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El fragmento ámbar 2: La extinción del fuego

Capítulo 3 2

Palabras:6211    |    Actualizado en: 07/02/2023

ÍTU

o hubiera nacido, la ciudad había llegado a ser una de las más grandes e importantes urbes del reino de Aeldra. Sin embargo, hacía ya décadas que la había afectado un

atrás; Cylantis era la antigua sede de la organización conocida como el Círculo de Hechicería. Antaño un poderoso gremio de magos, se había convertido en los últimos tiempos en una organización atávica y vestigial, p

bía sido el caos el que había tomado el relevo en el gobierno. Cerca de la mitad de los barones y nobles que antaño sirvieron a los Gavain habían seguido a Alastor Lancesvil levantándose en armas y celebrando la muerte del rey, al que llamaban tirano y marioneta de los Yinn. En cuanto a los nobles que no se habían unido a la rebelión, se dividían en dos facciones; por un lado estaban lo

uelta, y Cylantis era una de aquellas ciudades. A pesar de que no era ni la mitad de majestuosa que había sido en el pasado, seguía siendo una gran ciudad con un gran número de habitantes, y la batalla había sido dura. Sin embargo, según los informes que había

onde se atendía a los heridos y los tullidos, así como diversas carretas que transportaban montones de cadáveres carbonizados y medio putrefactos. El olor de los cuerpos en descomposición le hizo arrugar la nariz, pero no permitió que el

cas ventanas que quedaban estaban agrietadas y llenas de polvo. Aquella torre, antaño magnífica y colorida, era conocida como la Torre del Círculo, aunque a pesar de la decadencia del gremio mágico en las últimas décadas, ahora la llamaban la Torre de Morkana en honor a su último líder, quién desde hacía años vivía en la torre solo, aislado del

bservó con atención; la puerta no tenía pomo, aunque sí una cerradura diminuta y redondeada. Alastor la empujó con una mano pero no cedió. Dio unos pasos atrás y se rascó la bar

oclamó hacia los barrotes—. Y estoy

. Su pensamiento se quedó a medias a la par que cruzaba la puerta abierta, ya que al otro lado tropezó con una figura espig

tor? Por los dioses y el Abismo,

acia el hombre que había hablad

Morkana. Yo

ia la verja, un

r. La magia es demasiado valiosa como para utilizarla en nimiedades como esta, y más cuando una llave de buen hierro puede hac

de la verja que había quedado abierta. Con desconfianza

al cabo de unos instantes Morkana s

—respondió a su vez Alastor—.

ltó un buf

sus espías están por todas partes. Informadores infiltrados e

ses, debe haber decenas de ellos por aquí ahora mismo. ¿Sabes cuántas veces han intentado matarme en los último

Ci

oc

r doce veces? —Alastor

onfianza—. Y aunque he matado a todos los que lo han intentado, no me voy a arriesgar

za en el exterior, por lo que cerró la puerta de la verja y giró la llave en la cerradura,

—dijo—. Tenemos mu

y Alastor lo hizo tras él

a la altura de la nuca, no presentaba una sola cana. Y sin embargo, el general sabía con certeza que aquel aspecto no se correspondía con la realidad, pues lo cierto era que el hechicero había vivido ya una l

n emb

una vejez que no podía apreciarse a simple vista, pero cuya existencia era evidente para un ojo avizor.

rior de la torre. Morkana las empujó y entró, manteniéndolas abiertas para que Alastor cruzara. Cuando lo hizo, el hechicero cerró las puertas con llave a sus espaldas, asegurándose también varias veces de que no se abrirían. El interior de la torre era oscuro y lúgubre, aunque las pocas ventanas que no

arias generaciones se habían reunido, nutriéndose las unas de las otras. Sin embargo, el lugar en el que el general se encontraba no parecía ni la sombra de aquella cuna cultural de la que tanto había oído hablar, sino que no parecía más que un edificio en ruinas. El suelo estaba sucio, lleno de escombros por doquier. Algunas partes del techo y de los muros habían caído, y entre las grietas de las baldosas del suelo cre

donde había unas escaleras de caracol de hierro oxidado que ascendían hacia los pisos superiores. Morkana permitió el paso a su acompañante, que después de un ins

te muevas. Esto toda

en un idioma que Alastor no conocía. Pasaron unos segundos de silencio sin que nada ocurriera. Morkana aguar

¿Morkan

cortó el hechi

e la escalera para no perder el equilibrio. Cuando miró hacia abajo vio cómo el suelo se alejaba de ellos, pero pasados unos s

reía con sa

e? Llevaba año

a como para usarla en nimiedades?», pensó con sarcasmo, aunque de

lectura arruinadas, estancias que antaño debieron ser comedores, dormitorios… y todos ellos en un estado de abandono más que evidente. Cuando la escalera se detuvo al final del recorrido, Morkana s

ancas que, dispuestas de manera irregular, producían un extraño efecto visual que las deformaba. Las paredes estaban en su mayoría repletas de estanterías y estas llenas de libros, y al fondo de la estancia había una mesa semicircular pegada a la pared, cubierta de documentos, plumas y tinteros. Junto al escritorio había unas puertas de cristal

udad, Morkana —dijo Alastor acercándose a la barandilla—. Tambié

so ci

o que pude, y al final fuimos capaces de man

ban con el apoyo de u

, pues no hay ningún río ni lago en las cercanías, por lo que su poder

a ayuda de los dioses? —pre

ozó una son

no fue solo p

eva magia que has desc

go que has venido hasta aquí para saber exactamente

so

a barandilla del balcón y se dirigió de nuevo

o mientras abría de nuevo las puert

de la estancia sin decir palabra. Una vez dentro, Morkana le invitó a sentarse en una de

os Yinn exactamente. Los Yinn son nada más y nada menos que enormes concentraciones de energía arcana. Magia condensada. Para ponerte un ejemplo, si decimos que los soles

mpr

sionado, unido de forma indivisible a lo que llamamos un núcleo elemental. Es lo que da a los Yinn consciencia

y aire. Soy soldado

a energía elemental que emana de la naturaleza. Pueden usarla para construir o para destruir, para sanar o para herir. Es como su sangre, su esencia. Si realmente existe algo como el alma, la de los Yinn es esa

io, con la vista fija

arcidos p

do con la maner

como la de todo ser vivo, su corazón. En el caso del Yinn eso significa el núcleo elemental del cual emana su energía mágica. Por

así como así el núcleo de un Yinn. La segunda es que no poseemos armas que sean capaces de herir a la propia esencia

uvo y se volvi

char con ellos en igualdad de condiciones. De entre sus vestimentas, Morkana sacó dos pequeños viales, dos frascos de cristal con tapón de corcho que cont

ué se

ada una de ellas tiene funciones diferentes. La anaranjada, por ejemplo, se ut

de la funda que colgaba en su cadera, ofreciéndola al hechicero

con la hoja haci

ción deseada, quitó el pequeño tapón del vial que contenía el líquido anaranjado, y con suma delicadeza lo inclinó para que el suero cayera s

a hoja de la espada como un lento río—. Ahora tu espada ya no será una simple hoja de acero, sino que tendrá la propie

ota de suero alquímico alcanzó la punta del arma y de

segunda mirada más atenta se dio cuenta. La hoja tenía un brillo, un reflejo de luz anaranjada que no parecía natural. Alastor la bl

guntó Morkana al cab

inn? — El hechicero asintió en respuesta—. Por los d

do vial que le había lanzado, el líquid

echo de que no podemos herirle con nuestras armas tradicionales —explicó el hechicero—, es que no p

refieres

tú mismo

lo…

bet

y olisqueó, pero no notó ningún olor destacable, así que se lo bebió de un trago. El líquido, de la misma textura melosa que el primero, se desl

gua cristalina que había bebido en las travesías desérticas que había realizado de joven. Sabía a la sangre que le inundaba la boca cua

ó de tragarlo, Alasto

ne que…? —com

e repente la luz de los soles tardíos que invadía la habitación era demasiado brillante, hiriente incluso

os… me has dado?

sarán en un instante. Es normal, tu cuerpo

eguida te enc

mareo pasaba y desaparecía la sequedad de su boca. Retiró la mano de su rostro y abrió de nuevo los ojos,

—pregunt

an con un resplandor sobrenatural. Como si emitieran una luz que contenía

y viendo?

a a detectar campos mágicos —explicó Morkana—.

es increíb

onde él se encontraba solamente pudo percibir

do? —dijo el hechicero con

guía emitiendo un potente brillo, podía perci

arma con el naranja. Gracias al primero es capaz de detectar el campo mágico que emite el Yinn, y así detectar su núcleo, su punto débil.

presionante, Mork

e dedicado a la creación de estos

onemos ahora mismo? Mork

en los próximos días, si la situación lo permite. Lo que me llevó más tiempo fue encontra

ue querrás repartirl

No importa si son oficiales o soldados rasos. Deberás design

rando con hastío a su alrededor—. Pero quería hacerte una pregu

na se apagó por un momento. Desvió la mirada

n la fórmula final conseguí llegar a los treinta minutos de duraci

cho —dijo

suero deberá usarse justo antes de combatir c

ndar por la habi

segundos—. Con más tiempo y más investig

esa—. Algún detalle en alguna fórmula, en la concentración de algún ingrediente, que me darían la clav

os registrado ni un solo nacimiento de un niño con el don… y los otros hechiceros que quedaban fueron muriendo uno a uno, poco a p

a para levantar ciudades, para abrir canales, para explotar minas… pero ahora que hemos llegado a un estadio avanzado en nuestra socied

tirlos. Pero a día de hoy… esto es todo lo que nos queda. Es nuestra última esperanza. Finalizado el discurso del hechicero, quedaron ambos en silencio durante un minuto. Al otro lado de la cristalera que daba al balcón, la luz de los soles iba me

de la silla—. Haremos lo mejor que podamos con lo que tenemos. Ahora debo irm

ó a andar en dirección a la puerta por la que antes habían llegado. Sin embargo,

tor,

, dio una honda insp

¿

cto del suero alquímico. Morkana reflexionó durante unos instantes hasta que se levantó de su silla y se dirigió hacia la cristalera que separ

ada vez más frío. Miraba a la lejanía, más allá de los límites de la ciudad. Permaneció en silencio, r

ria ha pasado. No lo pedimos, pero nos ha tocado. Nuestra generación ha sido elegida para combatir a la

íder en una rebelión sin precedentes. Has alzado tu voz para gritar contra la opresión y la injusticia, a pesar de

s sentimientos, pues no era hombre acostumbrado a abrirse a los demás, Alastor Lancesvil notó de pronto cómo caía sobre él todo el peso de los acontecimien

errumbar la muralla que Alastor había levantado entre él y todo lo demás. De pronto, la máscara de seguridad y

brada por el llanto—. No puedo decir que hayan sido

tor agradeció en silencio. Cuando pudo aplacar las lágrimas que asomaban sus p

aneamos juntos esta rebelión, pero no tuve la sensación de que todo fuera real hasta que no estuve allí. Hasta que no estuve en e

a perdida en ninguna parte. Morkana, a unos pasos de él,

a—. Aquel al que había jurado servir, proteger y obedecer. Joran era también mi amigo, mi hermano. En nues

enrojecía. Sin embargo, Morkana no pareció reaccionar ante ello, por l

abía que el peso de la corona había terminado por aplastar al guerrero feroz que había en su interior. Escapó hacia los lujos de la realeza, hacia la despreocupación. Pero no f

l habría sido lo suficientemente fuerte como para unirse a nosotros en esta lucha. Pero Melvin murió en el ataque al Bastión Blanco, que desde entonces se conoció como el Bastión Rojo, y la corona pasó a Joran, y el hombre

do a la muerte innumerables veces, se quebró del todo. No pudo soportarlo más y enter

sola palabra hasta que las sacudidas

. Este ha sido el precio que he tenido que pagar por iniciar esta lucha. Esta Extinción del Fuego que ahora… es lo único que me queda. Lo único que da sentido a mi vida. Morkana permaneció en silencio durante un minuto, al parecer reflexionando sobre las palabras del general. Al

s segundos hasta que el general

je de ironía—. Dos hombres rotos liderando la lucha por la liberaci

evolvió la s

as porque son las únicas que lo pueden soportar. Porque tarde o temprano… la Extinción del Fuego tenía que nacer. Pues de no haberlo hecho, la humanidad h

antes de que nosotros les devolvamos todas y cada una de las muertes que han provocado. La de

lastor se volvi

kana —respo

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