99 Veces de Traición: No te Perdonaré más

99 Veces de Traición: No te Perdonaré más

Gavin

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Capítulo

Fui Isabella, una bailaora de flamenco aclamada. Perdoné a mi esposo Mateo 99 veces por sus infidelidades, siempre corriendo tras él cuando amenazaba con saltar de un puente. La prensa me apodó "La Santa de los Cuernos". Pero la infidelidad número 100 fue diferente. Mateo me anunció que una cantante de reggaeton era su nueva "musa definitiva", tachando mi flamenco de "arte moribundo". Enfurecido, me empujó violentamente, rompiéndome el tobillo y destrozando mi carrera profesional para siempre. En el hospital, la sentencia fue cruel: no volvería a bailar. Mi identidad como bailaora murió. Mateo, simplemente, me abandonó en el suelo. La humillación pública fue total: me reemplazó con su amante al frente de mi tablao y ambos destruyeron mi legado con su vulgar "Flamencotón". ¿Cómo pude vivir en esa farsa? La "santa" finalmente se hartó. Cuando Mateo intentó su patética táctica de chantaje con un falso suicidio, creyendo que volvería, no sentí ni miedo ni compasión. La última chispa de todo lo que fuimos se extinguió, revelando una indiferencia absoluta. Con una calma gélida, le entregué los papeles del divorcio ya firmados, sellando su sentencia. Con esa libertad y la indemnización, abrí mi "Escuela de Flamenco Isabella", renaciendo. Él, en cambio, se sumergió en la ruina. Hoy, mi verdadera victoria no es el odio, sino la más pura indiferencia.

Introducción

Fui Isabella, una bailaora de flamenco aclamada.

Perdoné a mi esposo Mateo 99 veces por sus infidelidades, siempre corriendo tras él cuando amenazaba con saltar de un puente.

La prensa me apodó "La Santa de los Cuernos".

Pero la infidelidad número 100 fue diferente.

Mateo me anunció que una cantante de reggaeton era su nueva "musa definitiva", tachando mi flamenco de "arte moribundo".

Enfurecido, me empujó violentamente, rompiéndome el tobillo y destrozando mi carrera profesional para siempre.

En el hospital, la sentencia fue cruel: no volvería a bailar.

Mi identidad como bailaora murió.

Mateo, simplemente, me abandonó en el suelo.

La humillación pública fue total: me reemplazó con su amante al frente de mi tablao y ambos destruyeron mi legado con su vulgar "Flamencotón".

¿Cómo pude vivir en esa farsa?

La "santa" finalmente se hartó.

Cuando Mateo intentó su patética táctica de chantaje con un falso suicidio, creyendo que volvería, no sentí ni miedo ni compasión.

La última chispa de todo lo que fuimos se extinguió, revelando una indiferencia absoluta.

Con una calma gélida, le entregué los papeles del divorcio ya firmados, sellando su sentencia.

Con esa libertad y la indemnización, abrí mi "Escuela de Flamenco Isabella", renaciendo.

Él, en cambio, se sumergió en la ruina.

Hoy, mi verdadera victoria no es el odio, sino la más pura indiferencia.

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El aroma familiar del mole, promesa de un futuro brillante y una beca codiciada, llenaba la cocina de la escuela mientras Sofía Romero se preparaba para el examen final. Justo entonces, un empujón brutal de Daniela Vargas la lanzó contra la estufa, escaldándole el brazo y destrozando su plato. "¿Qué crees que haces, gata arrimada?", espetó Daniela, acusándola de ladrona y de robar la receta ancestral de su familia, la misma que había sido la tradición de los Romero por generaciones. Ignorando a Don Manuel, el viejo ayudante que conocía el pacto secreto, Daniela hundió el preciado cucharón familiar de Sofía en su mole, tirándolo al suelo con desprecio, mientras sus amigas se burlaban de Sofía por "coquetear" con Ricardo Vargas. La humillación culminó en una agresión salvaje: Daniela, con la ayuda de sus cómplices, la tiró al suelo, y con un crujido nauseabundo, le rompió la mano con el tacón. El dolor era insoportable, pero la traición de saber que Armando, el mayordomo que conocía la verdad del pacto que ligaba el destino de los Vargas a su familia, se puso de lado de Daniela, fue aún peor. La advertencia de Sofía, "Están acabando con su propia fortuna", se cernía sobre ellos, pero Daniela solo aumentó la humillación, cubriéndola de harina. En ese instante de abrumadora desesperación y abandono, un pensamiento le dio fuerza: Ricardo Vargas. Ricardo llegó, interponiéndose entre Sofía y su familia, llevándola al hospital y revelando que él conocía el pacto ancestral. "El pacto no está roto, Sofía", le dijo. "Solo está buscando un nuevo ancla. Un nuevo pacto. Entre tu familia y la mía. Mi rama de la familia." Con la decisión de Ricardo de protegerla y establecer un nuevo pacto, Sofía, la chica de origen humilde, se levantaría de las cenizas.

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