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El fragmento ámbar 2: La extinción del fuego

Capítulo 5 4

Palabras:2910    |    Actualizado en: 07/02/2023

ÍTU

ierda, y en menos de lo que se tarda en pestañear, su mano tensó la cuerda del arco que sostenía y la flecha que en ella reposaba salió disparada como un rayo hacia el lugar donde se había oído el sonido. Un instante

su flecha clavada en la base del tronco de un árbol moribundo. La arrancó de un tirón y la guardó de nuevo en el carcaj que colgaba de su cadera con semblante apesadumbrado. Caminó algunos minutos más hacia el interior del bosque, tratando de encontra

, pues caminar buscando constantemente rastros y huellas tomaba muchísimo más tiempo que hacerlo a paso ligero como hacía él en el camino de vuelta. A

ver cómo los milicianos de la guardia habían comenzado a cerrar las puertas de la villa, no estaba preocupado. La mayoría de los que servían en la milicia eran amigos suyos desde la infancia, y respecto a los que no conocía de forma tan personal, sabía por lo menos el

l cabello del mismo color negro azabache que Aruldar, aunque con la diferencia de que lo llevaba un tanto largo y despeinado, mientras que él lo llevaba corto al ras. También lucía algo más de vello facial, pues sus mejillas estaban ya recubiertas de pelo oscuro mientras que Aruldar no lucía más que una leve somb

ludó Garon cuando

la caza? ¿Has

zbajo, hizo un g

con más hambre que carne —res

la cabeza con resignac

gunos compañeros de la milicia murmuraron palabras de acuerdo—. Ayer mi abuelo tuvo que quemar o

ueles con nosotros… —respon

ativo, las calles adoquinadas, mientras a su alrededor la noche y el frío invadían Halon más rápido de lo que él podía avanzar. Al cabo de unos minutos de subida, pues la c

nado, varios más desde el último cerdo salvaje. Llevaba semanas sin cazar más que conejos, ardillas y aves de diminuto tamaño. «Hoy ni siquiera eso», pensó. Y cada día, al llegar ante la puerta de su casa, sentía el mismo pesar que lo rodeaba y lo aplastaba como un ma

e que pudiera accionar la manilla de la puerta, la madera cedió hacia dentro, haciéndole perder ligeramente el equil

el hombre recobrando el equil

ar, padre —respondió Ar

la jornada? ¿H

detuvo a media frase y bajó también la cabeza, emitiendo un ligero suspiro. Unos inst

o —dijo a la vez que cerraba la puerta

ar el arco en el

profesión desde niño. Su rostro, anguloso y de facciones duras, se mostraba la mayor parte del tiempo ceñudo y abstraído. Aruldar no se parecía mucho a su padre, pues la forma de su rostro era más bien ovalada, algo que, según le habían dic

abetos que, desde la fundación de la villa, había sido explotado por sus habitantes para la obtención de madera. Había allá un aserradero cuyo dueño se encargaba de talar árboles del bosque y acercaba los troncos al taller donde, por el precio adecuado, se encargaba de trocearlos y prepararlos para vender a los vecin

conferido un físico privilegiado, con una fuerza y un aguante fuera de lo común. Una vez llegaron al lugar encontraron al leñador del pueblo en la parte de atrás, cortando troncos con un gran serrucho. Conversaron con él brevemente y le dieron algunas monedas, tras lo que Aruldar y Alaric se fueron hacia

, p

ó con la cabeza, levantand

mor de lo

lado de esto muchas veces, padre. Lo dijo el

endo con un bufido furioso y le entregó la herramienta a su hijo. Aruldar asintió con aprobación, enarboló el hacha y la descargó contra el tronco de pino, produciéndole un profundo c

nar los dedos. Los sanadores, al examinárselas, le habían prohibido terminantemente que volviera a ejercer cualquier trabajo que requiriera su uso bajo la advertencia de que, si lo hacía, podía llegar a perderlas. Y eso, en cierta medida, le

hazo, Aruldar decidió distraer la m

las astillas saltaron—. Que su abuelo ha tenido

raba, Alaric emitió u

ia el cielo

inará esto? ¿Cuándo dejarán los di

acha se hundió en el tronco—. Parece como

con la cabeza y cruzando los brazos—. Esta tierra se muere. Los dioses la han aban

tomó un respiro. Su frente estaba empapada y sentía un leve cosquilleo en los mú

que ocurrirá e

esta durante unos minu

ió—. Pero si esta tierra está realmente agonizando… ento

Girith ocurre lo mismo, padre. O al menos así di

sando si debía decir lo que tenía en mente. Sin embargo, tras ded

escuchar, hijo —comenzó—. Pero cuando yo e

empos de los Yinn, aquellos seres que acompañaron a los hombres desde el

Yinn, padre —respondió Aruldar

de quiero llegar. Mi abuelo me contaba una historia que su abue

xionó durante

escuchado —ter

oy en día no es un

de mis abuelos y de los abuelos de estos era bastante conocido. En él se cuenta la historia de Serbal,

ir que le servía… vino

seres de carne y hueso, iguales que nosotros —respondió su padre—.

abe muy bien por qué, le queda grabada en la mente. Desde que escucha esa palabra no puede parar de pensar en ella. Resuena en su

abra? ¿Qu

spondió Alaric—. Pocos la recuerdan ya, y cada

alabra te di

emoria, hasta que de pronto el recuerdo par

jo—. Esa er

uldar—. ¿Y qué tenía e

a magia, un poder especial. Cada vez que la escuchaba se le evocaban visiones. Visio

a, comienza a estudiar el misterioso lenguaje de los Yinn de forma secreta, tratando de descifrar s

estaba p

Alaric—. Que su poder estaba en las palabras, y aquel que lo aprendiera

r el significado de aquella palabra que le perseguía y lo

o des

más conseguirlo, fue descubierto por los Yinn, por l

e descubrió? ¿Cuál e

la pa

ugo, y este fue el que dio a conocer su historia —respondió Alaric—

ra t

s que lo habitan. Esta leyenda ha pasado de padres a hijos como lo que es, un cuento para asustar a los niños demasiado curiosos… pero hay algunos que pie

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