Amor Sacrificado
misiones que les eran asignadas, sus pesados pasos resonando por todo el salón. El cabello rubio cayendo de forma despreocupada sobre su frente y hombros, los ojos verdes
nte seguro de que Zadkiel había desaparecido a p
acer. Era un verdadero caso perdido, rebelde, impredecible y totalmente narcisista. La mayor parte del tiempo resultaba imposible saber
manos tenían conocimiento. Durante los primeros días en el campo contactaba con ellos todos los días, pero habían pasado dos semanas des
n algún problema del que él y sus hermanos tendrían que encargarse personalmente. Era un verdadero fastidio. Y con todo y su bue
eros, y lo aceptaba de buena gana. Miguel era del tipo de persona que seguía las reglas al pie de la letra, pero esa situación de estira y afloja en la que lo sumergía Zadkiel cada vez que se le asigna una misión sencil
ano. Fue justo antes de que bajara a cumplir su misión. Miguel estaba molesto porque el resto del CCA lo había dejado fuera del asunto, era la primera vez que convocaban a uno de sus hermanos sin consultarlo con él primero y eso lo hacía desconfiar de las intenci
su partida le había dejado un vacío en la boca de
ían que habría consecuencias muy graves para todos si uno de ellos se atrevía a negarse a cumplir sus encomiendas. Zadkiel lo miro directo a los ojos, su mirada castaña y profun
afuera, -comentó Zadkiel con la mi
udo que se formó en su garganta ahogo las
una vez más hacia su hermano, le dio un par de palmadas sobre el hombro
una vez más los lugares a donde Zadkiel solía ir después de sus misiones. Ya todos habían sido revisados; las casas de aquellas mujeres a las que gustaba de visitar cuando se sentía de humor, las otras residencias de seguridad, los bares, las cantinas, los burdeles, las iglesias, los templos paganos, incluso preguntaron en el bajo mundo. P
el interrumpiendo los oscuros pe
inuaban buscando sin parar y él tenía que calmarse y pensar con claridad; culparse por no detener a Zadkiel no ayudaba en nada, lo único que realmente im
se detuvo a mitad del salón y miro a su hermano. La mirada color miel de Rafael, siempre calma, siempre serena, le devolvió un poco de la fe que había perdid
a el salón de la cocina. El arcángel saludó con un movimiento de la mano a Rafael, justo antes de
amó sorprendido. Rafael era el único de ellos siete que
ntó Miguel, completamente ajen
a y se pasó una mano por
el suyo, aun si eso iba en contra de toda regla establecida, era hora de tomar medidas desesperadas, porque Zad era un bastardo desagra
es. Su mirada, siempre llena de alegría, se volvió más bi
irando de su brazo y así liber
no sentimos lo mismo que tú?, ¡es nuestro hermano también, maldita sea!, y ju
poco la avalancha de ideas que se formaba en la cabeza