"Mi cuerpo será tu espada, mi vida será tu escudo." "Desde este día y hasta mi último aliento, lucharé a tu lado." "Unidos como uno, en cuerpo, alma y espíritu." Miguel Arcángel recitó con voz tenue el juramento que milenios atrás hizo ante el creador y en presencia de sus hermanos, habían pasado por tantas cosas juntos, lucharon tantas batallas cuerpo a cuerpo, siempre cubriéndose las espaldas, siempre uno al lado del otro. Había jurado permanecer con ellos por toda la eternidad y estaba a punto de romper esa promesa. ¿Algún día lo perdonarían? Ya no importaba, ya no había marcha atrás. El arcángel se quitó el abrigo de piel, el cinturón con la espada y la muñequera con el escudo, el sonido metálico de los objetos al tocar el piso de mármol rompió el ensordecedor silencio de los cielos. Con una enorme carga sobre su corazón, miro atrás por última vez, el sol se escondía más allá del horizonte, bañando el cielo con sus colores cobrizos, la imagen de Hemah llego hasta su mente. Le sonrío con ternura, cerró los ojos y salto al vacío.
Miguel dio otra vuelta por el salón principal del penthouse que él y sus hermanos usaban cuando debían pasar mucho tiempo dentro del mundo terrenal debido a las constantes misiones que les eran asignadas, sus pesados pasos resonando por todo el salón. El cabello rubio cayendo de forma despreocupada sobre su frente y hombros, los ojos verdes llenos de preocupación y furia a partes iguales, los músculos tensos, la mandíbula apretada, los rasgos desencajados por la necesidad de salir y golpear algo, o a alguien.
Estaba molesto, cansado, preocupado y absolutamente seguro de que Zadkiel había desaparecido a propósito, solo para molestarlo a él y al consejo.
Y es qué así era su hermano, incapaz de acatar órdenes sin importar de quién venían, y desde luego tampoco dejaba a nadie decirle que hacer. Era un verdadero caso perdido, rebelde, impredecible y totalmente narcisista. La mayor parte del tiempo resultaba imposible saber qué haría después, pero era su hermano a fin de cuentas, y su deber como el mayor de ellos era mantenerlo a salvo y dar la cara por él.
Cuatro semanas atrás, Zadkiel había salido a cumplir una encomienda directa del Consejo Celestial de Ángeles, de la que ni él ni sus hermanos tenían conocimiento. Durante los primeros días en el campo contactaba con ellos todos los días, pero habían pasado dos semanas desde su última llamada, ninguno de los seis era capaz de percibir la energía de su hermano y eso solo podía significar una cosa; problemas.
Así era siempre, Zad era enviado a cumplir una misión y si no volvía dentro del tiempo pactado, era seguro que se había metido en algún problema del que él y sus hermanos tendrían que encargarse personalmente. Era un verdadero fastidio. Y con todo y su buena memoria, Miguel era incapaz de recordar cuantas veces antes tuvo que recibir una patada en el trasero por culpa de su hermano.
Después de todo, el comportamiento de la legión de arcángeles al servicio del creador de todo y el cumplimiento de las misiones, eran su responsabilidad como miembro del CCA y General de la Hermandad de los Siete Caballeros, y lo aceptaba de buena gana. Miguel era del tipo de persona que seguía las reglas al pie de la letra, pero esa situación de estira y afloja en la que lo sumergía Zadkiel cada vez que se le asigna una misión sencillamente ya lo estaba cansando. Su eterna paciencia se agotaba con cada nuevo problema en el que se veía envuelto por culpa del más rebelde de ellos y juraba con fervor que esta vez lo haría pagar por su irresponsabilidad.
"Maldición Zad" Miguel frotó sus parpados con desazón y dejo caer el peso de su enorme cuerpo contra la pared, a un lado de la alta cristalera que le permitía ver gran parte de la ciudad y sus luces nocturnas. A su mente acudió la última vez que hablo con su hermano. Fue justo antes de que bajara a cumplir su misión. Miguel estaba molesto porque el resto del CCA lo había dejado fuera del asunto, era la primera vez que convocaban a uno de sus hermanos sin consultarlo con él primero y eso lo hacía desconfiar de las intenciones del Consejo. Miguel no dejaba bajo ninguna circunstancia que sus hermanos fueran enviados a misiones en las que su seguridad se viera comprometida más de lo necesario y el CCA lo sabía condenadamente bien. Ahí estaba, según creía, la razón detrás de su exilio.
La mirada sombría de Zadkiel la noche anterior a su partida le había dejado un vacío en la boca del estómago que comenzaba a doler como el infierno.
-No tienes que ir. -Le había asegurado cuando se encontraron en ese mismo lugar. Pero ambos conocían demasiado bien el funcionamiento interno de las jerarquías celestiales y sabían que habría consecuencias muy graves para todos si uno de ellos se atrevía a negarse a cumplir sus encomiendas. Zadkiel lo miro directo a los ojos, su mirada castaña y profunda como el mismo cielo nocturno le perforo el alma, Miguel supo entonces que su hermano se estaba despidiendo y lo que más le pesaba era que no podía hacer nada para detenerlo.
-La noche está muy agradable allá afuera, -comentó Zadkiel con la mirada pérdida más allá de la ventana.
-Zad... -comenzó a decir Miguel. Pero el nudo que se formó en su garganta ahogo las palabras antes de que pudiera expresarlas.
-Cuida que no pateen tu culo mientras no estoy, -dijo Zadkiel volviéndose una vez más hacia su hermano, le dio un par de palmadas sobre el hombro y desapareció en una nube de humo negro con olor a tabaco, whiskey y roble.
"¡Dos semanas, Zad... maldita sea, ya son dos semanas!" Miguel volvió a frotar sus parpados con los dedos índice y pulgar, estaba a punto de colapsar debido al cansancio, llevaba varios días sin comer ni dormir por dedicarse de lleno a buscar a su hermano. Pero no era momento de lamentarse, volvió a su paseo por el salón mientras repasaba una vez más los lugares a donde Zadkiel solía ir después de sus misiones. Ya todos habían sido revisados; las casas de aquellas mujeres a las que gustaba de visitar cuando se sentía de humor, las otras residencias de seguridad, los bares, las cantinas, los burdeles, las iglesias, los templos paganos, incluso preguntaron en el bajo mundo. Pero no encontraron nada, todos los caminos conducían a otro callejón sin salida, Zad parecía haber sido borrado de la faz de la tierra, cosa que Miguel se negaba con todas sus fuerzas a creer, de algún modo estaba seguro de que si Zad estuviera muerto él lo sabría. Después de todo, su vínculo de sangre era más fuerte que el mismo infierno.
-¿Alguna noticia? -Preguntó Rafael interrumpiendo los oscuros pensamientos de su hermano mayor.
Miguel negó con la cabeza y retomó su paseo por el salón, sentía que se iba a volver loco si se quedaba quieto por tan solo un segundo, sus hermanos continuaban buscando sin parar y él tenía que calmarse y pensar con claridad; culparse por no detener a Zadkiel no ayudaba en nada, lo único que realmente importaba era traerlo de vuelta a casa en una sola pieza y por el infierno que iba a encontrarlo y a romperle la cara él mismo en cuanto lo tuviera enfrente.
-¿Quieres que indague un poco más con nuestros "amigos"? -Rafael hizo especial énfasis en la última palabra, ya que se refería a gente no muy amigable. Miguel se detuvo a mitad del salón y miro a su hermano. La mirada color miel de Rafael, siempre calma, siempre serena, le devolvió un poco de la fe que había perdido, asintió una sola vez, bastante consciente que eso les iba a traer muchos problemas, pero las opciones se les terminaban y quizás esa era su última esperanza.
-Perder la fe no es una opción. -Le recordó Gabriel desde debajo del marco de la puerta que separa el salón de la cocina. El arcángel saludó con un movimiento de la mano a Rafael, justo antes de que este se desvaneciera en el aire, dejando atrás nada más que un dulce aroma a canela y sándalo.
-¡Infiernos! Se ha vuelto demasiado bueno en eso. -Exclamó sorprendido. Rafael era el único de ellos siete que era capaz de destellar sin parecer una bomba de humo.
-¿Traes alguna noticia? -Preguntó Miguel, completamente ajeno al comentario de su hermano.
Gabriel negó con la cabeza y se pasó una mano por el cabello con frustración.
Miguel volvió a frotar sus parpados, su cabeza estaba a punto de estallar. Había llegado el momento de recurrir a un poder por encima del suyo, aun si eso iba en contra de toda regla establecida, era hora de tomar medidas desesperadas, porque Zad era un bastardo desagradecido y molesto, pero nunca desaparecería por tanto tiempo sabiendo que ellos removerían el infierno de ser necesario para encontrarlo.
-¡No lo hagas! -Advirtió Gabriel adivinando sus intenciones. Su mirada, siempre llena de alegría, se volvió más bien sombría al tomarlo del brazo antes de que desapareciera.
-Es la única forma. -Aseveró tirando de su brazo y así liberarse del agarre de su hermano.
-¡No es verdad y lo sabes! -Espetó indignado. -¿Crees que el resto de nosotros no sentimos lo mismo que tú?, ¡es nuestro hermano también, maldita sea!, y juro por los cielos que no dejaremos piedra sin revisar hasta traerlo de vuelta.
La seguridad en la voz de Gabriel consiguió calmar un poco la avalancha de ideas que se formaba en la cabeza de Miguel, pero no lo suficiente como para detenerlo.
Otros libros de Mystisk
Ver más