Apartada Para El Alpha (II libro)
cuerdas todo
convencerme, todo el
ko I
a de que sí lo era, de que tenía que serlo. Le había escrito a Oshin en la carta, con todo el peso de mis emociones, que sí, que yo era esa chica. Pero... ¿y si no lo era? ¿Y si todo l
n él, como si nada hubiera cambiado. Podría saltar de alegría, convencida de que nada se complicó más de lo que ya estaba. Pero esa idea, que antes parecía tan reconfortante, ahora me llenab
intensamente. Había estado caminando durante seis horas sin descanso, y no veía ni el más mínimo indicio de que mi destino estuviera cerca. Los árboles se alargaban en un interminable horizonte,
rremediable. Cerré los ojos por un momento, buscando un respiro, pero la oscuridad comenzaba a despejarse, y el amanecer estaba cerca. Sin embargo, en mis oj
arían preocupados por mí? ¿Estarían pensando en si regresaría? No tenía a nadie con qu
der la cabeza por completo. Algo en mi interior me decía que debía mantener la calma, pero cada minuto que pasaba en ese bosque me recordaba lo contrario.
pesadez. Estaba tan agotada que ni siquiera tenía fuerzas para moverme. No tenía energía ni para intentar levantarme, ni para correr, ni siquiera para sim
ocesar lo que estaba sucediendo. Así que, en lugar de gritar o correr, lo primero que me salió fue una broma, algo tonto, algo q
... el que me llevará a la casa de Alicia en el País de las Maravillas -brom
era escapar de mi pecho. La adrenalina recorrió cada rincón de mi cuerpo, y antes de darme cuenta, había tirado la botella de agua lejos de mí. Toda mi fatiga desapareció en un abrir y cerrar de ojos, reemplaz
la actitud de un perro común. Su lengua rosada rozaba mi piel como si estuviér
tando de apartar al lobo de encima de mí, pero algo en mí no quería moverme. Estaba
nto cuando lo vi con claridad: llevaba un collar de oro con una estrella fugaz. Algo en mi int
tomática, como si el nombre me llega
algún tipo de conexión. Miré el collar nuevamente, y algo en mí se hundió cuando vi las letras grabadas en él. Tr
como si ese simple hecho me e
e decía que no debía huir de la verdad, por más aterradora que fuera. Miré a Connor, quien me observaba c
justificara lo que estaba pasando. Me froté la cara con las manos, sintiendo
endo que tomara una decisión. Ladeó su cabeza con una especie de comprensión s
r lo que estaba diciendo. Pero, al mismo tiempo, algo en mí se sentía atr
nación por el bosque, su cola moviéndose de un lado a otro con la misma fluidez que un río. Yo, a