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El fragmento ámbar 2: La extinción del fuego

Capítulo 2 1

Palabras:6547    |    Actualizado en: 07/02/2023

una de las torres más altas de uno de los palacios más bellos que las manos de los hombres jamás habían levantado. El paso y el porte del caminante eran los de u

or tantas batallas en las que había combatido, tembla

oso tratando en vano de calmar sus ánimos y templar su impaciencia y se dirigió una vez más h

ardián? —preguntó de nuevo—. Los asuntos que t

través de la visera de s

nada más que vos o yo podamos hacer para apresurar su llegada. El rey Joran ha

, masculló para sus adentros. El general dirigió sus pasos hacia el otro extremo de la sala de audiencias del rey y se det

rba frondosa le poblaba el rostro, aunque no conseguía ocultar su mueca de preocupación. Vestía ropajes de cuero oscuro adecuados a su elevado rango, con una capa de color azabache con bordados dorados que ondeaba a sus espaldas. De su cintura colgaba una vaina vacía, también de cuero negro y sin ningún tipo de ornam

onal, donde se encontraban, además de los lienzos y tapices que adornaban también las otras paredes, una serie de bustos coronados que observaban con ojos de mármol el gran trono blanco que había al fondo de la sala. Eran los reyes del pasado, aquellos que habían gobernado las tierras de los

a, en aquella sala bendecida y maldecida por los dioses. «¿Seréis benevolentes conmigo y con mi causa, grandes reyes de los tiempos pasados?», se preguntó el comandante para sus adentros. Su m

curos pensamientos desde el otro la

se acercaba a paso tranquilo y renqueante hacia el comandante. Sus ropajes de cama, de una seda rojiza, se agitaban vaporosos tra

hombros. Así también sus ojos, que en su juventud fueron vivaces y atrevidos, se veían ahora cansados y acunados por profundas y oscuras ojeras. Todo en él había envejecido demasiado para los años que en realidad habían pasado,

atusó los bigotes canosos y se fijó en los bu

o también lo hago, Alastor. A veces siento que… lo necesito. Que necesi

el peso de un

n los ojos de aquellos qu

esta o bien guardársela para él. Al cabo de unos segundos, sin embargo, agitó la cabeza,

se limitó a responder—. Ven, camina conmigo. Compart

cticamente tan altas como la sala entera, daban paso a un amplio balcón. Uno de los soldados que hacía guardia en la estancia se adelantó a ellos y abrió las cristaleras, dejando así paso a una agradable y fresca

lla de piedra que guardaba la balconada. Cuando el general se situó junto a él, el rey exhaló un prolongado y hondo suspiro

observar la ciudad cuando la baña la luz de nuestra diosa

del mundo conocido. La luz de la luna llena, que brillaba alta en el cielo nocturno, iluminaba la ciudad convirtiéndola en un regalo para los ojos. Pa

e un rey, ¿no crees? —preguntó Joran dirigién

placeres que deseara, Majestad —repuso Al

e. Estamos solos aquí fuera. Tú, yo y la diosa Naely

gundos y esbozó una sonri

o podía hablar cont

l trono… creo que la complicidad que nos unió en el pasado se desvaneció. Bu

unos instant

os tiempos… más sencillos. No había que rendir cuentas a nadie, y teníamos libertad para hacer y deshacer a nuestro antojo. ¿Recuerdas nuestros tiempos en los

que tomamos en una sola noche el castillo de aquel tirano que se había

r bastante frío, porque sus tierras se encontraban muy al norte de la isla de Alenor. Mi hermano no

ubiera sido ayer —continuó el rey—. Estábamos todos alrededor del fuego, intentando entrar en calor. Pero en aquellas malditas tierras

y calientes que debían estar los del castillo de lord Marquen. Comenzó a describir su

el rey entre risas—.

media hora de escucharle, borrachos como estábamos, se nos o

—. Nosotros seis conseguimos entrar en el castillo escalándolo con ganchos desde el lado d

dos… La cara que les quedó al vernos entrar fue como para pintarla en un cuadro. La que se armó allí fue buena de verdad. Sonaron los cuernos, dieron las alarmas. Na

la cabeza con

a la conquista en las propias estancias del rebelde fue digna de los dioses

quel recuerdo. Sacudió el rostro, que de pronto se habí

licado. Cada acto, cada decisión que tomo tiene decenas de consecuencias imprevisibles que debo tener en cuenta. Cada paso que doy puede ser el que me l

lencio en los que aprovechó para tomar y expulsar aire, Alasto

o llamar esta noche diciendo que me urgí

e máxima necesidad qu

frescor nocturno ha despejado mi mente y mis sentidos, así que dispones de

segundos en silencio, como sope

debo h

ue nos encontramos los aeldranos. Ya no podemos… y

miró con

fieres con «e

osos. Aquellos Yinn gentiles y de buen corazón que narraban las leyendas de nuestros antepasados se han desvanecido

el ceño ante las pa

rjaron nuestros antepasados. Estamos sometidos a su voluntad

otra guerra, los unos contra los otros… pero nunca luchan ellos mismos. Siempre nos mandan a nosotros, a los hombres de buen corazón, a

ida en la inmensidad de la noche clara. Sus labios estaban fru

llos son demasiado poderosos como para que les podamos hacer frente, lo sabes tan bien

minan el cielo durante el día y la bella luna que nos acompaña en esta oscura velada. Daku, Alw

e rascó la

tricto de la palabra. ¿Pero acaso hay algo que tú, yo o alguno de

desarrollado un sistema, un arma que puede herirlos de muerte. Ha descubierto su punto débil y asegura que podemos utiliza

aman el Último Hechicero por nada. La magia es un vestigio del pasado, Alastor, un arma demasiado peligrosa como para que nosotros debamos blandirla. Mír

a a otra. La tensión que había en el aire par

eral con decisión—. Además, me hablas del juramento que hiciste de proteger a tus súbditos… pues es ese mismo el juramento que

osición natural. Sus ojos transmitían una ira severa apenas contenida que amenaza

Suficiente ha durado tu pequeño… discurso. Ahora vuelve a tus cabales, desparece de mi vista

do el estómago, sintió de pronto como el fuego de la rabia también ardía en su i

i piensas que esto que digo no es más que el alegato de un hombre loco. Lo he estado pensando desde hace mucho, muchísimo

todos los ámbitos de nuestra sociedad. Nobles, sacerdotes, comerciantes, plebeyos… Todos están de acuerdo en una sola c

Joran—. ¡Ya he es

da soplo de aire, cada rayo de luz que reflejaba la blanca luna, cada pequeño sonido que llegaba hasta ellos desde la ciudad que descansaba a sus pies

que cabía en un suspiro

o —susurró, casi más para sí mismo que para su interlocutor—. Pido… no, ruego a los

más que como a un hermano y que ahora admite abiertamente haber conspirado en mi contra. Que reconoce sin tapujos qu

e traición como lo haces, haré que te arranquen la lengua y los ojos, y te colgaré por los tobillos desde la torre más alta que pueda encontrar. A ti y a todos los que dices que te siguen en tus ideas de loco que ha

con lentitud el balcón hacia las puertas de cristal que separaban el exterior del interior y su mano se posó s

N

se clavaron de nuevo en los de Alastor, que le devolvía una mirada

o…? —dijo el re

me quede aliento, pues no eres tú el responsable de toda la barbarie y la destrucción que azota a nuestro pueblo. No eres tú el objeto de mi ira… de nuestra ira, la mía y

Yinn?! ¡¿Eres realmente tan necio como para creer que los trucos de prestidigitación de un ilusionista de po

o Hechicero ha descubierto una forma de igualar nuestro poder al de los Yinn. Por fin tenemos la libertad al alcance de la mano…

destino a su antojo. Y se equivocan… dioses, si se equivocan. El Valle de Dashiell. La Matanza de Costarroca. El Asedio al Bastión Blanco, que desde entonces se conoce como

e rabia—. ¡¿Así piensas detener las muertes?! Las que me recuerdas te parecerían pocas en comparación, necio ingenuo. Guerra la habrá s

smo. Los hombres hemos nacido para matarnos los unos a los otros, está en nuestra naturaleza. Guerra y conflictos los habrá siempre, ¡s

uilo, pues, de un modo extraño, sabía perfe

porque ha de haberlas para que los hombres puedan por fin luchar por una causa que sea la suya propia. Debemos ser dueños de nuestro prop

hacia las cristaleras que los separaban de la estancia de audiencias. Con el impulso de su car

ed a Lancesvil! —c

nor, y se pudrirá en una celda el poco tiemp

enarbolaron las armas y se lanzaron a la carrera hacia donde se encontraba el general, mientras q

e los hombres del rey había llegado hasta él. La hoja de su alabarda se elevó en toda su altura, dispuesta a descender y rajar al traidor de arriba abajo, pero Lancesvil esquivó el corte, pegó su cuerpo al del soldado y con una hábil maniobra de combate

chillaba incansablemente el rey Joran des

el asta del arma de su enemigo y, después de un breve forcejeo, Lancesvil arrancó el arma de las manos del soldado al mismo tiempo que saltaba a un lado para evitar un tajo del seg

sala. Los dos guardianes que restaban se encontraban ante él, expectantes y temerosos al mismo tiempo; la fama de Alastor Lancesvil lo

Alastor… —masculló—. Habría jurado por los dioses y mis ante

es. La sangre de tus hombres mancha mis manos y mi hoja, pero no debes equivocarte. No soy yo e

nte tú eres el responsable de esta infamia. Tú… y ese bufón titiritero de Mor

a más comenzar la trifulca, con toda seguridad en busca de refuerzos. Su rostro estaba pálido como la leche y perlado por el sudo

n un hilo de voz—. Abajo ha

s, muchacho! —gritó el rey de

los hombres se m

áneamente en Alastor Lancesvil, qu

de esto también, Alasto

os instantes—. No lo hemos escuchado antes po

. El rey, los tres guardianes que rodeaban al general y él mismo guardaron silencio por un instante, y pronto lo oyeron

os Yinn. Nos hemos rebelado. Y de la misma forma que ocurre aquí, ocurre lo mismo en decenas de ciudades a lo largo y ancho

congestionado de raba y furia contenida—. ¡Guard

abía frente a Lancesvil comenzaron a abrirse lentamente hacia sus flancos, mientras que el recién llegado comenzó a aproximarse por su espalda. «Así que quieren tomarse su tiempo», pensó Alastor. «Pues no se lo concederé». Con un ágil movimiento de pies y una corta carrera, el veterano general se plantó ante el primero d

en un detalle que había pasado por alto hasta aquel preciso momento; el último guardián era, a diferencia de los demás, poco más que un crío. Aunque era corpulento y nada bajo, su rostro fino e imberbe denotaba una juventud evidente. El joven soldado sujetaba el arma con ma

n desde el otro lado de la sala—. ¡Protege a tu rey t

e te hará daño alguno —dijo Alas

dito! —chilló el rey desde detrás del trono—

ó a la carga con un grito agudo que, más que temor, inspiraba lástima. Alastor resopló, resignado,

vacío infinito. Miró a Alastor y bajó la mirada. La hoja del arma del comandante se le hundía

este cayó de rodillas. Sus manos soltaron la alabarda y sujetaron el corte que cada vez sangraba más y más. La ho

ose al trono—. Ya no quedan más de tus hombres para ayudarte.

en toda su altura, con el porte y la planta de un verdadero rey. Por un momento el general

guirás de esta rebeldía, de esta guerra que hoy has comenzado. Solo muertes… Hoy ya ha

inocente al permitir que los Yinn jugaran a la guerra, utilizándonos a nosotros como sus fichas de juego. Se acabó, Joran, no hay vuelta atrás.

urso y la gente seguirá muriendo. Y la guerra seguirá mientras siga el hombre. Y cuando hayan pasado miles de años desde este momento, otro tirano gobernará. Y habrá más muerte, y

el general—. Lucharé mientras me quede aliento y no desfalleceré. Sé que eso es lo que

tarme, no

e tengo q

ía gustado combatir a tu lado y compartir tu espíritu una vez

stor mientras sus manos se empapaban de la san

l suelo y se fundió con la que ya bañaba las baldosas de la sala real. Alastor Lancesvil, con los ojos anegados en

susurró al oído—. Yo llevaré a ca

timos alientos, extendiendo una mano temblorosa y ensangrenta

o, lo sé… yo

icieron sus labios, que se posaron con la suavidad del vuelo de una mariposa sobre los del hombre que

rada por el dolor—. Pues tú y yo nos veremos en la próxima vida. El general cayó de rodillas ante el cadáver del hombre al que

o y único heredero del linaje de los Gavain. En vida fue un buen hombre y no merecía un final como el que le he dado. Yo… quizá la única persona que le llegó a conocer verdaderam

mor por mi pueblo y el honor del hombre guían mis pasos. Bendecid mis

aquello hubiera ocurrido solamente algunos minutos atrás, pues parecía algo perteneciente a un tiempo demasiado lejano. Como si hubiera renacido. El general se asomó

o la cruzó a paso vivo esquivando los cadáveres que se esparcían por el

—saludó—. Ya ha termina

stor para sí mismo—. Ya ha com

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