La esposa indeseada que él destrozó bajo la lluvia
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rrey, me obligó a arrodillarme en el lod
rimas falsas de ella
brutal y desgarradora me partió el cuerpo. Grité su nombre,
o encendió un cigarro, con l
tés lista para apren
a puerta con llave y me dejó desa
octores me dijeron que el daño
nda, convertida en un fantasma en mi propio hogar, me arrojó a un sótano
para proteger a un niño
ento, el a
egocios, no solo empaqué una maleta. Ejecu
esva
idad que probaba las mentiras de Elena, el informe médico del aborto que él provocó y una prueba de
dillas gritando mi nom
ítu
amenazó la frágil y secreta vida que crecía dentro de mí. Todo porque el hombre que amaba, el d
como el hierro y pesada como una condena. Empapó mi fino vestido de seda en s
o, en un intento inútil de proteger de aquel viento
estaba abrigado. Él era El Verdugo, el Jefe de Jefes, un hombre que había masacrado a
era mi
que el joven príncipe pudiera vivir y convertirse en Rey. Él me acogió, a la huérfana desconsolada, y promet
omo si yo fuera un
ono aterrador que normalmente hacía que se me erizara la pie
secos, luciendo frágil, luciendo como la santa que decía ser. Le dijo que yo había empujado a su hijo, Leo. Le dijo qu
ego. Él veía una deud
mandíbula. Los guardias de la entrada, hombres que conocía desde niña, desv
viento me arrancó las palabras de los l
penumbra. Me estaba dando una lección. Así era en la mafia. Discipli
es, su
ra me partió el vientre. Fue re
hasta que mi fre
con la voz rota-
eniza, su expre
és lista para disculp
sada puerta se cerró con un clic, sellando
rándome por dentro. Sentí algo tibio y húmedo deslizars
ordes de mi visión. El juramento que hicimos ante Dios estaba muerto. E
nde estaba el teléfono fijo. El guardia, Mario, me miró horrorizado. Vio la s
staban azules. Marqué un núme
re de Damián. El hombre que me odiaba p
al segund
mi voz sonaba c
, niña? -preg
mansión que ahora era una tumba-.