Aquella tarde lluviosa, recuerdo que lo que había pasado esa noche: era una noche llena de erotismo y mucha sensualidad, de pasión desbordada, apenas podíamos contenerla, pensaba que lo inevitable estaba por pasar nuevamente, estábamos sentados en mi café preferido, él solía complacerme en aquéllos pequeños detalles que hacen crecer una relación, la cual apenas comenzaba. Me tenía tomada de la mano, la cual besaba lentamente, como si fuera el postre que se disfruta largamente.
Intenté hacer una conversación fluida con él, pero el solo asentía, me decía simplemente no, o hablaba cortas frases, las cuales me frenaron y por un rato me sentí nerviosa, atrapada de su mano, como si estuviera probando lo fuerte que era, o el poder que tenía sobre mí. Sintió mis nervios, entonces bajo la presión de su brazo sobre el mío, y empezó a besarlo dulcemente.
Asentí, y le besé muy tiernamente los labios, su acento de aquellas tierras ibéricas, me transmitía mucho deseo. El correspondió tiernamente a mis labios, y los besó con tanta ternura como yo lo deseaba, entonces comencé a gemir, el sólo roce de sus labios me estremecían, pero también sentía un poco de angustia: Él era mi jefe.
Pasábamos mucho tiempo en ese café, después de salir del trabajo, íbamos a hablar y conversar de temas sin importancia, sólo estaba presente el deseo de vernos en un sitio que no fuera el hotel. Estábamos asilados en un hotel elegante, eran nuestras oficinas, mientras la organización arreglaba lo concerniente al arrendamiento de una oficina apropiada para nuestros oficios de ayuda a los refugiados y desplazados. La organización para la cual trabajamos no aceptaba idilios o romances entre sus trabajadores, a menos que fuera algo oficial que terminaría en matrimonio. Por el momento no pensábamos en algo tan serio como el matrimonio, pero nos gustábamos y esa era una realidad que había terminado por romper las reglas tan estrictas que teníamos sobre el tema.
Para él no era difícil saber que me gustaba el silencio y la calma, la meditación y los mándalas, sabíamos tanto el uno del otro, que parecíamos amigos o almas conocidas en el más allá. Así, que esa tarde, que llegó hasta la noche, sólo estábamos allí, disfrutando de la presencia del otro, a veces el me besaba las mejillas, las orejas, y rozaba mis labios, yo lo disfrutaba tanto que gemía, él escuchaba mis gemidos, como luego yo me tensaba. Yo podía ver como él disfrutaba de una erección, pero, en ese momento solo estábamos disfrutando del comienzo de una noche apasionada, de solo tenernos el uno al otro.
Soltó mi mano por unos momentos, mientras pedíamos algo para cenar, pasaba su mano por entre mis muslos, mis piernas gruesas, y solo me pedía tranquilidad. Yo me tensaba y estaba a punto, no soportaba más el deseo. Mientras más tranquilidad me pedía, más deseosa me sentía de él. Lo prohibitivo a veces puede ser muy estresante, a veces es imposible, seleccionar lo que se desea.
Ese día usaba jeans y la franela de la organización, tenía mis panty de encajes y mi sostén de encajes rojo que contrastaba con mi piel canela. Creo que adoraba mi ropa interior, porque me la arreglaba con mucha delicadeza, como cuando dejas caer un tiro del sostén, y él me lo llevaba a su sitio.
Esa noche, el me llevó a mi habitación como siempre lo hacía, teníamos todos nuestros accesorios e instrumentos de trabajo en las habitaciones, así que era normal, ver a mi jefe en mi habitación. Cerró la puerta con cerradura, y comenzó a besarme, de manera muy cálida, sus labios húmedos, pasaban por mi pelo, mis mejillas, mi cuello, mientras él escuchaba mis gemidos, seguía besándome con más pasión, me quitó la franela de la organización, y tocó mi hueso supra terrenal y mis senos redondos, con aureola grande y pezones marrones, sintió que estaba llegando a un primer orgasmo, chupando mis pezones, de una forma tan deliciosa que no puedo recrear en este diario, al escucharme gemir fuerte y más fuerte hasta que tuve el primer orgasmo, yo me así de su cabellera, de su cuello, clavándole mis uñas rosadas.