La cabeza de Eileen daba vueltas, mareada por la sustancia que le habían obligado a inhalar para dejarla inconsciente. Al despertar bruscamente, instintivamente palpó su abdomen en busca de señales de violación o dolor, pero no sentía ningún síntoma. Estaba intacta, vestida como antes y sin marcas visibles.
Desde la oscuridad de la habitación, Marcello hizo un comentario que sobresaltó a Eileen, quien no se había percatado de su presencia.
—No seré tan despiadado como para permitir que abusen de ti o te golpeen. Mi banda es peligrosa, pero solo con aquellos que lo merecen— dijo Marcello.
Él había estado esperando pacientemente a que ella despertara. No había hecho más que velar su sueño desde que sus hombres la trajeron.
Eileen, llena de miedo, volvió a sentirse inundada de desesperación y terror por lo que había vivido horas antes.
—Por favor, no me haga daño. ¿Qué quiere de mí? Déjeme ir, por favor. Le juro que no diré nada de lo que vi. Le suplico que no me haga daño—suplicó Eileen, evitando mirarlo a los ojos para no reconocerlo ni grabar su rostro en su memoria.
A diferencia de ella, Marcello la observó detenidamente. Desde la distancia, notó cómo temblaba y lo aterrorizada que estaba.
—No te haré daño si me cuentas con lujo de detalles todo lo que sabes sobre el regidor— dijo directamente.
—¿Y por qué piensa que sé mucho sobre el regidor?— preguntó Eileen, tomando esa pregunta como un insulto por parte de Marcello.
—¿Te molesta hablar de él? Ya está muerto, no tiene sentido que guardes sus secretos. A menos que tuvieras una relación más allá de lo laboral con él. Te noto más afectada de lo normal— provocó Marcello.
—Fue un ser humano al que le arrebató la vida. Era mi jefe, compartí casi cuatro años con él. ¿Cómo debería estar? ¿Radiante? Además, ahora estoy secuestrada por un grupo de delincuentes que en cualquier momento pueden acabar con mi vida. No sé dónde estoy, me tienen atada como si yo fuera capaz de hacerles daño. Dígame, ¿cómo debería estar? Me salpicó su sangre, ¿Cómo debo mostrarme?— respondió Eileen con rabia.
Marcello se acercó a ella, sintiendo una cierta atracción.
—No tienes miedo, me hablas con sarcasmo— sonrió Marcello, una sonrisa genuina que surgió naturalmente debido a la reacción inesperada de Eileen, quien parecía un gallito de pelea en lugar de estar aterrorizada.
—No me gusta repetir. ¿Vas a contarme todo lo que sepas sobre el regidor, o prefieres sufrir?— cuestionó el mafioso.
—¿Qué quiere saber?— preguntó Eileen.
—Todo— respondió él.
—No sé más que aspectos laborales sobre él—, afirmó Eileen con la cabeza baja.
—Parece que no nos entenderemos así. No te irás de aquí hasta que me des lo que quiero— amenazó Marcello.
—Entonces, dígame específicamente qué quiere que le cuente. Especifíquelo— dijo desesperada.
Realmente no sabía a qué se refería. Ella solo manejaba asuntos políticos del regidor. Ni siquiera entendía el motivo de su asesinato.
—Estás impaciente. Debes calmarte. El regidor ya no te espera. Tienes todo el tiempo del mundo para conversar conmigo— insistió Marcello, convencido de que había algo entre ellos.
—Si hubieras prestado atención o investigado sobre el regidor, sabrías que era felizmente casado y tenía tres hijos— respondió Eileen, cayendo en sus provocaciones.
—¿Y acaso no podrías haber sido su amante?— insinuó Marcello.
—No soy la segunda opción de nadie. No soy un plan B, señor— lo enfrentó.
Hubo un choque de miradas. Surgió una conexión instantánea entre ellos. Era la primera vez que Eileen lo miraba directamente, mientras que él había buscado ese contacto todo el tiempo.
—¿Qué me asegura que tú no tenías nada con él?— preguntó Marcello.
—¿Pero por qué le importa tanto eso? No es bueno en su trabajo si antes de matarlo no se dio cuenta de las cosas que hacía. No lo investigó lo suficiente si no lo siguió durante meses o días. Ahora resulta que quiere que yo le diga lo que usted debería haber averiguado— respondió Eileen.