El Hijo del CEO
a, y Alejandro, como ya era costumbre, no estaba en casa. La distancia e
l único en quien sentía que podía confiar con ciertos límites; aunque su relaci
lemente limpio, pero sin rastro de vida. Alejandro había insistido en no tener empleadas domésticas fijas; Decía que podía esparcir rumo
ta para que ella subiera. Vanesa, tras ajustarse en el asie
era de la ciudad, por favor -le pidió, su tono
de captar una imagen que alimentara rumores sobre la vida de Alejandro y ella,
el lugar era inusual para una mujer de su clase, que normalmente enviaría a alguien a comprar en su nombr
sitadas. La ciudad comenzaba a difuminarse y el campo, amplio y libre, se desplegaba frente a ellos. Vanesa, desp
dro. Quiero algo de privacidad donde los medios no tengan acceso a qué hago, y
retrovisor, con una lige
esite, para eso estoy -instó con cortesía, pe
os segundos an
das, podrías dejarme y
s privados, pero por primera vez le pareció ver en los ojos de Vanesa un anhelo d
rada principal del centro comercial
e dijo, mientras ella as
bullicio del centro comercial. Mantuvo su caminar pausado, observando las vitrinas sin deten
s, pudo escoger un vestido azul, le quedaba como creía que A
olgaban diminutos cuerpos, pequeños conjuntos de colores suaves, y zapatos que cabían en la palma de su mano. Su corazón latió más fuerte al v
las cosas, una pequeña cajita de medias llamó su atención: eran tan diminutas, tan suaves, que no pudo evitar imaginarse un par de pies pequeñitos llenándolas. Al acariciar las me
acompañaba. Guardó el paquete con cuidado en su bolso y decidió distraerse comiendo un cono de h
e de Roger acercándose. Él la esperaba con un
scar ? -le preguntó, ayudándola
e ofrecía la multitud, el no tener reporteros a s
tod
lo que llevaba en su bolso. Él la miró de reojo, notando una sonrisa serena en su rostro, pero
ola, y casi corrió hacia su habitación, deseando guardar la pequeña media de bebé en un lugar especial. Era el primer objet
la tarde, y tenía el cabello rizado, lleno de volumen. Sus ojos, oscuros y profundos, la miraban con una seguridad que casi rozaba el descaro. Parecía cómoda, como si la espera en aquel sofá fuera natural para ell