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Destinos errantes

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Capítulo 1 Coincidencias del destino

Palabras:1806    |    Actualizado en: 29/10/2025

ro D

ntó el taxista del aeropuerto, co

lles; mi apellido hablaba por sí solo. Mi padre era un nombre conocido en la ciudad, propietario de una fábrica

hubiese instalado en mi pecho. Si hubiese sido por mí, nunca habría regresado, pero mi padre fue insistente. Me recordó, una y otra vez

mi padre cometió el descaro de llevar a casa a una mujer que pronto se convirtió en su esposa. El rencor todavía me quemaba por dent

una mujer cariñosa y entregada. Su ausencia era una herida que nunca te

l ser mayor, no podía evitar pensar que su relación había comenzado mucho antes. Ese pensamiento me corroía por dentro. Fue por ella que l

ecuerdo cómo sus mejillas se sonrojaban con el frío, haciendo que su piel pareciera más pálida y etérea. Inspiré hondo, inten

milia. Luego me mudé a Berkeley para estudiar negocios internacionales en la Universidad de California. Aquellos fueron buenos tiempos: fiestas de la fa

a era de mi padre. Todo lo que teníamos pertenecía a mi madre. Cuando se casaron, él era apenas un empleado más en la empresa de mi abuelo. Pero cuando surgí

Emilia estaba de novia con el hijo de uno de los magnates más ricos del país. Irónicamente, ese hom

aprendido en mi vida era que las coincidencias no

echo me pertenece. Necesitaba descubrir cuáles eran las

o había mucho alrededor, y el acceso era únicamente por auto. Ahora, diez años después, todo había cambiado. Nuevo

rco de acceso al fraccionamiento, con letras imponentes que leían: "El Campanario".

que parecía más fría y ajena de lo que recordaba. Toqué el timbre, y el ama de llaves apareció al otro lad

uno de ellos impregnado de la presencia de mi madre. Todo parecía tan

miana Torres, mi madrastra, me observaba con su eterna sonrisa fingida. Su tono era cálido, pero sus pal

estoy aquí -respondí con un tono de

rá encantado -replicó, acercándose para darme

nta y tantos, aunque las cirugías y tratamientos caros le ayudaban a aparentar menos. Su melena castaña clara, siempre perfectamente arreglada, y sus facciones afiladas eran un recordatorio constante de su obsesión por ma

nuina que contrastaba con la frialdad de Damiana. Me dio un abrazo que, aunque torpe, llevaba la carga de los años

nitivo y que estaba dispuesto a quedarme para apoyarlo en la empresa familiar. Su r

e con una sonrisa de satisfacción. Luego, con tono serio, c

no de los principales proveedores de asientos para autos, e Industrias Cazares se encargaba de armar el interior de varios modelos. En los últimos años, esa

ue aceptara al hijo de Ernesto, pero al final cedió. Aun así, necesito que estés atento. Tal vez, s

e a Emilia, pero no porque quisiera ayudar a mi padre. Había

.

nto de lo que había hecho en los últimos años de su vida. Quedamos a las diez en un bar famoso de la ciudad. Apenas eran las nueve, pero después de la plática con mi p

hisky. Mientras lo traían, observé a mi alrededor. Fue entonces cuando la vi. Aquella chica de piel pálida y cabello teñido de un rojo intenso. Sus labios, del mismo color, destacaban de una forma irresi

ió el saludo con una tierna sonrisa, supe que tenía que acercarme. Bajé de la silla con paso

gunté, posando la mira

la. Luego añadió-:

aunque el recuerdo de su rostro era vago. No, no podía ser, porque Damiana jamás permitiría

asta su codo. Pronto me di cuenta de que había sido un completo estúpido al inventar ese nombre. Emmanuel era casi idéntico al suyo, aunque no planeaba decirle el verd

sola? -

. ¿

sto sería más fáci

elleza de una hermosa dama -dije, notando cómo mis palabras intencionadas lograron el efe

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