Hoy era mi turno de cubrir las horas en la biblioteca, así que si no quería llegar tarde y recibir un regaño de la señorita Margot, debía correr. Me miré al espejo observando mi aspecto. Soy una mujer bastante alta y sin mucho atractivo. Pecaba por ser un poco gorda, así que me gustaba llevar ropa ancha para tapar mis defectos. Tenía una larga cabellera negra azabache y ojos tan negros como la noche. Mi piel era bastante blanca. Mis manos eran lo que más me gustaban, eran largas y delicadas. A mi parecer, lo único bonito que tenía. No tengo buen autoestima, pero es suficiente.
No puedo seguir criticándome de esta manera, debo irme.
Salgo de mi habitación, la cual comparto con mi compañera Daniela. Ella es estudiante de medicina y está en su último año, al igual que yo. Pero lo mío era el Periodismo, las investigaciones, el espionaje. A veces fantaseaba con ser la mejor reportera del país y, cuidado si no, del mundo. Soñar no cuesta nada. Saliendo al campus de la universidad, tropiezo con Dani, quien ya salió de clases...
—Dari, te toca guardia nocturna en la biblioteca —pregunta haciendo que me detenga.
—Sí, Dani, voy tarde, no me esperes despierta. Hoy cerraremos tarde —digo con prisa.
—No amiga, me iré de rumba. Hay una fiesta en el nuevo club que está cerca de la biblioteca, llégate hasta allá —me dice con entusiasmo.
—No. Sabes que tengo que estudiar, mañana presento mi último parcial y no quiero llegar tarde. Me voy, no quiero recibir regaños de la señora Margot —digo haciendo una mueca.
—Suerte con eso —dice y se va.
Atravieso todo el campus corriendo con mi mochila golpeando la espalda. Un día de estos me va a tumbar. Llevo unos libros que tomé prestados de la biblioteca, los cuadernos y una investigación que me llamó la atención una tarde mientras navegaba por internet. Se trataba de un posible tráfico de armas en las empresas Simonovic.
Esta noticia anduvo de boca en boca varios meses, pues todos conocíamos la reputación del dueño de dicha empresa. Era un picaflor; todas las semanas salía con mujeres distintas desde la muerte de su prometida. Pero jamás se le había relacionado con la mafia. Lo más interesante es que él no afirmó ni negó nada, cosa que es de extrañar porque siempre es muy comunicativo con el mundo de la información.
Por andar metida en mis pensamientos, tropiezo con mis pies cayendo de bruces en la entrada de la biblioteca. Mi compañero de carrera, Ton Michel, está viendo todo mi pequeño espectáculo.
—Dari, ¿te lastimaste? —pregunta con preocupación, dándome la mano para ayudarme a levantar.
—No, no. Gracias, Ton —digo sonrojada.
—Llegas tarde y hablando con chicos —dice la señora Margot con esa mirada fría y déspota.
—Lo siento, señora Margot. Me he caído y Ton me ayudó a levantar. Debo irme, gracias de nuevo —digo dirigiéndome a Ton.
Colocar guión largo a los diálogos.