Cuando el Honor Destruye una Vida

Cuando el Honor Destruye una Vida

Gavin

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Mi vida era la receta perfecta: una pastelería familiar próspera, padres amorosos, un marido envidiable y nuestro bebé en camino. Con cuatro meses de embarazo, el día del chequeo médico era pura felicidad. El doctor confirmó: "El bebé está perfectamente sano, sin anomalías". Pero la sonrisa de Javier se congeló al leer el informe, su rostro se volvió blanco como la harina. "Tenemos que programar un aborto. Ahora mismo", susurró, agarrándome con una fuerza aterradora. Intenté resistirme, le pregunté si se había vuelto loco, pero sus ojos estaban llenos de un horror inexplicable. Mis padres llegaron, y la pesadilla se amplificó. Mi padre, al leer el mismo informe, levantó la mano y gritó: "¡Monstruo! ¡Ese demonio no puede nacer!". Mi madre, con la voz dura, sentenció: "Hija, tenemos que purificarte". De repente, las personas que más amaba se habían convertido en mis verdugos. Me arrastraron, me encerraron en la oscuridad y perdí a mi bebé allí, sola, traicionada. Morí a los pocos meses, en un convento frío, con el corazón roto y sin entender nunca por qué. ¿Qué secreto tan terrible contenía ese informe para destruir mi mundo y volcar a mi propia familia en mi contra? Pero abrí los ojos. La luz del sol era la misma, el olor a bizcocho subía de la pastelería. Mi vientre. Mi bebé. Estaba viva, el reloj marcaba la hora de la cita. No fue un sueño, fue una premonición de horror. Esta vez no esperaría a Javier; esta vez, sería yo quien tendría el informe, y la verdad, antes que nadie. No iba a desperdiciar mi segunda oportunidad.

Introducción

Mi vida era la receta perfecta: una pastelería familiar próspera, padres amorosos, un marido envidiable y nuestro bebé en camino.

Con cuatro meses de embarazo, el día del chequeo médico era pura felicidad.

El doctor confirmó: "El bebé está perfectamente sano, sin anomalías".

Pero la sonrisa de Javier se congeló al leer el informe, su rostro se volvió blanco como la harina.

"Tenemos que programar un aborto. Ahora mismo", susurró, agarrándome con una fuerza aterradora.

Intenté resistirme, le pregunté si se había vuelto loco, pero sus ojos estaban llenos de un horror inexplicable.

Mis padres llegaron, y la pesadilla se amplificó.

Mi padre, al leer el mismo informe, levantó la mano y gritó: "¡Monstruo! ¡Ese demonio no puede nacer!".

Mi madre, con la voz dura, sentenció: "Hija, tenemos que purificarte".

De repente, las personas que más amaba se habían convertido en mis verdugos.

Me arrastraron, me encerraron en la oscuridad y perdí a mi bebé allí, sola, traicionada.

Morí a los pocos meses, en un convento frío, con el corazón roto y sin entender nunca por qué.

¿Qué secreto tan terrible contenía ese informe para destruir mi mundo y volcar a mi propia familia en mi contra?

Pero abrí los ojos.

La luz del sol era la misma, el olor a bizcocho subía de la pastelería.

Mi vientre.

Mi bebé.

Estaba viva, el reloj marcaba la hora de la cita.

No fue un sueño, fue una premonición de horror.

Esta vez no esperaría a Javier; esta vez, sería yo quien tendría el informe, y la verdad, antes que nadie.

No iba a desperdiciar mi segunda oportunidad.

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