La traición del cirujano: La venganza de una esposa
Leí la inscripción de nuevo, esperando que mis ojos me estuvieran jugando una mala pasada, que tres años de m
nas reconocí. Me volví hacia el jardinero, mis manos temblan
rocedió, dando
para... para esto. -Señaló vagamente el monumento del perro-. El señor Mendoza
Arturo. El nombre sabí
ia risa, frágil y aguda-. ¿Mi madre, remo
dinero se movier
En el mar. Dijo que ella amaba el mar. -Murmuró, desesperado por escapar de m
cabulló, dejándome sola
ndo de bloquear el rugido en mi cabez
había curado meticulosamente en la clínica, desesperada por borrar todo rastro de mis antiguos verd
as a a
na serpiente, un veneno familiar. Me congelé. Arturo. No lo había oído acercarse. S
impecable como siempre, con un ramo de lirios en la mano. Sus oj
ron de alta. ¿Por qué no me av
rmaneció fij
desprovista de emoción, un escudo deliberado c
ina confusión en sus ojos. Debía haber esperado
renda está en casa,
un fragmento de vidrio en mi garganta-. ¿Dó
sonido lar
do. Una despedida tranquila, junto al mar. -Ofreció una sonrisa débil y conciliadora-. La pequeña Princesa Peluchita de Brenda, que en paz de
as resonaron en mi me
que es "apropiado" reemplazar a la mujer que te dio su riñón, que sacrificó to
se endu
e amaba a los animales. Siempre decía
ompiéndose-. No te atrevas a fingir que sabes lo que ella quería. No
lla resonó en el silencioso cementerio. No se inmutó, no se movió para bloquearla. Solo s
emblor de una emoción desconocida debajo de ella-. Dijo que
á de la tumba, mi madre sigue siendo una amenaza para su preciosa imagen. -Señalé la lápida del
io, extendió la man
onos a casa. Descansa un p
terrizando suavemente sobre la piedra fría. Un impulso repentino y violento se apoderó de mí. Pateé la base de la lápida. El mármol
rró de
o? ¡Detente! ¡Estás
abrigo se subió, exponiendo las tenues líneas moradas en mi muñeca donde las correas me ha
or primera vez, mostraron un de
su voz perdiendo su compostura hab
sonido seco
informes diarios? -Volví a hundir las manos en la tierra, arrancando la hierba, ignorando el dolor mientras mis uñas se ro
stro ilegible, sus ojos todavía fijos en m
dijo, su voz plana-. Solo... no
la espalda recta com
rte. No tenía pala, solo mis dedos, pero no me detendría. Se había ido. Pensaba que yo estaba más allá de la salvación, más allá de la raz
aron mientras la sacaba de la tierra. Arranqué la tapa, esparciendo el fino polvo blanco en el fresco viento de otoño. Se arremolinó, una nube fan
mi teléfono, tomé una foto rápida y borrosa de la tumba profanada y se la envié