Estamos frente al Registro Civil por séptima vez. Siete años de mi vida como bailarín de tango, siete años sacrificando giras europeas y sueños por ella, Luciana. Hoy, por fin, nos casaríamos. Mi corazón latía con la esperanza de siempre, pero la ansiedad se arrastraba por mi nuca. Entonces, el teléfono de Luciana vibró. Era él. Siempre era Iván. "¿Otra vez? ¿Tomaste tu inhalador? Voy para allá", dijo ella, con una máscara de disculpa ya familiar. Colgó y, sin mirarme a los ojos, anunció: "Iván tiene una crisis de asma. Tengo que irme". La frialdad se extendió desde mi estómago. "No", susurré. Por séptima vez, me dejaba plantado por el mismo hombre, la misma excusa. "¿Cómo que no? ¡Es una emergencia! ¿Un papel es más importante que mi amigo de la infancia?" me espetó, acusándome de egoísmo mientras huía. La dejó la fría palabra clavada en mí, a mí que lo había sacrificado todo por ella. Caminé sin rumbo, el bandoneón melancólico burlándose de mí. Hasta que vi la foto. La foto de Iván Salazar, publicada hacía solo diez minutos: Luciana en su estudio, con la leyenda "Contigo, mi mundo tiene color". No era una emergencia. Era una burla. ¿Cómo pudo hacerme esto? ¿Engañarme así, una y otra vez, mientras yo entregaba cada pedazo de mi alma? ¿Qué clase de perversa lealtad era esa, que la ataba a él y la hacía pisar mis sueños? Basta. La decisión me golpeó como un rayo. Me iré. Lejos de este tango tóxico, de esta ciudad que ya no me pertenece. Madrid me espera.
Estamos frente al Registro Civil por séptima vez. Siete años de mi vida como bailarín de tango, siete años sacrificando giras europeas y sueños por ella, Luciana. Hoy, por fin, nos casaríamos.
Mi corazón latía con la esperanza de siempre, pero la ansiedad se arrastraba por mi nuca. Entonces, el teléfono de Luciana vibró. Era él. Siempre era Iván.
"¿Otra vez? ¿Tomaste tu inhalador? Voy para allá", dijo ella, con una máscara de disculpa ya familiar. Colgó y, sin mirarme a los ojos, anunció: "Iván tiene una crisis de asma. Tengo que irme".
La frialdad se extendió desde mi estómago. "No", susurré. Por séptima vez, me dejaba plantado por el mismo hombre, la misma excusa.
"¿Cómo que no? ¡Es una emergencia! ¿Un papel es más importante que mi amigo de la infancia?" me espetó, acusándome de egoísmo mientras huía. La dejó la fría palabra clavada en mí, a mí que lo había sacrificado todo por ella.
Caminé sin rumbo, el bandoneón melancólico burlándose de mí. Hasta que vi la foto. La foto de Iván Salazar, publicada hacía solo diez minutos: Luciana en su estudio, con la leyenda "Contigo, mi mundo tiene color". No era una emergencia. Era una burla.
¿Cómo pudo hacerme esto? ¿Engañarme así, una y otra vez, mientras yo entregaba cada pedazo de mi alma? ¿Qué clase de perversa lealtad era esa, que la ataba a él y la hacía pisar mis sueños?
Basta. La decisión me golpeó como un rayo. Me iré. Lejos de este tango tóxico, de esta ciudad que ya no me pertenece. Madrid me espera.
Otros libros de Gavin
Ver más