La Dignidad no se Vende

La Dignidad no se Vende

Gavin

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Capítulo

Mi casa en Triana, que olía a jazmín y a melancolía, estaba a punto de perderse. Con solo dieciocho años y un título de diseño recién empezado, sentí el peso de las deudas de mi padre muerto. La oferta llegó como un salvavidas: acompañar a Ricardo Vargas, un constructor poderoso y enigmático. El "acuerdo" era claro: él salvaría mi hogar, yo sería su compañera discreta. Casi creí que el dinero me había traído un amor inesperado, confundiendo su opulencia con cariño, su posesividad con protección. Pero entonces, apareció Carmen Sandoval, su exnovia. Me citó en un hotel de lujo y, con desprecio, me ofreció tres millones de euros para desaparecer. Ella era su "costumbre favorita", y yo, solo un insecto. Para probarlo, hicimos una cruel prueba con mensajes a Ricardo. El suyo fue respondido con preocupación, el mío, con un frío "Espero no sea grave. Estoy ocupado". Ella sonrió. "¿Ves? No eres nada para él". Me reveló que todos los gestos grandiosos de Ricardo -los jazmines, Noruega- eran réplicas de lo que había hecho por ella. Solo era una sustituta, un eco. La indignidad se volvió insoportable. Un día, Carmen rompió el broche de mi abuela y me acusó de agredirla. Ricardo, sin dudarlo, me encerró en el sótano frío y húmedo, donde casi muero de frío. La humillación final llegó cuando, en una fiesta, él volvió a negarme públicamente. Me trató como un objeto, un insignificante estorbo para el juego de sus celos. ¿Cómo pude ser tan ciega, tan ingenua? El dolor era insoportable, la traición palpable. Me había vendido por una falsa seguridad, por un puñado de billetes. ¿Era mi dignidad el precio? ¿O algo más valioso aún? Pero al despertar del delirio, solo quedó una determinación fría. ¡No más! Era hora de despertar. Con los tres millones de euros de Carmen y una beca para Roma, cortaría todas las ataduras. Mi propio cuento de hadas no necesitaba un príncipe tóxico. Estaba lista para mi verdadera vida.

Protagonista

: Ricardo Vargas y Isabella Moreno

Introducción

Mi casa en Triana, que olía a jazmín y a melancolía, estaba a punto de perderse.

Con solo dieciocho años y un título de diseño recién empezado, sentí el peso de las deudas de mi padre muerto.

La oferta llegó como un salvavidas: acompañar a Ricardo Vargas, un constructor poderoso y enigmático.

El "acuerdo" era claro: él salvaría mi hogar, yo sería su compañera discreta.

Casi creí que el dinero me había traído un amor inesperado, confundiendo su opulencia con cariño, su posesividad con protección.

Pero entonces, apareció Carmen Sandoval, su exnovia.

Me citó en un hotel de lujo y, con desprecio, me ofreció tres millones de euros para desaparecer.

Ella era su "costumbre favorita", y yo, solo un insecto.

Para probarlo, hicimos una cruel prueba con mensajes a Ricardo.

El suyo fue respondido con preocupación, el mío, con un frío "Espero no sea grave. Estoy ocupado".

Ella sonrió. "¿Ves? No eres nada para él".

Me reveló que todos los gestos grandiosos de Ricardo -los jazmines, Noruega- eran réplicas de lo que había hecho por ella.

Solo era una sustituta, un eco.

La indignidad se volvió insoportable.

Un día, Carmen rompió el broche de mi abuela y me acusó de agredirla.

Ricardo, sin dudarlo, me encerró en el sótano frío y húmedo, donde casi muero de frío.

La humillación final llegó cuando, en una fiesta, él volvió a negarme públicamente.

Me trató como un objeto, un insignificante estorbo para el juego de sus celos.

¿Cómo pude ser tan ciega, tan ingenua?

El dolor era insoportable, la traición palpable.

Me había vendido por una falsa seguridad, por un puñado de billetes.

¿Era mi dignidad el precio? ¿O algo más valioso aún?

Pero al despertar del delirio, solo quedó una determinación fría.

¡No más! Era hora de despertar.

Con los tres millones de euros de Carmen y una beca para Roma, cortaría todas las ataduras.

Mi propio cuento de hadas no necesitaba un príncipe tóxico.

Estaba lista para mi verdadera vida.

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Cuentos

5.0

Durante doce años, oculté mi fortuna y mi linaje, la poderosa familia Salazar, para convertirme en la esposa perfecta de Mateo Hewitt. Le di mi amor incondicional, mi apoyo, y en secreto, los cimientos de su imperio, creyendo que construíamos un futuro juntos desde nuestro modesto piso en Logroño. Pero en nuestro duodécimo aniversario de bodas, llegó la traición: Mateo entró oliendo al perfume de otra mujer, su asistente Isabel Riley, con una caja de puros cubanos, no flores para mí. Miró con desdén la cena sencilla que preparé, solo para que yo le mostrara una foto de él y su amante, unida a la ecografía de un embarazo de tres meses que ella me envió. Él me insultó, llamó "estéril" y "mueble", e incluso defendió a Isabel por recibir nuestras joyas de familia. La humillación se volvió insoportable cuando, en una gala, Mateo rompió un collar de esmeraldas que era una reliquia Salazar, un regalo de mi abuela, y casi con orgullo me lo arrojó a los pies. Su madre, a quien salvé, me escupió odio por su ruina. ¿Cómo pudo el hombre al que di todo, por quien me arrodillé ante mi padre, por quien abandoné mis sueños, convertirme en un fantasma en mi propia casa? ¿Por qué me trató como basura mientras construía su éxito sobre mis sacrificios y los de mi familia? Con el corazón destrozado y la ira ardiendo, llamé a mi equipo. "Quiero el divorcio," le dije. "Y te juro, Mateo Hewitt, que te dejaré sin absolutamente nada." La verdadera Sofía Salazar acababa de despertar, y su sed de venganza no conocía límites.

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