El último y amargo adiós de mi corazón
NA SA
itando. El cáncer ya no era un ladrón silencioso; era un infierno, consumiéndome desde adentro hacia afuera. Cada respiración era una lucha, una
ue hacer. Tan
mblaban debajo de mí, pero me negué a caer. Tenía que ma
llante y despreocupada de Elías, la más suave y melodiosa de Débora. Era un son
estaba sentado en el regazo de Débora, un libro infantil abierto e
ó-, ¡el conejito va
ó, su rostr
el zorro! ¡El conejit
abeza, un gesto tan
razón, cariño
encontraron con los míos, y luego regresó inmediatamente a Débora y al libro. Fui una distr
obligué a avanzar, hacia el calor,
voz un poco ronca a p
a vista. Instintivamente se aferró a la mano de Débo
brazo-, ¿podemos ir al parque hoy? ¿Al qu
na muestra de cor
ro ¿quizás deberías preguntarle prim
un gesto que me atravesó más
jó, volviéndose hacia Débora-. Nunca tienes tie
io para él, para asegurarme de que nunca conociera las dificultades que yo conocí después de que nuestros padres murieran. Cada noche h
el tiempo del mundo. Mi tiempo,
nrisa, una má
lías. Ve con Déb
e, a pesar del tem
ó del regazo de Débora, agarrando su ma
ajeno al mundo que se de
pared fría, necesitando su apoyo para mantenerme en pie. La agonía física se encendió, un recordatorio brutal de mi cuerpo fallido, pero no era na