La Furia de la Esposa, la Dinastía en Cenizas
ista de Iv
te de hielo. Los sollozos de Keyla eran llevados por el viento, súplica
o un paso más cerca, sus ojos ardiendo con un fuego frío que no había visto dir
ra de la pequeña y afilada navaja que siempre llevaba atada al muslo-. Trajiste a t
lado de su cuello, justo sobre la palpitante arteria carótida. Ni siquiera se inmut
carmesí perfecta contra su piel. Rodó por su cuello, un rastro rojo intenso cont
¿Recuerdas a los hermanos que perdimos? ¿La sangre que derramamos? ¿A nuestro hijo? -Mi
los míos, y en sus profundidades, vi un destello del hombre q
a un movimiento calculado, un intento de llegar a la mujer q
iré, presionando la hoj
sino con una autoridad cansada-.
o permanente de la emboscada que se había llevado a nuestro hijo. Recordé a Hernán, después del ataque, obligándome a comer, cucharada a cucharada, cuando había perdido las ganas de
a me
tálico sobre el concreto húmedo del muelle. Mi fuerza se había
Pasó a mi lado, su atención
-le gritó-. Esto
o solo negué con la cabeza, dándoles un ligero asentimiento de permiso. Había p
yla se lanzó a los brazos de Hernán, sollozando histéricamente. Él
su rostro una máscara de
alándome con un dedo tembloroso-. ¡Me duele el estóm
nte hacia mí, su expresión endurecié
extraña y fría calma se apoderó de sus
uave pero firme-. Es solo
ulidad. Incluso yo estaba atónita por su crueldad casu
e tenía al rey, cuando en realidad, solo era otra pieza en el tablero de Hernán. Pensaba que un hijo era su corona, s
jos se pusieron en blanco y se desplomó
su mirada indescifrable. Pasó a mi lado sin decir otra palabra, los papeles del divorcio en la caja revoloteando
ino porque no podía permitírselo. Una reina, i
una foto. El pequeño relicario de plata que había mandado a hacer para nuestro hijo, el que guardaba en una caja conmem
. Dijo que era hora de dejar ir el