De las cenizas: El regreso de la esposa indeseada
completamente dementes, que por un momento pensé que había oíd
jos estaban fijos en Fabiola, que gemía en el suelo. "Verán salir el coche. Pensarán que es Fabiola in
e seguirán, Javier! Esos
o si espantara una mosca. "Solo te re
l suelo, una pieza de teatro perfectamente sincronizada
ando su arma resonó en la habitación sil
e un látigo. Agarró un abrigo del armario, el abrigo de Fabio
ella. Un blanco móvil c
pliqué, mi cuerpo tembl
a centímetros del mío. "Harás esto", gruñó, sus ojos ardi
acia la pue
iola alrededor de la cabeza y me puse su abrigo, el olor de su perfume una nube s
que el motor del Bentley rugió, una camioneta negra frenó en seco frente
he, sus manos áspe
la cabeza. "No es la zorra de los Valencia". Se comunicó por radio con
ron una sentencia de muerte. "¿Quiere jugar? Bien. Llévensela. Tiene una h
alto. Una luz estaba encendida. Imaginé a Javier allí, abrazando a una aterrorizada Fabiola,
es y volátiles. Me llevaron a un almacén abandonado junto a los muelle
o. "Se te acabó la hora, De la Torre. El precio acaba de duplicarse". Se rió, un sonido
ier. "Páguenles", dijo la voz de Javier, tensa de frustración. "S
entras yo estaba sentada allí, at
n, sus humores empeorando con cada botella vacía. Sus ojos comenzaro
ito un pequeño... incentivo", balbuc
"Por favor, no". Miré al líder, mis ojos
otro largo trago de su petaca. Las manos del hombre est
ado y sin esperanza. "¡J
. Uno de ellos levantó su teléfono, mostrándome una transmisión de notici
rescatado con éxito a su compañera, Fabiola Valencia, de una situación de rehenes. Se le ve aqu
raba. Le besaba la frente, su rostro una máscara de profundo alivio y amor. No solo había estado organizando la transferencia. Habí
ensible. Dejé de luchar. Cerré los ojos y dejé que la oscuridad me reclamara, mi