La traición del prometido: La venganza de la bailarina
Torr
esonó en el aire
capar un suspi
los gatos callej
o una mano despectiva ha
rga
en mis palmas, el dolor agudo una bienvenida distracción. La tela de mi pijama estaba rota, y
nté, mi voz inquietantemente tranq
e Diego se
ado con algo cuando te
acificador, se apres
semana! Deberíamos hacerte una fies
cariñoso hermano y novio. Después de que llegó Isabela, mis cumpleaños se convirtieron en una idea de último momento, un pastel compartido después de
as -dije r
prometieron, para mostrar al mundo que
ndo constantemente. Isabela no se veía por ninguna parte, supuestamente "recuperándose" en casa de una amiga. El día
colocando la c
diamantes, llamat
l coche est
o ya pegado a la oreja. Dejó su otro tel
otegido con contraseña. En la pantalla había un chat grupal. El nombre
ando en un restaurante con estrellas Michelin. De compras en Masaryk. Isabela, con un vestido idéntico al que me habían comprado, sostenía un delicad
estido que me habían traído era una imitación barata, un regalo gratuito con la compra de la bou
fono. Lo volví a colocar mecánicamente en la mesita de
vino a ayudarme a
s son demasiado feos para un
ostro una máscar
difícil
. Me pusieron el vestido de tod
go y Carlos estaban pegados al lado de Isabela, su risa tintineando mientras se aferraban a cada una de sus palabras
Un jadeo colectivo recorrió la multitud. Las copas de cristal
ente gritaba y se apres
muy abiertos por el miedo. Por una fracción de segundo, ambo
y condenatorio, se dieron la v
a Is
llevándola, medio arrastrándola hacia la
éndola girar. Caí al suelo, mi cabeza golp
gran sección del techo decorativo se
escuché un grito
Ab
Un último pensamiento inútil para la
o cuando una tonelada de yeso
o de metal estresado. Estaba atrapada, una viga pesada sobre mi
na cortó la oscu
revivientes!
Iluminó a unos metros de distancia, donde Diego y Ca
vez. ¿A quién sacamos primero? La mujer en la silla de ruedas es
Este era el momento
su rostro páli
u voz era fría, dura
a Isabel
ró. Solo miró a I
o. No después de lo qu
e, me había lanzado tras ella sin pensarlo dos veces, sacándola a un lugar seguro mientras un trozo de escombro flotante me abría el brazo. Pero en el caos, todos habían
Se había bañado en su inmere
écada de afecto sesgado, de favoriti
s de una disculpa miserable, a
sellando mi destino
alejaron de mí.
preciosa muñeca de porcelana lejos de los escomb
ificio en ruinas. La viga sobre mi pecho se movió,
luta y final, me t