—Hazme recordar por
qué estoy en este bar de la muerte otra vez. —Gemí en voz baja en mi teléfono.
—Porque te mereces
divertirte un poco después de todo lo que has pasado, —me contestó mi mejor
amiga, Bárbara, —sólo lamento no poder estar allí contigo para comernos la
ciudad.
—La familia es lo
primero, lo comprendo, —respondí, —Además, ¿cuándo supiste que me desmadré?.
—¡Hay una primera
vez para todo!— respondió Bárbara con optimismo.
Me reí. Bárbara y yo
éramos polos opuestos, pero éramos amigas desde el instituto. Me había
acompañado en las buenas y en las malas. Había sido mi piedra angular cuando
murió mi padre y ahora me apoyaba de la misma manera tras mi desordenada
ruptura por la infidelidad de mi ex. Creo que me llamó para asegurarse de que
había seguido su consejo.
—¿Cómo estás, Aurora?, —me preguntó.
Mirando mi vaso,
suspiré.
—Bueno, estoy
sentada en el bar del hotel de lujo que me recomendaste, un jueves por la
noche, ahogando mis penas en público en lugar de en nuestro apartamento, así
que eso es una mejora.
—Oh, cariño, —gimió Bárbara—.
Sabes que soy muy partidaria de hablarlo todo, pero a veces necesitas un poco
de distracción, ¿sabes?.
Con cautela, observé
mi entorno. La barra circular en la que estaba sentada estaba repleta de
hombres con trajes y mujeres con vestidos de cóctel. Mis ojos se movieron por
la sala.
A través de las
puertas de cristal que separaban el bar del comedor, admiré las columnas
blancas y las lámparas de cristal. Sin embargo, la gente que llenaba el espacio
era más impresionante que la decoración. Todos estaban ataviados con diamantes
y marcas de diseño.
Hundiendo los
dientes en mi labio inferior, admití.
—No estoy segura de
pertenecer aquí.
—Oh, por favor, —se
burló mí amiga—, seguro que estás increíble. ¿Has seguido mis sugerencias?
Valía la pena tener
una mejor amiga que fuera estilista. Bárbara siempre me daba consejos de moda
que yo seguía al pie de la letra, así que sabía que el mini vestido rojo, muy
ceñido, complementaba mi piel clara. Los tacones dorados de tiras y los
accesorios dorados completaron mi look de forma magnífica.
Mi maquillaje era
mínimo, pero adecuado para una noche informal. Mi cabello castaño colgaba sobre
mis hombros como una cortina sedosa, y un ligero efecto de ojos ahumados
acentuaba mis ojos marrones dorados, con labios rojos a juego con el vestido.
Lo único que me faltaba era la confianza que acompañaba a mi atrevido look.
—Sí, pero...
—Nada de peros, —interrumpió
Bárbara —, fue un idiota por engañarte, eso es cosa suya. Te mereces algo mucho
mejor. Esta es tu oportunidad de demostrar que se equivoca.
—Quizá tengas razón,