La Furia de la Esposa, la Dinastía en Cenizas
ista de Iv
ndo como diamantes esparcidos abajo. Los papeles del divorcio yacían sobre la mesa de caoba pulida, sin firm
de la vida que habíamos construido. Había esperado una pelea, una negociación,
de Hernán. La dirección del remitente era un apartado postal genérico. Mis manos estaban firmes
regazo, con la cabeza apoyada en su pecho. Él sonreía. No su sonrisa pública y calculada, sino una sonrisa genuina y suave que le
nota, escrita con una cali
tás vieja y no puedes darle lo que necesi
fía. Una imagen diminuta y granula
en, una furia fría y metódica creciendo dentro de mí. No so
dor-. Encuéntrala. No me importa l
jado era Keyla Espinoza. La ironía era tan densa que resultaba nauseabunda. Había
es? Bien. Le daría una razón para hacerlo. Le qui
enatal. Mis hombres eran profesionales. La metieron en u
ciudad. Un lugar donde habíamos cerrado muchos tratos y terminado muchas vidas. El cielo era del color del plomo, un gris pesado
metros sobre el agua helada y revuelta de un canal. Estaba aterrorizada, su rostro pálido y sur
, su voz delgada contra el viento
gnorándola. Encendí un cigarrillo,
calma, exhalando una bocanada de
en el arnés-. ¡Llevo a su hijo! ¡Ahora yo soy su fami
era una carta de triunfo en nuestro mundo. No tenía idea de l
eco a la entrada del muelle. Salió, su rostro una nube de furi
de Dios! -rugió, camin
calada a mi
la los documentos del divorcio que Lázaro había c
-gritó, deteniéndose
Tú fuiste quien me enseñó. Presión.
aba histéric
¡Ayúdame
hijo que debería haber sido nuestro. El futuro
un susurro-. Dijo que me estabas desechando. ¿Es eso lo
íbula apretada y las manos cerradas en puños. Su
queños y afilados perdigones de
mi voz plana y desprovista de emoci
diendo de un hilo. El hombre que había amado durante dos décadas me miraba co