Sus mentiras millonarias, su ascenso vengativo
sa
alabras resonaron en mi cabeza, helando mi sangre, paralizándome por
d. Mi mente era un torbellino de terror y furia. Cada claxon, cada grito, cada destello de luz se sentí
Cecilia jadeando, su pequeño pecho subiendo y bajando, sus ojos abi
endo por las puertas del colegio. El vestíbulo era una escena de caos controlado. Los maestros
ilia. Su rostro estaba ceniciento, sus labios azules, su cuerpo sacudido por toses violentas
ra de preocupación actuada, estaba Fabiola Wagner. Estaba hablando
. Solo intentaba ayudar, ofrecerle un poco de guía". Se inclinó conspiradoramente hacia las
aba asfixiando, y este monstruo esta
sgarró de mi garganta.
is venas. Fabiola se estremeció, girando justo cuando
. Se estrelló contra el suelo pulido con un chillido indigno, su costoso bolso derramando s
aron en él. La r
ebatando el inhalador. Mis manos, usualmente tan firmes, temblaban mientras l
temblores en su delgado cuerpo. Lenta, agónicamente lentamente, el silbido disminuyó un poco. El tinte azul en sus la
hervía bajo mi piel. Esta mujer. Esta mujer arrogan
ofetada a Fabiola Wagner en la cara. El agudo chas
su mejilla. Sus ojos, abiertos de par en par por la conmoción, se llenaron lentament
tura cuidadosamente construida haciéndose añicos
da. "¡Dejaste que mi hija se muriera! ¡Le quitaste
ue habían estado murmurando entre la multitud, comenzaron a gritar. Los flashes de los pocos reporteros
un estudiante de periodismo, que todavía grababa desde detrás de u
ófono distante lo captara. "¡Le robó su medicamento! ¡Mientras mi esposo, Jav
Pero entonces, los fans de Fabiola, un pequeño grupo fanático que había estado en la gala, c
ido, sacándome del borde de la pura y destructiva
e abrió de golpe y Javier Mendoza, impecablemente vestido con un traje a la medida, ent
arrodillada junto a Cecilia, con los ojos desorbitados y desali
orriendo a mi lado para ayudar a Fabiola
to. Ignoró a su hija
vier! ¡Me atacó! ¡Esta... esta loca! ¡Me abofeteó! ¡Int
e volvieron glaciales al mirarme. No preguntó por Cecilia. No preguntó p
a. Me agarró del brazo, su agarre sorprendentemente fue
e su traición. La estaba protegiendo. Se estaba poniendo del lad
oncertado. Su agarre vaciló ligeramente. Me miró a la cara, realmente me miró,
, aferrada a mi brazo. Por una fracción de segundo, un destello d
a vez que realmente me veía desde que entró. Fue el momento en que se dio cuenta de