Descubrí su testamento, fingí mi muerte
sa
y discreto. No era lujoso, solo un lugar de dos recámaras en una zona tranquila de la ciudad. No me import
he -le había dicho, con la voz r
ejandro llegaría tarde, como siempre. Le gustaba mi comida, o al menos, solía gustarle. Empecé a preparar su salmón favorito, sazonándolo justo como él prefería, glaseándolo con naranja. El aroma llenó la cocina, un olor
luego de nuevo bajo la lámpara. Lo recalenté dos, tres veces. Cada vez, una nueva
de Sofía. Se aferraba a él, dulce y empalagoso. Se me revolvió el estómago. Sentí un pavor helado instalarse en mi pecho, confirmando cada s
os, apestando a alcohol. Apenas se percató de mi pr
gar a la esposa abnegada otra
uesta. Mi mirada cayó sobre su mano izquierda. Su dedo anular estaba desnudo. Completamente. Sin mar
ible. Se detuvo, con un pie en el primer esca
, mi voz ganando fuerza-. Están en
tes, un sonido os
do»? -Se burló-. Y yo que pensaba que todavía estaba vivo. -Vol
llenando el aire, a pesar de mi evidente
s estar agradecida de que siquiera te mirara. -Exhaló una bocanada de humo, observándola disiparse-. El testamento, como tan delicadamente lo pones,
a doctora, la imagen saludable de mi bebé en la pantalla. Mi mano fue instintivamente a mi vientre
fuga. Lo saqué de los restos del coche, ignoré las súplicas de mi familia de dejarlo a las autoridades y me quedé a su lado durante semanas d
estado cargada de emoción,
haré la mujer más feliz del mundo. Heredaré el legado de mi familia y te lo daré todo. Mi vida
oda fue un evento discreto, una ceremonia en el juzgado. Mi vestido era rentado. Mis
me lastimó la garganta. Me ardían
z apenas un susurro-. ¿Los recuerdas? ¿O ta
do, sus ojos se volvie
a a su cigarrillo, luego lo aplastó en un cenicero cercano-. En
ieron cenizas. Pensaba que todo se podía comprar. Todo tenía un p
o la palabra a salir-. No quiero nada de ti
comencé a alejarme. Su voz, ronca por
to, Elisa! ¡Te arrepent
mas para él. Solo para la chica que solía se