La Furia de la Esposa, la Dinastía en Cenizas
o hijo, encontré a mi esposo en nuestra
llamaba "contaminada" por el trauma que mató a nuestro hijo, confesando
ueva dinastía; yo decidí asistir a
ítu
ista de Iv
alles lluviosas de Monterrey, cuando no éramos más que unos chavos con el estómago vacío y los puños llenos de ambición. Así que cuando el teléfono de
amos con nuestro primer millón limpio. Era nuestro santuario, el terreno sagrado y silencioso donde nos permitíamos llorar por el hijo que nunca pudimos abrazar. Encendíamos u
incluso en el silencio sofocante de nuestra pérdida
o de hielo se formó en la boca de mi estómago. Para el mediodía, sin noticias de él, el hielo comenz
e e irregular. Se desplomó sobre mí, su sangre caliente contra mi mejilla, y susurró: "Estoy aquí, Iva. Siempre estoy aquí". Y lo había estado. Durante veinte
plemente..
voz peligrosamente calmada-. Ras
o vaci
dido,
spués. La sangre se me heló. Esta
anqueaban mi coche. Sabían sin necesidad de preguntar. Sabían qué día era y conocían la mirada en mis ojos. Era la misma mirada que poní
erca del porche. Pero había otro coche, un Tsuru viejo y destartalado, estacionado a su lado. Estaba
lido, mordiendo mi piel expuesta. A través del gran ventanal,
pequeña, con el pelo oscuro cayendo en una cascada desordenada por su espalda. Llevaba una de sus camisas, la de cachemira gr
. Era la misma forma en que solía tocarme cuando pensaba que estaba dormida. Un gesto tierno y posesivo que s
ro y aéreo que me taladró los oídos.
eniza. Esto no era una simple traición. Era una profanación. L
os construido junto al agua. Era una simple piedra plana grabada con un solo nombre: León. Nuestro León. A su lado había un pequeño caballito de mad
gris. Luego volví a mirar hacia la ventana, a mi esp
. Se hizo añicos contra el suelo helado, la madera crujiendo con un sonido como el de u
tro una máscara de sorpresa que rápidamente se endureció en algo frío y calculador. La chica, Keyla, se asomó por detrás de él, con los ojos muy a
tas, con las manos en sus armas, formando u
a los pedazos rotos del caballito de madera. Un destello de
on voz uniforme-
voz era algo bajo y peligroso. Señalé con la barbilla a la
tan frágil. Se parecía a como yo era antes, antes de que
rotector que retorció algo dentro de mí, un dolor sordo
tentó, la línea más viej
lloramos a nuestro hijo. Dejaste que usara tu camisa en la casa que
estratega, el que podía ver diez movimientos por delante. Per
-dijo, como si
tra casa. En este día. -Di otro paso, mis ojos fijos en los suyos-. Tien
el último fragmento de mi corazón en mil pedazos. Le susurró al
voz plana-.
e inclinó. Dejó de
to ahora. Frente a mis hombres. F
espalda, al hombre que una vez robó pan para mí porque me moría de hambre, al hombre que me
e helado. Me volví hacia mis hombres. Mi voz era c
ráp