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Predestinados

Capítulo 3 LA FIESTA DE GRADUACIÓN

Palabras:2940    |    Actualizado en: 17/03/2022

de llegar del centro comercial, corrió de inmediato a su habitación y trató

u subconsciente pudiera descansar. Para cuando sus ojos, por fin pudieron cerrarse, el reloj marcaba las cinco de la mañana, lo cu

habitación de chica y con cuidado qu

de mala gana y jaló las sábanas volviendo a cubrirse con estas──. Señorita, por

la cama, viendo con profundo rencor a la pobre m

en su brazo, le apretó con un poco más de fuerza la muñeca. Era como si la reprimiera por semejante acto por parte suya── ¡lárgate de aquí! ──ordenó a la mucama quien salió cohibida del lugar, mientras hacia una pronunciada reverencia a la chica──. No es mi culpa, yo solo quería dormir un poco ──le dijo

rgura──. Menospreciar a las personas solo por el trabajo que

se llevó las manos a la es

─, es solo que he e

de pie y se acercaba a su sobrina── puedo comprende

olteó y vio de nuevo aquel hermoso vestido que colgaba a un costado. Tragó saliva y vio de reojo la pulsera que aún permane

mientras volvía a sentarse a la orilla de la cama.

sa para mí, ¿de qué se trata? ──Rosa

bailarina, igual que mi hermana? ──le preguntó entusiasm

nta de que ese sueño, era prácticamente inalcanzable──, pero bien sabes q

a cambiar eso ──dijo la mujer con una sonrisa c

me dices, tía?, ¿no

aba la cabeza como si fuera una niña pequeña──. Tendrás más detalles después de la fiesta, po

poco en sí debería o no, haber puesto un poco de maquillaje en su rostro, pues su tía Carlota podría molestarse por ell

eraban abajo con grandes carteles con distintas frases de felicitación, aplaudiendo y lanzando serpentinas al aire. Carlota permanecía seria, con ambas manos sobre un finísimo bastón de plata que, en ocasiones acostumbraba a llevar solo como un accesorio más. V

con la cabeza baja, a la espera de alguna clase de reprenda por parte de

sé giró hacia los empleados quienes le sonreían, vio a la mucama que había entrado a su habitación aquella mañana y le sonrió, acerc

uella enorme vivienda. Apenas puso un pie fuera de la casa, sintió como aquella extraña pulsera dejaba de ejercer presión sobre su m

gar. Sus tías se quedaron conversando con algunas de las monjas que estaban cerca, mientras la chica se acercaba a una mesa en la que un par de chicas le entregaron una m

ellas. Se sintió tonta, pues ella no tenía a nadie a quien invitar. Aquel era un colegio pura y exclusivamente para mujeres, por lo qué, el

upo de chicas que venían acompañadas por sus parejas. No podía verles l

menzaron en aquel colegio. Desde niñas siempre se llevaron mal. Eran las clásicas rivales que peleaban por tod

ose una mano al pecho. Marijo sonrió con maldad, pues no era una

er que había logrado enfurecer a aquella chica, pues a pesar de no poder verle el rostro, la conocía lo suficiente, como para saber que se había puesto roja de coraje. A penas dio la vue

Sin querer, le había dado armas a su enemiga. Giró hacia aquel grupo y levantó la cabeza, tratando d

a mejor ropa que tenía para aquel evento, pero aquellas personas no eran capaces de verlo de esa manera. El grupo de chicos se echó a reír escandalosamente, m

ahí, pero obviamente, a María José, eso no le importaba. Se sentó en una de las butacas, sin afectarle que su hermoso vestido blanco se ensu

le reclamó con los ojos al borde el llanto. El chico la obs

lo que hice mal?, yo s

! ──la pulsera apretó más de lo necesario la muñeca de la chica, pero no le importó. Se llevó una mano a la boca, arrepentida por lo que acababa de decir,

ó de detenerlo, pero tropezó y cayó de rodillas en el suelo, viendo como su amigo se marchaba. Se quedó en esa posición por un rato, tratando de reaccionar y entrar en razón. Sabía qu

aba de quitarse aquella pulsera que

cuenta de sus lágrimas. Su vestido se había ensuciado, pero no le importaba. Planeaba llegar a la fiesta y decir a sus tías que se sentía mal. Carlota ordenaría de inmediato que regresaran y eso era lo único que dese

a se quitaba la máscara y le sonreía──. Solo trató de hacer las paces contigo. Es nuestro último día aquí, y nunca fuimos capaces de llevarnos bien ──María José no confiaba en sus palabras, pero estaba deseosa de irse de una buena vez. Tomó la copa y bebió del líquido que

a borrársele y todo comenzó a darle vueltas. Aún era consciente y podía escuchar, pero

rra que de verdad es ──escuchó a Josefina. Su acompañante se quitó la máscara y la arrojó al

peligro si se quedaba en ese sitio, así que, con un poco de dificultad, trató de ponerse de pie, apoyándose en la banca que estaba junto a ella. Tropezó varias veces hasta que tuvo éxito. Como pudo bajó por aquellos pequeños escalones, que en esta ocasión le parecieron inmensos e intentó correr por las calles sin dirección alguna. Quiso pedir ayuda, pero su lengua estaba adormecida y no era capaz de emitir palabra. Arrastraba los pies mient

ás que quejidos y balbuceos. Se acurrucó sobre un montón de basura mientra

ver la sangre. Su vista estaba completamente nublada. Uno de los sujetos

misma chiquilla que se atrevió a golpearnos ayer ──dijo

le un gran mordisco al hombre, quien furioso le dio una fuerte bofetada mandándola al suelo y haciendo que su cabeza golpeara contra el pavimento. Entreabrió los ojos y alcanzó a ver los pies de dos personas. No podía escuchar con claridad, pero se dio cuenta de que peleaban. Sintió algo pesado y caliente cayéndole por la mejilla y se dio cuenta de que sangraba. Volvió a tratar de ponerse de pie, pero su cuerpo se negaba a cooperar. Sus parp

cara aún permanecía ocultando su rostro. Con ayuda de aquel desconocido, logró recostarse un poco. No era capaz de distinguir nada más que so

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