Bajo La Luna de Madrid
ado por hermosas fuentes de agua construidas a la imagen de los primeros monarcas. Una preciosidad contrastante con la t
u padre la sagacidad y la habilidad incalculable de aquel primer Rey, la admiració
cretamente por los usurpadores. Aslam se hizo acompañar de su tutor y de algunos soldados. Entró en silencio, sin mirar atrás. Se fue acercando al sepulcro con pasos pesados. Se preguntaba si su
rdo vago que le ablandó la mirada. Aslam había olvidado el calor humano que le habían re
, volvió a jurar venganza. Su pensamiento rebotó con furia cuando escuchó el golpe seco de unos pasos sobre la losa del mausoleo. Sacó su puñal y de
na actitud diferente. Parecía que esperaban aquel momento con todo el cora
l veril de sus ojos azules, ahora encendidos por sentimientos demasiados fuertes para permanecer o
ese momento no entendió nada. Se volvió a sentir solo, en la inmediación del salón. La capa púrpura, la daga milenaria y el e
dre cuando le veía alzar su espada, como si se pertenecieran, el Rey y su arma más letal, y ahora la habían recuperado para él. Intuía cuanto Artemían había hecho por él, su sufrimiento, y la vida entregada a una venganza, a un compromiso,
do ni un cabo suelto para su momento crucial; el instante en que se ence
r qué
interna, esa que tanto costó forjarle como lo habría hecho un excelente estrat
ronca, como si no creyera que ya tenía todas las reliquias
abía que había hecho un trabajo inigualable al convertir al niño en Rey. Y un grito desde la gruta infinita de su propia venganza, dejó el
el Rey
nca miró hacia atrás, cuando se alejaron del reinado más poderoso de la tierra, su
fue tan rápido que apenas sintieron las horas de la corrida. Una agitación desconocida le martillaba, el deseo intenso de poder vengar a su f
preparado para aquella guerra. Artemían había gastado toda su fortuna en esa contienda. Durante años fa
las leyes impuestas por los antiguos, habían destruido el legado de Joseph IV. Lo ún