Mi Muerte, Su Ruina

Mi Muerte, Su Ruina

Gavin

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Capítulo

La heredera de una fortuna, Sofía Valderrama, creyó haber encontrado el amor y la salvación para su familia al casarse con Mateo Reyes. Pero su apuesto esposo, a quien ella había salvado de la ruina, resultó ser un depredador implacable. Con información confidencial de mi propia familia, él nos destrozó sistemáticamente. Mis padres murieron de dolor, mi hermano fue encarcelado con acusaciones falsas planeadas por él. De heredera, me convertí en su sirvienta personal en mi propia casa, humillada a diario por él y su harén. Mientras tanto, un terrible secreto me consumía por dentro: un fragmento de obsidiana del cuchillo que usé para salvar su vida se alojaba peligrosamente cerca de mi corazón, moviéndose con cada golpe de su crueldad. ¿Podía haber mayor ironía, morir por su mano después de haberle dado la vida? Él quería verme suplicar, pero mi silencio era mi último acto de dignidad. Y mi muerte, mi venganza más calculada. En la subasta de mis propias reliquias familiares, donde Mateo intentaba destruir mi último gramo de honor, compré el mango del cuchillo roto con mis últimas monedas. Un gesto que desató su furia final... y mi plan perfecto. No le di el gusto de verme llorar. Le di el arte de mi adiós: una muerte inexplicable para él, una justicia definitiva para mí. Porque mi padre, el gran Valderrama, desde la tumba, había tejido una trampa de la que Mateo no podría escapar jamás.

Introducción

La heredera de una fortuna, Sofía Valderrama, creyó haber encontrado el amor y la salvación para su familia al casarse con Mateo Reyes.

Pero su apuesto esposo, a quien ella había salvado de la ruina, resultó ser un depredador implacable.

Con información confidencial de mi propia familia, él nos destrozó sistemáticamente.

Mis padres murieron de dolor, mi hermano fue encarcelado con acusaciones falsas planeadas por él.

De heredera, me convertí en su sirvienta personal en mi propia casa, humillada a diario por él y su harén.

Mientras tanto, un terrible secreto me consumía por dentro: un fragmento de obsidiana del cuchillo que usé para salvar su vida se alojaba peligrosamente cerca de mi corazón, moviéndose con cada golpe de su crueldad.

¿Podía haber mayor ironía, morir por su mano después de haberle dado la vida?

Él quería verme suplicar, pero mi silencio era mi último acto de dignidad.

Y mi muerte, mi venganza más calculada.

En la subasta de mis propias reliquias familiares, donde Mateo intentaba destruir mi último gramo de honor, compré el mango del cuchillo roto con mis últimas monedas.

Un gesto que desató su furia final... y mi plan perfecto.

No le di el gusto de verme llorar.

Le di el arte de mi adiós: una muerte inexplicable para él, una justicia definitiva para mí.

Porque mi padre, el gran Valderrama, desde la tumba, había tejido una trampa de la que Mateo no podría escapar jamás.

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Isabella "Isa" Montes, una talentosa cocinera de origen humilde en Medellín, creyó haber encontrado el amor perfecto junto a Mateo Velarde, el apuesto heredero de una de las familias más influyentes de Bogotá. Tras un noviazgo intenso que superó barreras sociales, se casaron y se sumergieron en una vida de ensueño y comodidades, donde cada detalle parecía confirmar un amor idílico. Pero la burbuja se reventó brutalmente: Isa descubrió que Mateo mantenía una doble vida con su exnovia, Carolina Sáenz, con quien tenía dos hijos gemelos. Peor aún, él financiaba secretamente a esta otra familia, transformando su supuesta historia de amor en una farsa calculada. La devastadora revelación no solo le causó un aborto espontáneo sino que desató una campaña de humillación sin fin por parte de Carolina, quien la acosaba con videos íntimos de Mateo, mostrando impúdicamente su doblez. Cada regalo, cada promesa de amor, cada lugar especial compartido con Mateo, era profanado, replicado cínicamente con su "otra" familia. Las frías miradas de la alta sociedad y el silencio cómplice de la familia Velarde solo acrecentaban el tormento, mientras Mateo seguía actuando como si nada ocurriera. ¿Cómo podía alguien, a quien amó tan profundamente, ser capaz de una traición tan vil y sistemática? La mezcla de dolor, asco y una desesperación helada se instaló en su pecho, ahogando su respiración. Un vacío insuperable la consumía, dejando solo la cruda certeza de una mentira insostenible. En el abismo de esta traición, y con la inminente llegada de un hijo que la ataría aún más a la mentira, Isa vislumbró su única salida: fingir su muerte. Un trágico accidente aéreo en el Caribe sería su billete de escape, la única forma de recuperar su vida y romper para siempre con la asfixiante obsesión de Mateo. "El plan sigue en pie, necesito salir de aquí", sentenció con voz firme.

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El rugido del avión de rescate sonaba como la salvación, pero para mí, Sofía, solo aumentaba la ansiedad en aquel sofocante aeropuerto improvisado. De repente, mi esposo, Miguel, me tomó del brazo con una fuerza inusual, su rostro contraído por la frustración mientras gritaba: "¡Sofía, no podemos irnos! ¡No puedo dejar a Carlos aquí!". Alegaba que Carlos era su primo, su responsabilidad, alguien que debía regresar a salvo. Escuché sus palabras, las mismas palabras que retumbaron en otra vida, y un escalofrío me recorrió: no era un sueño, había renacido. El recuerdo de mi vida anterior me golpeó como un maremoto: la epidemia, el avión gubernamental, y Carlos, supuestamente su primo, pero en realidad su amante, la misma que nos retrasó maquillándose para su "triunfal" regreso. En esa vida pasada, yo rogué, los otros voluntarios me acusaron de egoísta, y Miguel, con su falsa rectitud, me obligó a esperar con mentiras, llamándome egoísta. Esperamos. Carlos llegó, perfecto, y el avión partió, directo a mi perdición. Al aterrizar, Miguel me señaló y, con una falsa preocupación, dijo: "Ella tiene fiebre. Estuvo en contacto cercano con un paciente infectado ayer." ¡Era una mentira cruel y calculada! Fui aislada, interrogada, torturada psicológicamente por un sistema que creyó a mi "heroico" esposo. Morí sola, no por la enfermedad, sino por una infección hospitalaria, con mi cuerpo debilitado y mi espíritu roto. Mis padres, rotos de pena, fallecieron poco después, y Miguel, el "viudo afligido", heredó todo. Se casó con Carlos, y vivieron felices sobre mis cenizas y las de mis padres. Pero ahora estoy aquí, de nuevo en este infierno, con el mismo avión rugiendo y el mismo manipulador repitiendo sus mentiras. La rabia pura me invadió, mis puños se cerraron, y al mirar a Miguel, ya no vi al hombre que amaba, sino a mi asesino. "No," dije, mi voz tranquila pero firme, interrumpiéndolo. Miguel parpadeó, sorprendido. "¿No qué?" "No vamos a esperar, Miguel." Me sacudí su mano. Me giré hacia los atónitos voluntarios y proclamé, con mi voz resonando: "Carlos no es tu primo. Es tu amante. Y no voy a arriesgar la vida de dieciocho personas por la vanidad de una mujer que necesita una hora para ponerse rímel en medio de una evacuación de emergencia." El silencio fue absoluto, roto solo por el avión. Miguel palideció, su máscara se hizo añicos. Esta vida, pensé, no será una repetición. Será una venganza.

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