Mariana Suárez estaba sentada en su oficina, observando la ciudad a través del enorme ventanal de vidrio. Su mirada era decidida, como siempre, pero hoy algo había cambiado. Estaba a punto de tomar una decisión importante para la empresa, y la presión, aunque familiar, la apretaba más que nunca. Sin embargo, no lo mostraría. Nunca lo haría.
El teléfono sonó, rompiendo el silencio en la habitación. Mariana no dudó ni un segundo antes de contestar.
-¿Mariana? -la voz al otro lado de la línea era la de su asistente, Clara-. La junta está esperando.
-Voy para allá -respondió Mariana con firmeza, guardando su teléfono en el bolsillo y ajustando la chaqueta. Era joven, pero su presencia imponía respeto. Nadie dudaba de su capacidad para tomar decisiones bajo presión, aunque solo tenía 28 años.
Al llegar a la sala de juntas, los ejecutivos de la empresa ya estaban sentados, esperando. Algunos miraban sus relojes, otros revisaban sus teléfonos, pero todos se detuvieron al verla entrar.
-Buenos días, Mariana -dijo Javier, el director de operaciones, levantándose de su asiento-. Estábamos a punto de comenzar.
Mariana asintió sin decir una palabra. Su mirada se movió rápidamente entre ellos, evaluando a cada miembro del equipo. Eran buenos, lo sabía, pero también había algo que no podía dejar pasar. Su empresa, una agencia de marketing digital en pleno crecimiento, dependía de cada una de sus decisiones.
-Quiero que nos centremos en la propuesta de expansión para este trimestre -dijo Mariana, sin preámbulos-. Pero antes de seguir, necesito saber quién está comprometido con esto y quién solo está aquí para recibir su salario.
La pregunta colgó en el aire, cargada de tensión. Los ejecutivos intercambiaron miradas nerviosas. Algunos no podían ocultar su incomodidad. Mariana no esperaba menos. Siempre había sido directa. No tenía tiempo para rodeos.
-Estamos comprometidos, Mariana -respondió Clara, con una ligera sonrisa. Ella era una de las pocas personas en la que Mariana confiaba completamente.
Mariana la miró, evaluando su sinceridad. Después de un momento, se sentó y señaló la pantalla del proyector.
-Este es el plan que quiero que implementemos -dijo, señalando las cifras y las estrategias que ya había preparado. La pantalla se llenó de gráficos, proyecciones y análisis de mercado-. Pero para eso, necesito saber que todos están listos para tomar riesgos. No voy a liderar una empresa de marketing digital si no somos capaces de innovar.
La sala se quedó en silencio por un momento. Sabían que Mariana no jugaba a lo seguro. Ella había sacado a la empresa de varias crisis con decisiones arriesgadas, pero siempre con una visión clara. No había lugar para la duda, ni para la indecisión. Solo para el compromiso total.
-Mariana, con todo respeto -intervino Javier-, este es un mercado competitivo. Necesitaremos más recursos para implementar tus propuestas.
Mariana lo miró fijamente, su expresión sin cambiar. Había escuchado ese tipo de comentarios demasiadas veces. La mayoría pensaba que ella era una idealista, una joven que no comprendía la magnitud de los sacrificios necesarios.