El Pacto Roto Por La Envidia
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y en la de nuestras vidas. Nos ofrecieron, a mi hermana gemela Estela y a mí, a los hermanos Vázquez, Marcelo y Efraín, como un sacrificio, un pacto. Parecía un cuento de ha
os hombres armados nos interceptaron a mi
mi esposo, Marcelo, una y otra v
cupado consolando a su "hermanita" adoptiv
o me molestes! Daniela es
su voz antes de que los golpes m
erme y le destrozaron la pierna con una barra de hier
, descubrí que Marcelo y su hermano estaban en una clíni
r "deshecho" a nuestro hijo a propós
virtió en una f
apeles de divorcio y me dirigí a la
s secuestradores, confesarían que la dulce
ítu
eya
cada patadita. Era nuestro futuro, una promesa que me aferraba a la esperanza de que, tal vez, nuestro matrimonio sí funcionaría. Pero esa noche, la conexió
e, mi hermana gemela, mi otra mitad. Un convoy nos interceptó. De la oscuridad salieron hombres armados, sus siluetas eran sombras
a tercera, la cuarta. Una y otra vez. Nuestro peligro, nuestra desesperación, no eran lo suficientemente importantes. No para él
n dedo. Me colgó, su voz, fría como el hielo, advirtiendo que no lo molestara. Podía escuchar la dulce v
ombre, su voz áspera, resonaron en mis oídos. Querían la tierra del norte de la ciudad. Usaron mi vida, la de Estela
ió colgando. Seguía ocupado con Daniela. El terror se convirtió en desesperación. Las patadas, los puñetazos..
, mientras el dolor me desgarraba. Lo vi, borroso, cómo se lo llevaron. La vida se me fue con él. L
ayuda? ¿Por qué no luchaste?' Sus ojos ardían, llenos de un fuego que yo había perdido. Intentó ll
cada barra de hierro que venía hacia mí. El grito de Estela. El sonido de su hu
. Las palabras de los médicos. Frías, clínicas. 'Lo siento, señorita Villa, el bebé no sobrevivió'. 'Su hermana, su pierna... es irreversibl
o podía borrar, supe lo que tenía que hacer. Marcelo y yo habíamos terminado. Le envié un mensaje, clar
n desierto. Le escribí, con los dedos temblorosos, mis
a, acusaciones y un veneno que me quemó la piel. "¡Mireya! ¿Qué mierda es esto? ¿Po
nuestro bebé para manipularlo. Su crueldad no tenía límites. É
ico' real por un mísero corte. Ella siempre era lo importante. Siempre. Escuché la voz de Daniela, melosa, detrás de él. "Marcelo, amor, ¿es
i amor, estoy bien. No te preocupes." Y luego, l
spacio vacío donde nuestro hijo debería haber crecido. El dolor me ahogó, un tsunami de pena. Los médicos me l
habíamos perdido. Mientras yacía en esa cama de hospital, la verdad se me r
e, les había quitado todo. Y ahora, ellos nos quitaban a nosotras. Cuando se dieron cuenta de que él no respondería,
i supervivencia. Fue un milagro que la Patrulla Fronteriza nos encontrara, a Estela y a mí, tiradas en la tierra, la vid
chispa fría de determinación comenzó a arder. Marcelo