Una ola de calor azota Buenos Aires, siendo las 3 de la madrugada, en el último cuarto de la Mansión Balmaceda intenta conciliar el sueño uno de los empresarios de la construcción más importantes del país. Con sólo 23 años y siendo el mayor de los hermanos, Alexander había heredado la constructora de la familia luego de que sus padres perecieran en su viaje de segunda luna de miel justo cuando él se encontraba terminando la carrera de Administración de Empresas en la Universidad de Buenos Aires.
En cuatro años había logrado varias licitaciones, estando al frente de importantes edificaciones del país, una de ellas era la edificación de casas para un barrio privado recientemente establecido en la zona de Nordelta.
Sus activos iban en aumento y con ello el amor. Había conocido a Mariana, su mujer en la universidad y desde entonces había hecho lo suficiente para enamorarla. Ella venía de una familia de clase media alta. Sus padres tenían una cadena de restaurantes en algunas provincias del país y gracias a ello podían darse una vida estable, sin necesidades.
La boda había sido de ensueño y como luna de miel hicieron un tour por Europa. Recién a la edad de 25 años decidieron casarse y la propuesta fue a los pies de la Torre Eiffel. Durante dos largos años estuvieron disfrutando de su matrimonio, viajando por el mundo e intentando quedar embarazos. El asunto es que ella tenía problemas de fertilidad por eso se había sometido a un tratamiento en el que luego de varios intentos, por fin lo había logrado, pero si alguien le hubiera dicho que no llegarían a poder acunarlo en brazos esa mañana no hubieran asistido jamás a aquel supermercado.
El reloj marca las 4:30 de la madrugada y es evidente que las pastillas para dormir no hacen efecto por lo que se remueve en su cama, completamente empapado por la sudoración mientras se mueve de un lado al otro diciendo ciertas palabras que apenas se le pueden entender.
—No, no entren. No entren.
El ceño se frunce, la respiración parece faltarle, los ojos se le llenan de lágrimas y aun así lucha contra el fantasma de aquella pesadilla que no le permite despertar.
—No, no… por favor no.
El sueño lo atormenta desde aquel día en el que su vida, se tornó un verdadero infierno.
Habían asistido a un supermercado a comprar unos productos para su nuevo hogar. Hacía pocos días se habrían mudado a una casa más grande y con tanto trabajo no pudieron hacerse el tiempo de comprar todo lo necesario.
Mientras esperaban en la caja para pagar ella siente como su bebé le da unas pataditas dentro de su vientre y toma la mano de su esposo para que sienta como se mueve el feto.
Todo era alegría y risas e incluso algunas mujeres mayores y la cajera les preguntaban para cuando esperaban y si ya habían escogido el nombre a lo cual ambos respondían con orgullo que sí, que se llamaría Matteo.
El descuido del de seguridad, hizo que dos jóvenes que no pasaban los 20 años ingresaran al sitio y abrieran fuego sin deparar en la cantidad de personas que había en el lugar entre los que estaban, abuelos, niños y mujeres embarazadas, entre ellas, Mariana de Balmaceda, la mujer del empresario de la industria de la construcción más importante e influyente del país.
Ni bien ingresaron los malhechores, Alexander se apresuró por cubrir a su esposa abrazándola en el vientre, pero esto hizo pensar mal a uno de los delincuentes y enseguida de un culatazo hizo que cayera al suelo.
—¡¿TE QUERÍAS HACER EL VIVO?! ¡IMBECIL!—. Grita apuntándole con el arma mientras ella, en estado de shock llora y se abraza a su hijo. —¡¿QUÉ TE QUEDAS AHÍ?!—. La apunta.
—Por favor, está embarazada. Aquí ha mucha gente mayor y niños. Tomen todo y váyanse.— dijo una de las cajeras.
Los dos jóvenes ladrones estaban completamente perdidos por las drogas, por lo que no escuchaban ni eran conscientes de lo que estaban haciendo.
El haberse metido, a la cajera, le costaría caro, porque uno de ellos le apuntó a sus piernas y sin mediar palabras le disparó, haciendo que todo fuera un griterío y que los que estaban de pie se recostaran.
Muchas personas llorando y algunos aprovechando para llamar a la policía, sin saber que eso, les costaría la vida.
Cuando un tal “Tincho” de los atracadores se da cuenta de ello, acerca su revolver a la espalda de un adolescente que marcaba en su celular el 911 y de un solo disparo acaba con su vida.
—¡VAMOS! ¡ENTREGUEN TODO A MI COMPAÑERO SI NO QUIEREN TERMINAR EN UN CEMENTERIO!—. Amenaza apuntándoles mientras el otro hombre pasa con una mochila para robarles todo.
—Tranquila mi amor, no dejaré que te suceda nada.— le promete y para su mala suerte ese tal Tincho los escucha.
—¿Qué prometes?— y apoya el revolver en la cabeza de la mujer quien llora desconsolada.
—¡POR FAVOR, NO LE HAGAS DAÑO!—. Grita, pero el tipo no lo mira, solo sonríe mientras acaricia el rostro de la mujer con el revolver.
—Shh… bonita.— y se lo mete en la boca y hace gestos lascivos
El empresario no puede soportar tanta humillación y se ciega. De pronto se abalanza con el delincuente y empiezan a forcejear cuando de pronto un disparo hace eco en todo el supermercado.
—¡ALEX!—. Grita la mujer quien abraza su vientre y sin importarle nada se acerca a su esposo creyendo que le había dado un balazo, pero lo cierto es que no fue a él a quién se lo pego sino al joven atracador.
—¡TINCHO! ¡TINCHO!—. Grita, desesperado el otro joven quien se acerca y nota que solo le ha pegado en la pierna. - ¿estas bien? – pregunta, preocupado.
—Si, si ¡ESTE INFELIZ HIJO DE PUTA ME PEGO UN TIRO EN LA PIERNA!—. Arranca una tira de su remera para atarla a su miembro y detener la hemorragia.
El chico estaba cegado por la bronca y desesperado por el dolor. Las drogas inhibieron sus sentidos y la razón desapareció. Ellos no acostumbraban a lastimar a sus víctimas y aunque vivían drogados, habían mezclado varias pastillas por lo que no estaban en sus cinco sentidos cuando fueron a robar a ese establecimiento.
Con dificultad el herido se pone de pie y acercándose a la esposa de quien le disparó es que comienza a golpearle la cabeza con la culata de la pistola. De nuevo en el forcejeo recibe un disparo en el brazo por lo que, ahora sabiendo que la policía está cerca y deben huir, decide apuntarle en la cabeza y preparar para tirar.
—Por favor, está embarazada no le hagas daño. Fui yo quien te lastimó, mátame a mí.— pide el empresario mientras se arrodilla y toma la mano de su esposa embarazada de 8 meses. A ultimo momento cambia de idea y decide que, para hacerlo pagar es más fácil matarlo, pero el sufrimiento le dudaría un segundo, por lo que decide ser cruel.
Apunta a su vientre y sin mediar palabras ¡PUM! Un disparo destruye la vida de esta joven pareja.