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En los brazos de Marcello

En los brazos de Marcello

Diosarih

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Capítulo

El regidor había sido brutalmente asesinado por una temible banda de criminales, liderada por uno de los hombres más peligrosos de todo el continente asiático. En ese momento fatídico, la mano derecha del regidor y su leal asistente, la señorita Eileen, fue testigo involuntario del sangriento suceso. No obstante, en lugar de eliminarla por ser testigo, los asesinos se dieron cuenta de que ella poseía información y secretos vitales que el regidor guardaba celosamente. Así, decidieron secuestrarla y hacerla pasar por muerta, con el fin de llevarla ante la mente maestra de sus malvados planes: el infame mafioso, narco y asesino conocido como Marcello Bianchi, apodado La sombra. Marcello nunca había planeado que la asistente del regidor presenciara el asesinato, y mucho menos que se convirtiera en una pieza clave para alcanzar sus objetivos incluso después de haber eliminado al regidor. Sin embargo, lo que verdaderamente no había previsto era que, tras lograr lo que deseaba, no pudiera deshacerse de ella. Eileen despertó en Marcello una desconocida y compleja amalgama de sentimientos. A pesar de que ella mostraba rechazo, temor, odio y negación hacia él, el mafioso experimentaba algo más profundo que una simple atracción o capricho. A medida que su corazón intentaba comprender sus propios sentimientos, Marcello decidió retenerla a su lado, sin importarle su propia voluntad. Atrapados en un vínculo inesperado, Eileen y Marcello se verán envueltos en una peligrosa danza de lealtad, traición y pasión, donde el misterio y la oscuridad serán su constante compañía. ¿Podrá Eileen encontrar una forma de liberarse de las garras La sombra?¿O sucumbirá ante la compleja atracción que siente por el despiadado mafioso, condenada a ser su prisionera para siempre?

Capítulo 1 Prólogo

La cabeza de Eileen daba vueltas, mareada por la sustancia que le habían obligado a inhalar para dejarla inconsciente. Al despertar bruscamente, instintivamente palpó su abdomen en busca de señales de violación o dolor, pero no sentía ningún síntoma. Estaba intacta, vestida como antes y sin marcas visibles.

Desde la oscuridad de la habitación, Marcello hizo un comentario que sobresaltó a Eileen, quien no se había percatado de su presencia.

—No seré tan despiadado como para permitir que abusen de ti o te golpeen. Mi banda es peligrosa, pero solo con aquellos que lo merecen— dijo Marcello.

Él había estado esperando pacientemente a que ella despertara. No había hecho más que velar su sueño desde que sus hombres la trajeron.

Eileen, llena de miedo, volvió a sentirse inundada de desesperación y terror por lo que había vivido horas antes.

—Por favor, no me haga daño. ¿Qué quiere de mí? Déjeme ir, por favor. Le juro que no diré nada de lo que vi. Le suplico que no me haga daño—suplicó Eileen, evitando mirarlo a los ojos para no reconocerlo ni grabar su rostro en su memoria.

A diferencia de ella, Marcello la observó detenidamente. Desde la distancia, notó cómo temblaba y lo aterrorizada que estaba.

—No te haré daño si me cuentas con lujo de detalles todo lo que sabes sobre el regidor— dijo directamente.

—¿Y por qué piensa que sé mucho sobre el regidor?— preguntó Eileen, tomando esa pregunta como un insulto por parte de Marcello.

—¿Te molesta hablar de él? Ya está muerto, no tiene sentido que guardes sus secretos. A menos que tuvieras una relación más allá de lo laboral con él. Te noto más afectada de lo normal— provocó Marcello.

—Fue un ser humano al que le arrebató la vida. Era mi jefe, compartí casi cuatro años con él. ¿Cómo debería estar? ¿Radiante? Además, ahora estoy secuestrada por un grupo de delincuentes que en cualquier momento pueden acabar con mi vida. No sé dónde estoy, me tienen atada como si yo fuera capaz de hacerles daño. Dígame, ¿cómo debería estar? Me salpicó su sangre, ¿Cómo debo mostrarme?— respondió Eileen con rabia.

Marcello se acercó a ella, sintiendo una cierta atracción.

—No tienes miedo, me hablas con sarcasmo— sonrió Marcello, una sonrisa genuina que surgió naturalmente debido a la reacción inesperada de Eileen, quien parecía un gallito de pelea en lugar de estar aterrorizada.

—No me gusta repetir. ¿Vas a contarme todo lo que sepas sobre el regidor, o prefieres sufrir?— cuestionó el mafioso.

—¿Qué quiere saber?— preguntó Eileen.

—Todo— respondió él.

—No sé más que aspectos laborales sobre él—, afirmó Eileen con la cabeza baja.

—Parece que no nos entenderemos así. No te irás de aquí hasta que me des lo que quiero— amenazó Marcello.

—Entonces, dígame específicamente qué quiere que le cuente. Especifíquelo— dijo desesperada.

Realmente no sabía a qué se refería. Ella solo manejaba asuntos políticos del regidor. Ni siquiera entendía el motivo de su asesinato.

—Estás impaciente. Debes calmarte. El regidor ya no te espera. Tienes todo el tiempo del mundo para conversar conmigo— insistió Marcello, convencido de que había algo entre ellos.

—Si hubieras prestado atención o investigado sobre el regidor, sabrías que era felizmente casado y tenía tres hijos— respondió Eileen, cayendo en sus provocaciones.

—¿Y acaso no podrías haber sido su amante?— insinuó Marcello.

—No soy la segunda opción de nadie. No soy un plan B, señor— lo enfrentó.

Hubo un choque de miradas. Surgió una conexión instantánea entre ellos. Era la primera vez que Eileen lo miraba directamente, mientras que él había buscado ese contacto todo el tiempo.

—¿Qué me asegura que tú no tenías nada con él?— preguntó Marcello.

—¿Pero por qué le importa tanto eso? No es bueno en su trabajo si antes de matarlo no se dio cuenta de las cosas que hacía. No lo investigó lo suficiente si no lo siguió durante meses o días. Ahora resulta que quiere que yo le diga lo que usted debería haber averiguado— respondió Eileen.

El miedo parecía haber desaparecido de su sistema, al menos eso es lo que Marcello veía, pero en realidad ella solo quería evitar mostrarse vulnerable.

—No me gusta tener que repetirme. Me dirás todo sobre el regidor, y no es porque no haga bien mi trabajo, sino porque me da la gana que lo hagas. Y no me provoques, no me gusta perder el control, y mucho menos con las mujeres— Marcello volvió a intimidarla.

Eileen no hizo más que callar y bajar la mirada.

—Estarás aquí unos dos, tres o cuatro días, el tiempo que tardes en cooperar. Ve pensando en sus contraseñas, sus propiedades, sus vehículos, sus guardaespaldas, sus cuentas bancarias, sus socios y amigos, e incluso la marca del preservativo que usaba contigo— Marcello volvió a provocarla. Quería ver su reacción.

—Colaboraré en todo para poder salir de aquí lo más pronto posible. Pero le pido que no me falte al respeto. Le dije que no tenía una relación que no fuera laboral con el regidor, y para que avancemos, debe creerme. De lo contrario, no tiene sentido que me tenga aquí— fue firme Eileen.

—Hace unos minutos me pedías que no te hiciera daño, y ahora pareciera que eres tú quien me secuestra. Si no quieres que te falte al respeto de esa forma, ¿Cómo quieres que lo haga?— Marcello se acercó a donde Eileen estaba sentada. Estuvo lo suficientemente cerca como para sentir su respiración agitada. Volvió a encontrarse con su mirada y esta vez, decidió examinar de cerca los rasgos de su rostro.

Notó las pecas alrededor de su nariz y mejillas, las cuales resaltaban en contraste con su piel. Observó un lunar en su labio inferior y unas pestañas largas y abundantes que realzaban su mirada color miel, recordándole la calidez de las avellanas. No pudo discernir si el rubor en sus mejillas era natural o producto del miedo. Sus labios no llevaban maquillaje y su cabello rubio parecía ser natural, con rizos que caían por su rostro y que él deseaba apartar para poder verla mejor.

—Es una lástima que el regidor no haya podido tenerte. Confirma que nunca hizo nada que valiera la pena mientras estuvo vivo. Me alegra que no haya manchado tu cuerpo ni tu espíritu— susurró él en voz baja y pausada.

El corazón de Eileen comenzó a latir más rápido, temiendo que él pudiera escucharlo.

—¿Tienes frío?— preguntó él, sin dejar de mirarla fijamente.

—Voy a pedir que te den comida, que puedas tomar un baño y vestirte con ropa adecuada para el clima. Para que veas que no soy tan malo— se alejó finalmente al percatarse del miedo que le causaba.

—No es necesario. Puedo decirte todo lo que quieres saber sobre el regidor en este mismo momento. Necesito que me dejes ir, por favor — suplicó Eileen.

Marcello asintió por un momento, haciendo creer a Eileen que la entendía.

—Te irás cuando yo lo decida— sentenció.

Sabía que incluso si ella le revelaba lo que le interesaba, no la dejaría ir.

Salió de la habitación en la que la habían encerrado y se reunió con parte de su equipo que había llevado a cabo la misión de asesinar al regidor. Después de hablar con ellos, ordenó que todos se retiraran, excepto sus dos socios, Milena y Augusto.

—Necesito que te encargues de ella. Vístela, acompáñala al baño y dale de comer. Suelta sus manos e intenta hablar con ella para que coopere— se dirigió a Milena.

—Y tú, Augusto, necesito que averigües hasta cuál era su novela favorita. Quiero saber todo sobre ella— ordenó a su otro socio.

—¿Pero por qué? Nuestro plan era simplemente que ella nos diera la información que necesitamos sobre el maldito regidor y luego deshacernos de su cuerpo. No hay necesidad de cuidarla ni investigar sobre su vida personal— cuestionó Augusto, yendo en contra de las órdenes de Marcello. No entendía nada.

—¿Desde cuándo se cuestionan mis órdenes? ¿Prefieren que haga las cosas yo mismo?— respondió Marcello con enojo.

Todos sabían que cuando él tomaba el control, las consecuencias eran desastrosas y aquellos que no obedecían eran castigados.

—¿Qué sucedió ahí adentro? Tú no eres así— preguntó Milena. —¿Qué te dijo ella?— añadió.

Marcello la miró furioso.

—No hagan nada. Yo me encargaré— dictaminó finalmente, decidiendo que sería lo mejor.

Después de verla, sabía que cualquiera podría hacerle daño. Así que nadie más que él tendría acceso a la habitación mientras ella estuviera sola. Conociendo a sus hombres y a sus propios socios, sabía que podrían ser crueles o no tratarla como él esperaba.

Para él, Eileen ya no era solo una rehén.

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