Tú la elegiste, ahora me verás desaparecer
e vista
capilla pudiera arder de verdad, pero la sensación fantasma
, y me había arrojado en la parte trasera de su coche. No me había dir
blindada, viendo la lluvia rayar el cristal a prueba de balas. D
nos un hombre y más un accesorio de la tapicerí
está? -p
ojos eran café oscuro, casi negros, y por p
en San Pedro -murmuró finalm
Da
o en Santa Catarina. N
ie
re-. El guardia de la puerta. Le pagué, pero
te apunté con una pistola a la ca
de largo a la anfitriona, mis tacones sonando como disparos de advertencia sobre el suelo d
í la puerta d
la. Comía un risotto de trufa que probablemente costaba más que e
que hacía que los hombres quisieran envolverla en
vemente-. No sab
ar, Sofía. Aquí
es. Lo reconocí. Dante lo había comprado en una su
collar
piedras como si comprobara que seguían allí. -Dante in
temblando con una rabia que intentaba s
riante y casual. -Fueron groseros. Dante es muy p
un escudo -espet
a un susurro-. Él me ama, Elena. No como te ama
alicia envuelta en dulzura. -Pero yo... yo soy su inoce
stima por ti. Me lo dijo. Dice que estás dem
fuerte. Fue el sonido silencioso de una atadura r
illo de carn
ieron de par en par. Por pri
a la mesa. Los platos resonaron y el vino se derramó como sangre sobre el
masacró a La Tríada. Yo cosí sus heridas cuando no confiaba en un médico. Si vuelv
El
vino de l
taba allí. No estaba en Sa
a en la mano. Y
ante. Su rostro era
-dije, mi mano temblaba pero el cuchi
que lo
mas picando en mis ojos-. ¿Le d
e no
a
ordecedor en la p
so de mi mano. El impacto me arrancó el cuchil
ado mi piel. No había fallado. Era un tirador experto. Había apuntad
ía dis
elante. No vino hacia
isando su cara, su cuello.
ndo su cara en su pecho. -¡Est
Sofía. Sus ojos estaban fríos. No había
una líne
do con el agujero en mi pecho. Enzo apareció en la puerta, con su arma desenf
vista de Sofía-. Y llévala de vuelta a la hacienda. Encié
surré-. Me
Sofía fuera de la habitació