La esposa indeseada que él destrozó bajo la lluvia
e intensidad, encontrando interés en la pared, en el
estaba a antisép
o ensayado y profesional-. La hipotermia fue severa. El estrés en su cuerpo... e
l techo. Conté las perforaciones. Cualqui
alabra me raspó la g
u
icamente imposible que pueda volver
nda. En su lugar, una extraña y fría ligereza se instaló en mi pecho. La atadura que me unía a D
peles del al
a gacha, me dijo que el Patrón esta
silenciosa. Pasé por la sala y me quedé helada. Allí, e
tren de madera. Elena reía, sirviendo té de un juego de
o parecía un fantasma r
ellos sin dec
jos entrecerrándose al recorre
ara de regresar de hacer la compra, no de la sala de urge
iera lo miré. Fui directame
ue él me había comprado. El de seda roja de Milán. El de tercio
iamantes de nuestro primer aniversario. L
l. La cacofonía del oro golpeando el astás ha
umbral. Parecía mo
iando
llenando el espacio al instante. Olía a taba
e en ridículo. Elena es una invitada. M
etro y medio de alto, un monumento a una mentira. Nos veíamos tan felices en óleo
brecartas de lat
Damián, su voz b
stro sonriente, desgarrando la tela por la mitad. El
rradora. Cruzó la habitación y
. Mi cadera se estrelló contra la m
loca
erta, aferrando un muñe
, Damián!
, con los ojos muy
uvieras esto. Com
miré a Elena. Sus ojos
a suave, un dolor agudo me atravesó el pulgar. Retiré la mano
a punta hacia arriba, en
levándose las
aguja de coser ahí cuando
pe. Parecía un
mirando la sangre y luego
apretándose hasta el punto de dejarme un
cualquiera que siquiera pensara en lasti
ndo a nadie -di
re. Dejé que goteara sobre la alfombra car
ansada, Damiá