Cuando el amor muere y los recuerdos se desvanecen
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fui yo quien, en secreto, le salvó la vida con una donación de médula ósea. Y
mas", riéndose mientras m
mi abuela. También
mil millones de pesos para conseguir el dinero para su tratamiento.
zte de
me rendí. Él siempre creería las mentiras de su amante -m
e borrara cada recuerdo de él. Ahora, él está frente a mí, un hombre roto suplicando perdón,
ítu
ista de So
Cristóbal del Monte creía sobre mí. Dos policías, con rostros sombríos bajo el duro resplandor de la patrulla, estaban en mi puerta, su presencia invadiendo el aire mismo que
intermitentes como sueños rotos. La pequeña bailarina, que antes giraba con gracia, ahora era solo un torso sin cabeza, su sonrisa pintada una burla de mi propia agonía i
é demonios est
o. Estaba de pie junto a la chimenea, su traje de diseñador perfectamente p
garme? ¿Tan dese
esperanza que me quedaba. Mis mejillas ardían de vergüenza, n
anifestación física de los nudos emocionales dentro de mí. Presioné una mano contra mi abdomen, tratando de contener la herida invisible, pero fue inútil.
eñado el silencio. Por mi abuela, me decía a mí misma. Por sus facturas médicas. Había construido muros alrededor de mi corazón, ladrillo a ladrillo doloroso, para r
sus ojos desprovistos de calidez. "La viva imagen de la inocencia. N
n corte fresco, sangrando en las heridas abiertas que ya había infligido.
ndo cualquier destello de reconocimiento, cualquier indicio del hombre que una vez pensé que podr
uecas, incluso para mí. No
na, un sonido que me
vidaría que me atrapaste en esta farsa de
s, usualmente tan cautivadores,
, Sofía. Siempre
retorcida narrativa que no
de nuevo, d
favor, solo escucha.
su voz subiendo
ñarme, igual que engañaste a todos los demás para que pensaran que eres una
bra cerniéndose sobre mí, hac
les, con una expresión escalofri
entó drogarme, y cuando me negué, se p
ar hablando en serio. Mis piernas se sintieron c
vueltas, tratando de procesar la pura audacia de su mentira. ¿Cómo podía? ¿Cómo podía caer tan bajo? La traición me
na mujer de rostro seve
sitamos que n
realidad de la situación se derrumbó sobre mí, pes
ue detuviera esta locura. Mi dignidad, ya hecha jirones, sentía que estaba siendo destrozada. La vergüenza era un infier
falsa preocupación, una cruel vuelta de tuerca. "Solo lo estás
na ejecución pública,
ristóbal sacó su teléfono. Marcó rápidamente, su
de atacarme. Intentó drogarme
Él sabía cuánto significaba para mí, lo delicada que
abalancé hacia adelante, mi desesperación superando todo sentido de
or arrebatárselo, por detener las palabras que seguramente le
lorosamente, un crujido agudo resonó en la habitación silenciosa. Grité, un sollozo ahogado escapan
tóbal! ¡No hagas
tro, nublando mi visión. Mi abuela era todo lo qu
iró, sus ojos despr
Merece saber la clase de m
a burlona jugando en sus labio
vens
me dio la espalda, alejándose sin una mirada atrás, desapareciendo en las sombras de
ar una manera, cualquier manera, de advertir a mi abuela. Busqué a tientas mi propio teléfono, mis dedos torpes por
y demacrado, la noticia ya se había difundido. Corrió hacia m
¿qué pasó? La abu
e sordo contra mi ya fractu
o. Me desplomé contra la fría banca de metal, lágrimas calientes co
las palabras atascándose en mi garganta. "Le
anta sofocante, pe
ombre corpulento con ojos d
afirmaciones falsas para explotar su riqueza". Su voz era plana, acusatoria. "Y su he
físico. Cora. Mi propia hermana. Se ha
el pecho, su rostro tornándose de un alarmante tono rojo. "Sofía nunca...". J
endió sobre la delegación como buitres, sus cámaras destellan
intentó drogar a su esposo, Crist
áspera gritó, sus ojos
nista cazafortunas que atrapó a u
pero su voz se perdió en la cacofonía. Se tambaleó, su mano todavía agarrada a
amente que siempre ha estado celosa de su rela
palabras eran agujas, pinchando las heridas más profundas, retorciendo aún más el
ada por llegar a mi tía, cuyo rostro ahora estaba contorsionado por la ago
po convulsionando violentamente. Sus ojos se pusier
i garganta. La vista de ella, tan frágil y rota, rompió algo dentro de mí
cruel de los reporteros. Sus flashes estallaron, iluminando la escena del colapso de mi tí
e se convirtió en sinónimo de codicia y engaño. El estrés, la humillación, la pura crueldad de todo fue demasiado para el ya frágil corazón de mi abuela. Los rostros de los médicos,