Su Amor de Reemplazo, Una Verdad Fatal
ista de Cl
poder en el corazón de la ciudad. Regresé al lugar que una vez llamé hogar, el peso de mi diagnóstico oprimiéndome a
on el hijo adolescente de Catalina, Leo. La escena era nauseabundamente doméstica. Las risas resonab
e de terciopelo como una reina en su tr
le a Leo un vaso de jugo. Ha
osición de mi servidumbre, envió una sac
, frunciendo el ceño con m
a oíst
ído el jugo, y luego me habría traído un vaso a mí también, sus ojos arrugándose en las comi
os. Serví el jugo, mis manos temblando ligeramente, y lo llevé de vuelta a la sala. Leo lo tomó sin una pa
voz apenas un susurro-. V
ojos sin apartarse de los bloques de juguete. Los apilaba con la misma
. Catalina se había movido en la chaise longue, y un pájaro decorativo de por
oltando sus bloques y
un instante, su rostro un
a, ¿está
amente. La fuerza inesperada me hizo tropezar hacia atrás. Mi pie s
e otro trozo del pájaro de porcelana destrozado. Un dolor agudo y punzante me
fue un latigazo de furia-. ¿No puedes evitar caus
ncertada. ¿Yo
abiertos con lágrimas falsas mientras se agarraba el brazo, donde
accidente -su voz era un susurro frágil,
ndo sus protestas. Me lanzó una mirada de puro asc
Leo siguiéndolos ansi
nte me levanté, mi cuerpo adolorido, y fui al baño a limpiar la herida yo misma. El corte era profundo, feo y sangraba profu
que él me estaba enseñando a montar. Había limpiado la herida con tanto cuidado, su toque ligero como una pluma. "Siempre e
bre que había prometido protegerme era
actividad. Las criadas llegaron a mi habitación cargando cajas de diseñadores cuyos nombres solo conocía por las revis
ió. Esto se sentía como un
, mi voz ronca-. Po
ro. Su voz era más suave de lo que había sido en me
ontó lo que pasó. No te culp
dio un pequeño aleteo de esp
envenida que daremos para ella esta noche. Qui
o. Por supuesto. No se trataba de mí. Se trata
amarga toc
a
ó, su tono volviendo a ser d
l vestido, una hermosa co
na fiesta a la que no pertenecía. El vestido, una talla demasiado grande, colgaba torpemente de mi cuerpo adelgazado. Me senté en u
taba a su lado, su mano en la parte baja de su espalda, sus ojos llenos de una
. Una sonrisa lenta y deliberada se extendió por su rostro. Le susurró
voz goteando una dulzura fals
mi pierna herida. Tomó mi mano, su agarre sorprendentemente fuerte, y me arr
ar con Alejandro todos estos años. Me dijo cuánto lo cuidaste. -Tomó una pequeña y exquisitamente decorada rebanad
eló la
ng
cho que Alejandro conocía mejor que nadie. U
s después de comer accidentalmente una ensalada de frutas que contenía un solo trozo de mango. Me había sostenido la mano tod
stello de algo en sus ojos: va
hizo un puchero, su l
ta? Me esforcé tanto po
suficiente. El rostro de Alejandro se endureció,
peligrosa-. Catalina se to
necesitaba proteger. Era un obstáculo, una vergüenza, una m
de pedazos. Los últimos vestigios de
ientras alcanzaba el tenedor. Si esto era lo que él qu
e el pastel a los labios, un pequeño b
vino corriendo hacia nosotros, su rostro ar