Vendida, Inculpada, Ahora está libre
ión empalagosa, pero sus ojos brillaban con un regocijo malicioso. Estaba
ra de fría indiferencia, intervino ante
ta familia, Bárbara. Sus a
anuncio formal, la denuncia pública. Describió mis supuestos crímenes, las men
ían a todas partes. Sentí una oleada de ira al rojo vivo que me impulsó hacia adelante. Me abrí paso entre la multi
quebró, cruda de emoci
juicio y desprecio, me recorrieron. Los susurros se hicieron má
er-. La heredera del e
rgüenza era una compañera familiar, pero la pura cru
bruscamente bajo un paraguas. Alejandro. Su toque,
-siseó, su voz baja y peligrosa-.
ió mi hombro, pero no me importó. No dejaría que m
dedo tembloroso a Bárbara, quien retrocedió con un jadeo teatral-. ¡Esta era mi casa, Alejandro! ¡L
LA
ente, un dolor abrasador floreció en mi mejilla. Mi visión se nubl
os ardiendo de furia. Acercó a Bárbara, protegiéndola con su cuerpo
más hija de esta familia de lo que tú podrías esperar ser! -Sus palabras eran veneno, retorciendo el cuchillo más profundamente en mi c
ia de la crueldad calculada de Bárbara. La muñeca de porcelana que "accidentalmente" rompió, culpándome a mí. Las entradas de diario falsificadas "confesando" sus tormentos imaginario
table, siempre defendiéndome, siempre creyéndome. Siempre. Hasta hace tres
cción, en su amor. Había creído que él siempre sería mi puerto seguro. Aho
ijo, su voz teñida de un desdén hir
él de rodillas, una caja de terciopelo en su mano, sus ojos brillando de adoración. "Cásate conmigo, Sofía.
an fría como el hielo-. Discúlpate con Bárbara. Pú
de Bárbara, un símbolo grotesco de su retorcida alian
é por lo que es mío por derecho. -Mis ojos, ardiendo con una nueva y feroz resolució
e contorsio
maldito dinero! Pero que sepas esto, Sofía De la Vega, a partir
ultitud. El aire crepitaba de tensión. Los ojos de Ale
, su voz temblando de
tello de algo en los suyos, un momento de confusión, de desesperada
tró en acción. Se liberó del agarre de Alejandro, su rostr
a de esto pasara! ¡Todo es mi culpa! ¡Me iré! ¡Me i
o y lastimero. A mitad de camino, tropezó, una caída teatr
sus manos temblando mientras acunaba su cabeza. Una mancha carmesí cada vez más
ra un jadeo ahogado, un grito desesperado
clavó en mí, ardiendo
empujaste! ¡Intentaste mat
De la Vega! Y que Dios te ayude, Sofía, si Bárbara y nuestro hijo no sobrev