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Bajo La Luna de Madrid

Capítulo 3 La fragua de fuego

Palabras:2495    |    Actualizado en: 15/05/2022

envenida. El pequeño miró a su alrededor con los ojos llenos de dudas, intentando reconocer cada resquicio de aquella naturaleza, asimilando lo que acababa de o

ofreció consuelo. Era una dama muy fina, que no pertenecía a la dureza de aquel paraje desierto y olvidado, pero le regaló una confianza diferente. Ese día el Príncip

ncellas, la mirada triste y temerosa de su madre cuando le vio rodeado de soldados, y la ira del padre mientras luchaba por someter a los traidor

su padre le enseñó las leyes del palacio, la de los hombres y de los reyes, pero con fuerza mayor le dictaron la de los inmortales. Confiaba que crecería en su palacio, que seguiría durmiendo bajo el abrigo protector

r perdido un embarazo del único hombre que amó en su vida: el Duque Artemían. Por él había decidido permanecer en aqu

confiaba en su esposo y en la vitalidad d

?_ preguntó Matilda con cierto

uebas, cuando se acostumbre al dolor e

jado de todo_ susurró con tri

era una mujer de una belleza increíble, y había aceptado aq

le dirás

uando esté listo. Nosotros quizás solo estamos en su destino para ayudarle a encontrar su lugar. Le espe

lo en el hombre digno de su legado, y ya sea un inmortal o no,

a él crecerá y será dign

comenzarás

lor de la vida, de los soldados que derramaron su sangre por su familia y por él, es su primera lección. El camino del vengado

confiar en nadie, y a su corta edad ya había sufrido los estragos de la traición y la lucha de poder que lo se

tanto morder a los muchachos de aquella comarca, pero Aslam estaba recién llegado y en dos días había recibido más de seis huellas de

raspó las rodillas, impidiendo que caminara por el ardor. Aslam recordó como su tío le llevó sobre sus hombros el día funesto de su cuarto aniversario, aquel en que abandonara su palacio. No

días, el cuerpo convulsionó por el frío y los vellos de la piel se convirtieron en una emisión de alfileres listos para ser disparados. Por primera vez sintió temor de su destino, por primera vez

e tiró al suelo y el pequeño cayó sobre la yerba, cansado de forcejar y sin aliento. Experimentó una humillación desconocida al

a ayudar a nadie. No muestres misericordi

hijo del herrero, con una mirada que

eres m

primera vez que bajaba las armas ante el Duque, y

arle siquiera, o te la verás conmigo Aslam Ambery III, hijo de Joseph IV de la C

llovizna fue mojando todo su cuerpo. Retuvo en la mente un torrente de preocupac

millación. Sufría muy dentro, el mal sabor de una derrota le irritaba desde la impotencia. Le habían llegado de golpe, la pérdida y la orfandad, el brusco ca

asos ágiles al pasar por su lado, su mirada oscura y temerosa. Pudo sentir el escalofrío de la daga dispar

Por qué me a

aba adolorido en cada partícula de su diminuto cuerpo, sentía dolor en los huesos, en el alma que le quebraban sin piedad. Juró venganza de sus her

que antes, en su pecho se concentró todo el enojo de inconformidad,

danza del sufrimiento del pequeño contra el alivio que regalaba el cielo, al

as historias nacidas del amor de sus padres, todas signadas con lágrimas que quemaban por amor. Él nunca quiso creer aq

eció la figura del Duque Artemían como un fantasma. Le vio estrujarse los cabellos con

ío le había recriminado. Nunca olvidó el temor en los ojos de los aldeanos, la ira del Duque en aquella lección: “no muestres debilidad”. La fr

pre le miraba con unos ojos acuosos y llenos de bondad. Aslam dejó de pensar en su suerte, y c

la ayuda de su general. Lloró a sus muertos, y se compadeció de los traidores, porque tenía trazado un implacable plan dónde tod

s de exterminio que se mantenían vivas, como luces inextinguibles en el alma del guerrero. De ahí cultivó todo el potencial hasta dónde era permitid

or el ímpetu en combate y la agilidad aprendida desde su fuero interno, las ansias de

Las primeras lecciones quedaron e

el blanco para nadie, tienes que matar primero, y hacerlo sin enfrentar la mirada, porque puede hacerte claudicar y caer ante la misericordia. No tendrás compasión, porque de tu debilidad o tu fortaleza de

ndas que se tejían en su palacio, la mirada amorosa de la madre y ese minuto final de la agonía en la mirada de su padre. Había tomado una decisión. Artemían er

os que le antecedieron en el trono. Artemían le vio crecer sin percatarse que cada año el rostro y el fornido cuerpo del guerrero se parecían al del Rey, pero viéndole al e

stragos en el contronazo cuerpo a cuerpo. A los dieciocho ya tenía una lista de bajas más grande que todos los generales, llevaba una estatura descomunal para su edad, y era el más

lección quedó impresa en su memoria. “No pienses ni un segundo en tu enemigo, salvo para armar tus estrategias de guerra. Eres un guerrero y un príncipe. Has nac

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