No todas las chicas quieren un novio,
Algunas solo quieren sexo a las doce y un taxi a las siete de la mañana.
—Me gustas así de pelirroja —siseó con la voz ronca, Nicolás. La joven apretó los labios y enterró la cara en la almohada mientras el hombre tenía su cabello sujeto y se enterraba en ella, con fuerza, dando estocadas salvajes mientras apretaba su trasero. Estaba segura que dejaría marcas, pero eso era lo de menos.
Nicolás sonrió cuando la joven se arqueó todita, sus piernas temblaron y tiró del cabello, pasó sus labios por su oreja, succionando y terminar por morder el lóbulo. Caro se quejó pero termino desplomándose ante el intenso orgasmo, él se enterró y volvió a salir, una y otra vez; segundos después gruñó enterrando sus dedos en la piel de la joven, saboreándola.
Sus encuentros con ella siempre eran explosivos, tan ardientes y únicos. Ninguno quería algo, ninguno quería una relación. Caro había terminado de estudiar y era fotógrafa, él era un ingeniero que no tenía tiempo para una novia con dulces y corazones, al contrario. Lo que Caro le ofrecía era perfecto, ambos se necesitaban de esa manera carnal, ¿para qué más?
—Por mucho tiempo he trabajado aquí, ya no más —él sonrió porque en el tiempo que habían mantenido aquella relación sexual, Caro siempre le había dicho eso y ahí estaban, seguían reuniéndose en el mismo lugar parar terminar deseándose.
—Ya no trabajas para mi mamá, olvídate ya —Caro recogió su cabello corto de color rojo, aun desnuda frente a él tomó una de las toallas y se perdió en el baño, minutos después regresó—. ¿Qué pasa? ¿Hay alguien más?
— ¿Y a ti que te importa? —sonrió burlona cuando se sentó y sintió sus dedos recorrer el pequeño tatuaje que tenía en la parte baja de su espalda, estaba pensando en hacerse las lunas en la espalda, ahora solo le faltaba hablar con Renzo y empezaría. Quería tener su cuerpo lleno de tatuajes.
—Deja de tener culpas, Caro. La pasamos bien y ninguno quiere una relación, ¿o tú quieres una? —la joven se alejó para dejar caer la toalla en el suelo, se puso la blusa de tiras y un corto pantalón, levantó la mirada y se encontró con la mirada seria de Nicolás. Sus ojos azules ya no la miraban con deseo, al contrario. No es que quisiera una relación sentimental con él, pero aquel desinterés solo golpeó su ego. Al menos por cortos segundos.
— ¿Contigo? No —sonrió y él soltó una risita, se inclinó y dejó un suave beso en la boca. Se alejó y aunque lo escuchó gritar su nombre, no le importó. Tomó las llaves de su moto, se puso los lentes de sol y salió de ahí, sintiendo el aire golpear con fuerza su rostro, aquella libertad que había buscado toda su vida.
Lo tenía.
Un buen trabajo, estudió lo que quería, buen sexo y un departamento suyo. ¿Qué más podía pedir? ¿Amor? Claro que no, un hombre bueno existía por país, y el que quedaba se lo llevo Alondra, León era ese tipo de hombres que te haría vivir cada día como el último. La amaba, podía verlo en su mirada y estaba feliz por su mejor amiga, pero no siempre se tiene suerte.
Tampoco es que el amor le importara mucho, es decir, no necesitaba de un hombre para sentirse completa o decir; eras lo que me faltaba, quien me completaba. No. Tú te complementas, tú misma te llenas de amor y felicidad, no depende de alguien más.
Su lema de vida:
Ríe, se feliz y ten buen sexo.
— ¿Comida Peruana o Italiana? —Caro sonrió al ver a su amiga de pie con unos lentes oscuros, al lado la moto de León que seguramente se había vuelto a llevar sin el permiso de él. La pelirroja sonrió abrazándola, ahora se veían menos pero hablaban cada momento—. Estoy nerviosa y como tanto que voy a reventar.