Cambio al Padre para tí HIjo Mío

Cambio al Padre para tí HIjo Mío

Gavin

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Capítulo

Mi mundo se derrumbó en la oficina del ayuntamiento. Llevaba a mi pequeño Leo de la mano, ilusionada por su primer día de escuela, pero el funcionario me miró con lástima y desprecio. Mi marido, Javier, el Guardia Civil, ya tenía un hijo registrado en Madrid, un tal Mateo, y según la ley, Leo no podía tener los mismos derechos de escolarización. La verdad era un golpe brutal: Javier me había declarado su exmujer y vivía con otra, Elena, y el hijo de ella era legalmente el suyo. La palabra "bastardo" resonó en el pasillo, lanzada por las miradas de los otros padres, lacerando mi alma. Esa noche, rogué a Javier que ayudara a nuestro hijo, pero su voz fría solo ofreció que Leo fuera su "sobrino" en Madrid. El viaje en autobús, la humillación, y luego, el pánico: apenas me bajé cinco minutos, y el asiento de Leo estaba vacío. Su pequeña sandalia azul en el suelo del autobús fue lo último que vi antes de que mi mundo se volviera gris. Javier colgó, preocupado por la "paz de Elena" mientras mi hijo desaparecía. Sin rumbo, con la sandalia azul en mi mano, me arrojé al Guadalquivir desde el Puente de Triana, pidiendo una segunda oportunidad para encontrar a mi hijo. Y entonces, el olor a lejía y la voz del funcionario me golpearon al mismo tiempo: estaba de vuelta en el ayuntamiento, el mismo día, el mismo momento. Esta vez, no habría súplicas, ni lágrimas, ni autobús a Madrid; esta vez, la guerra empezaba, y no me detendría hasta que se hiciera justicia.

Introducción

Mi mundo se derrumbó en la oficina del ayuntamiento.

Llevaba a mi pequeño Leo de la mano, ilusionada por su primer día de escuela, pero el funcionario me miró con lástima y desprecio.

Mi marido, Javier, el Guardia Civil, ya tenía un hijo registrado en Madrid, un tal Mateo, y según la ley, Leo no podía tener los mismos derechos de escolarización.

La verdad era un golpe brutal: Javier me había declarado su exmujer y vivía con otra, Elena, y el hijo de ella era legalmente el suyo.

La palabra "bastardo" resonó en el pasillo, lanzada por las miradas de los otros padres, lacerando mi alma.

Esa noche, rogué a Javier que ayudara a nuestro hijo, pero su voz fría solo ofreció que Leo fuera su "sobrino" en Madrid.

El viaje en autobús, la humillación, y luego, el pánico: apenas me bajé cinco minutos, y el asiento de Leo estaba vacío.

Su pequeña sandalia azul en el suelo del autobús fue lo último que vi antes de que mi mundo se volviera gris.

Javier colgó, preocupado por la "paz de Elena" mientras mi hijo desaparecía.

Sin rumbo, con la sandalia azul en mi mano, me arrojé al Guadalquivir desde el Puente de Triana, pidiendo una segunda oportunidad para encontrar a mi hijo.

Y entonces, el olor a lejía y la voz del funcionario me golpearon al mismo tiempo: estaba de vuelta en el ayuntamiento, el mismo día, el mismo momento.

Esta vez, no habría súplicas, ni lágrimas, ni autobús a Madrid; esta vez, la guerra empezaba, y no me detendría hasta que se hiciera justicia.

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Durante doce años, oculté mi fortuna y mi linaje, la poderosa familia Salazar, para convertirme en la esposa perfecta de Mateo Hewitt. Le di mi amor incondicional, mi apoyo, y en secreto, los cimientos de su imperio, creyendo que construíamos un futuro juntos desde nuestro modesto piso en Logroño. Pero en nuestro duodécimo aniversario de bodas, llegó la traición: Mateo entró oliendo al perfume de otra mujer, su asistente Isabel Riley, con una caja de puros cubanos, no flores para mí. Miró con desdén la cena sencilla que preparé, solo para que yo le mostrara una foto de él y su amante, unida a la ecografía de un embarazo de tres meses que ella me envió. Él me insultó, llamó "estéril" y "mueble", e incluso defendió a Isabel por recibir nuestras joyas de familia. La humillación se volvió insoportable cuando, en una gala, Mateo rompió un collar de esmeraldas que era una reliquia Salazar, un regalo de mi abuela, y casi con orgullo me lo arrojó a los pies. Su madre, a quien salvé, me escupió odio por su ruina. ¿Cómo pudo el hombre al que di todo, por quien me arrodillé ante mi padre, por quien abandoné mis sueños, convertirme en un fantasma en mi propia casa? ¿Por qué me trató como basura mientras construía su éxito sobre mis sacrificios y los de mi familia? Con el corazón destrozado y la ira ardiendo, llamé a mi equipo. "Quiero el divorcio," le dije. "Y te juro, Mateo Hewitt, que te dejaré sin absolutamente nada." La verdadera Sofía Salazar acababa de despertar, y su sed de venganza no conocía límites.

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