tres días y tres noches. Cuando abrieron la puerta, mis ojos ya estaban vacíos. "¿Qué otra cosa te vas a inventar ahora?". Esas palabras… Pero al salir de allí, mis ojos por fin se abrieron. Así que esto es todo lo que soy para ti, Mateo. Un mueble más en tu casa. "Estoy completamente podrido por dentro", susurré al aire. Una semana después, salí del hospital. Mateo me llamó, furioso, como siempre, pero esta vez, yo era diferente. "¿Qué soy para ti, Mateo?", pregunté, mi voz firme, "¿La tonta que te rescató de la miseria? ¿O la enfermera gratuita que cuidó día y noche a tus padres?" "¿De verdad crees que todo lo que hice, fue por un estúpido título?" "Un hombre como tú... me da asco". Colgué. Bloqueé su número. Y nunca miré atrás.

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El video explotó en internet. Marc Solís, mi exnovio e influencer, publicó un video editado cruelmente, diseñando mi humillación pública. Fui retratada como una "trepadora" desesperada, rogando por fama. Los comentarios se desataron: "¡Qué arrastrada!", "Pobre Marc, se quitó un peso de encima". Miles de sus "leones" inundaron mis redes con insultos, memes y amenazas. Mi imagen, símbolo de mujer patética, estaba por todas partes. Mi teléfono no paraba de sonar, mis amigos, colegas, todos preocupados, pidiéndome que lo demandara, que lo desenmascarara, pero no contesté. Miraba la pantalla, una calma inquietante me invadía. Esto no era sorpresa, era una prueba. Después, Marc me llamó por videollamada, arrogante: "¿Disfrutando tus cinco minutos de fama? Tráeme un café de tu cafetería favorita, tienes una hora, transmítelo en vivo, para que mis leones vean tu 'arrepentimiento' ". Asentí, salí, y la transmisión comenzó, la gente se mofaba. Luego, Marc volvió a llamar: "Cambio de planes, quiero que camines descalza desde aquí a la fuente de la Cibeles, para que todos vean tu arrepentimiento". Sin dudar, me quité los zapatos. El dolor era intenso, pero lo soportaba no por Marc, sino por mi propia purificación. Llegué sangrando, exhausta, justo cuando Marc apareció con Ximena, su nueva conquista. Ximena me humilló; Marc la besó, declarándole su "reina". Me quedé sola, descalza, humillada. Pero en mis ojos brilló un triunfo. La prueba se intensificaba, y yo estaba lista. De repente, Ximena fingió un desmayo, y Marc, con una crueldad medieval, me ordenó: "Vas a caminar de rodillas hasta la Basílica de Guadalupe, rezando por la salud de Ximena, para expiar el daño que le has hecho". Mis amigos horrorizados me rogaron que no lo hiciera. "Lo haré" , le respondí con firmeza, "pero no lo haré por ti, ni por ella, lo haré porque es parte de mi propio camino, y cuando llegue, no rezaré por su salud, rezaré por mi propia liberación" . Marc, ignorando mi verdadero propósito, solo vio sumisión. Me arrodillé, el dolor insoportable, pero cada herida era una ofrenda a mi misión secreta. Horas después, al llegar a la Basílica, me desplomé inconsciente. En el hospital, Ximena me atacó, Marc me abofeteó, gritando: "¡Eres violenta y peligrosa! ¡Esto es justicia!". Mi mejilla ardía, pero una extraña alegría me invadió. Sonreí. "Gracias", susurré. Marc, aturdido, se fue. Meses después, Ximena enfermó, necesitando un riñón compatible. Marc apareció: "Quiero que le des tu riñón. Si lo haces, te casarás conmigo". Recordé que fui yo quien lo salvó en un accidente, no Ximena. "No", le dije. Él, creyendo que eran celos, me amenazó: "¡Entonces te haré la vida un infierno!". El acoso se intensificó, pero yo continuaba, esperando el siguiente paso. Entonces, mi destino se reveló en un sueño: la donación del riñón era la culminación de mi ascenso espiritual. Le di mi riñón a Ximena. Durante la cirugía, mi cuerpo se disolvió en luz, mi alma ascendió, y mi conciencia se convirtió en una entidad divina. Marc, sin saberlo, había sido un instrumento en mi liberación. ¿Cómo cambió la vida del arrogante influencer Marc Solís cuando finalmente descubrió la verdad de lo que había hecho? ¿Y qué significado tendría su "amor" cuando ya era demasiado tarde?

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