La magnate
a los miembros de la junta directiva-. La reu
mesa rectangular de madera pulida color marrón claro, y le hicieron una reverencia a Hariel
cnológico. Se puso recta en silla, se tocó los hombros y el cuello. Tanto tiempo sentada con la misma pos
ora Hariella? -preguntó Lena al ver a su señora, mos
a salir de la sala de juntas-. Pide algo ligero para comer para mí. Tú pide lo que gustes y también solicita ot
eñora. Pero... -dijo Lena,
ida para más nadie y menos a la
as -dijo Hariella, con voz de regaño-. Pero ya que no tengo a más nadie par
sara por la cabeza, dedujo a quién se refería, y era que, tampoco había
or las cámaras. En algunos minutos come
éfono fijo y volvió a marcarle al líder de seguridad-. Habrá un robo más luego. Tú no hagas nada, yo soy
nifestaba con un hechizante atardecer de luz anaranjada.
añada de su amiga de cabellera marrón. Había valido la pena esperar cada segundo y gracias a los dos almuerzos que le había traído el gua
aunque no tenía mucho dinero, lo gastaría para regalarle la rosa a esa mujer ta
arme. Me ayudaste, te la regalo -dijo la v
es, emocionado-. Gracias, m
por la emoción de verla y de poder conversar con ella de nuevo. Cruzó su mirada con la de Hariella. Ella lo observaba con persistencia y Hermes le sostenía la vista sin indecisión. Pero todo el e
nsen y Hermes perdió de vista al rápido ladrón. Dio vueltas y trataba de encontrarlo, pero no aparecía por ningún lugar; era como si se hubiera desaparecido de repente. Pero a pesar de su fallida seguimiento al asaltante, vio en el piso el fino bolso que le había hurtado al precioso ángel de cabello dorado. Se agachó para recogerlo, lo reconoció solo al verlo, era el que ella tenía en la mañana. Estaba abierto y lo que vio le hizo que abriera los ojos ante la tremenda sorpresa. Había un increíble número de billetes, y solo eran de cien
, se encontraba el ladrón mirando a Hermes. Se bajó la capucha,
el bolso, señ
ariella, que iba dentro de su automóvi
tuyo, si deci
llevarás de vue
arás, H
insignifican
spero nad