Cuando el amor muere y los recuerdos se desvanecen
ista de So
ba, el costo astronómico y las posibilidades aterradoramente bajas de supervivencia sin ella. Mis manos temblaban mientras agarraba la arrugada factura del hospital, los números borrosos a través de mis ojos llenos de lágr
de tragar, pero no tenía otra opción. La humillación era un pequeño prec
ito habitual de aduladores y parásitos, con Cora sentada en su regazo, riéndose de algo que él había dicho. Justo cuan
as, Julián. Pensó que po
ndo de mí. S
o y confidente de toda la vida, con cautela, su voz baja. "¿La donaci
chorro de agua helada. Me quedé paralizada, mi cora
, tomando un largo
aña, casi melancólica, en su rostro. "Resulta que fue solo otro de los patéticos intentos de Sofía para hacerse ver bien. Para hacerme pensar que era una h
frunció
un tiempo en esa época. Y, Cris, ¿qué hay de todas esas veces que te ayudó? ¿Los escándalos con los que casi te arruinas? ¿La forma en que te apoyó cuando todos los demás huyeron? In
a mesa, el sonido resonando brusc
un sonido áspero y sin humor. "No estoy tratando de ser justo, Julián. Estoy tratando de romper
amente porque creía que le había quitado a Cora. Pensaba que me estaba castigando, pero también se estaba castiga
luso después de todo esto, lo veo en sus ojos. Y tú... a veces, Cris
a de Cristó
ella me quitó. Cada vez que la miro, todo lo que veo es su cara intrigante, sus ojos calculadores, la forma en que me robó la felicidad". Tomó otro largo trago de whisky.
tar su sufrimiento con tanta indiferencia. La rabia que surgió en mí fue diferente a todo lo que había sentido antes. Ardía,
gó cuando todos los ojos se volvieron hacia mí. Los ojos de Cora, abiertos de par en par por la sorpresa y un toq
aje y muy poca empatía, su voz goteando veneno. "¿Todavía persiguiendo lo que no es tuyo, Sofía? ¿No s
, recordando la humillación pública de los falsos cargos de agresi
ibarme, para recordarme dónde estaba mi lug
ntrajo en su mandíbula. Se levantó, apartando suavemente
uficientes problemas por un día?". Su v
del temblor en mis manos. Le extendí la arrugada factura del hospital, mi vergüenza momentáneamente olvid
mó la factura de mi mano, su
esto es serio". Miró a Cristóbal,
actura a Julián, sus ojos
n su puño, su ira estallando. "¿Qué es esto, otro de tus planes?". Parecía olvidar la enorme sum
nadie. Ni siquiera a Cristóbal. Si lo haces, el trato se cancela y no obtienes nada*. No podía poner en peligro los mil millones de pe
dije, eligiendo mis palabras con cuidado. "El
bal se
a". Se inclinó más cerca, su voz un gruñido bajo. "A menos que... a menos que finalmente estés lista para darme algo a cambio. Algo que realmente quiero". Sus ojos me recorrieron, un bri
ltima oportunidad de mi abuela. Apreté los puños, mis uñas clavándose en mis palmas. Pero el rostro de mi abue
mago. "Los médicos me dijeron que necesito tener cuidado. No puedo estar bajo demasiad
sonido fr
as. El destino de tu abuela está en tus manos". Se dio la vuelta, descartándome tan fác
rodeando la cintura de Cristóbal con sus brazos, aferrándose a él posesivamente.
e inundó, una marea de humillación. Las palabras venenosas de su
moroso, alimentó una nueva determinación. Soportaría cualquier cosa por ella. Cua
ir, la palabra sabiend
itaba, y una náusea sorda y constante me revolvía el estómago. Agarré el volante con tanta fuerza que mis nudillos se pusieron blancos, tratando de concentrarme en la carretera, tratando de
arradora, como si algo se estuviera rompiendo dentro de mí. Mi respiración se cortó, un grito silencioso atrapado en mi garganta. Presioné mi mano contra mi estómago, tratando
ándome con asco. "¿Estás tratando
ora, la necesidad desesperada de que se detuviera. No, ahora no. Por favor, ahora no. Orillé el coche, mis manos temblando inco
itó Cora, su voz estridente, tirando
or. Mis ojos se pusieron en blanco, incapaces de enfocar. El mundo giraba, un vertiginoso caleidoscopio de d
¿Qué te
hosamente a preocupación, atravesó la neblina de dolo
! ¡Cont
traño e inquietante que nunca antes le