De las cenizas: El regreso de la esposa indeseada
lo había oscuridad, el hedor a cerveza rancia, las manos brutales y la finalidad desgarradora de mi propia desesperación. Me usaron, me rompi
unos metros de distancia, su rostro una máscara de disgusto no disimulado, como si yo fuera algo inm
traumatizada. Comprometida.
sus ojos abiertos con una especie de horror morboso y teatral. Llevaba una
e piedad en su expresión fue instantáneamente reemplazado por la repulsión. El mismo asco que había visto en el rostro de su emple
hombres. "Llévenla de vuelt
a Fabiola, su brazo un escudo protector a su alrededor, susu
na hora, frotando mi piel hasta dejarla en carne viva, tratando de lavar la suciedad, e
erando en mi habitación. La habitación había sido pu
. Paseaba por la habitación, pasándose una mano por su perf
voz una cosa muerta.
tan vulgar", espetó. "¡Lo que pasó es tu culpa! Si no hubieras sido tan difícil, t
finalmente rompió mi shock. Una rabia volcánica,
stiste como tu puta y me serviste en bandeja para salvarla! ¡Me dejaste allí p
üenza, cruzó su rostro. Sabía
de pesos, con tu reputación de filántropo, fingiendo ser un santo, pero eres un monstruo. Eres la criatura más vil e hipócrita que
abía visto este lado de mí. La consultora se había ido. La esposa amoro
abitación, incapaz de enfrentar
nte tomé cada botella de champú, cada acondicionador, cada crema y loción cara que él me había comprado y las vacié por el desagüe
extraña sensación de paz. El amor se había ido. La esperanza se había ido. Pero en su lugar, algo