Mi matrimonio perfecto, su secreto mortal
e la Cruz. Creía que nuestro matrimonio era un cuento de hadas, y la cena de bienvenid
na mujer hermosa y desquiciada, irrumpió en la fi
a en los ojos de mi esposo. Acunó a su atacante, susurr
emp
ía copiado. Observó cómo me arrojó a una jaula con perros hambrientos, sabiendo que era mi miedo más profundo. Dejó que me
plicando ayuda mientras un grupo d
na de un segundo piso. Mientras corría, sangrando
fono-. Quiero el divorcio. Y qu
don nadie. No tenían idea de que acababan de
ítu
Elizon
n una emoción que no fuera una educada indiferencia, el
finalmente lo había convencido de que me dejara hacer una pasantía en su empresa. Quería sentirme más que un simple accesorio hermoso en su brazo, una esposa es
mo entrar en una
s volátil que había visto en mi vida. Entró furiosa en el comedor privado, su vestido rojo era como un corte de color cont
un gruñido bajo, cargado de incredulidad y desprecio.
se calentaban, mi mano instintivamente se apretó alrededor de la de Alejandro debajo de
él, con una voz peligrosame
quiera que estés tú, Alejandro, lo sabes. Y eliges estar aquí, con.
agarrando el cuello
ica insípida y de ojos grandes que se parece un poco a mí y
abello oscuro, la misma mandíbula afilada. Pero sus rasgos eran duros, afilados, mientra
jandro, con la voz tensa mientras in
ellos. Era una energía tóxica que absorbía todo el aire de la habitación. No estaba miran
rro venenoso que solo él y yo podíamos oír-. Prometiste
bía sostenido mi cara entre sus manos, sus ojos sinceros, y me había dicho que yo era la única qu
pero solo para agarrar el c
rrastrando las palabras
on una extraña e indescifrable expresión en
y se hundió en la carne de su antebrazo. La sangre brotó,
ón. Me puse de pie de un salto, mi sill
ejan
taban fijos en Diana, y en ellos, lo vi. Un destello de algo oscuro y posesivo. Una
lla. Era la respuesta a una pregunta que no había oído, l
n un estrépito. Las lágrimas corrían por su rostro, mezclándose con su rímel corrido. Se arrojó
a su cabello, su barbilla descansaba sobre la coronilla de ella. El CEO frío y despiadado que yo
miraban, sus rostros una mezcla de conmoción y lástima incómoda. Sus ojos iban del hombre san
ró alguien de una mesa ce
lmente se parece a una Diana Cantú más joven. Su
uiera sabía que estaba jugando. Mi estómago se revolvió y una oleada de náuseas me invadió. Mi cuerpo
emente a Diana hacia atrás, sosteniéndola por los h
Diana. Yo me e
hacia su
a casa
se desvaneció, reemplazada por la máscara fría y distante con la que yo estaba tan familiariz
? -preguntó, su ton
Sentía la gargan
és, mi propio teléfono vibró sobre
ana es... complicada. Yo me encargo.
or de una Diana llorosa, guiándola suavemente hacia la salida. N
tima oprimiéndome. Intenté llamarlo. La primera vez, sonó hasta que saltó
brillante y carismático magnate de la tecnología que había conquistado a una simple estudiante universitaria. Me había perseguido con una intensidad decidida que
io en otro estado solo para estar en Monterrey, solo para estar
promesa susurrada, cada gran gesto. No era para mí. Era una actuación.
era el e
ez fue un símbolo de nuestra nueva vida juntos, ahora se sentía como una jaula dorada. Cada foto nuestra sonriendo
rometiste. Prometiste que esperarías.* Y la resp
ndo en el silencio. Fui a su oficina, un lugar al que rara vez entraba. Era elegante y minimalista, como él. Pero una puerta siempre estaba c
rtas en su escritorio y lo metí en la cerradura. Giré y empujé, impu
rta se
e de una mujer. No mi perfume. Era un aroma rico y embriagador de n
era una oficina.
cámara. Diana en un yate, con el pelo al viento. Diana y Alejandro, sus rostros juntos, sus ojos encendidos con un fuego
rto, un relicario de plata. Sobre el escritorio, una pila de cartas atadas co
ando peleamos, incluso cuando te
mi cuerpo temblando. Me puse de pie de nuevo, un impulso salvaje y destructivo surgiendo dentro de m
, sobresaltándom
voz era tranquila, controlada
egunté, mi propia
nsecuencias de esta noche -dijo ev
a ceniza-. Por favor. Estoy... estoy asustada. -Era una prueb
e oír su vacilación. Casi podía
ijo finalmente, y su voz fue pl
o, no te
casa por
Un suspiro femenino y débil d
ea se
a. No era solo un suspiro. Era el sonido sat
, y una resolución fría y dura reemplazó el desamor. Agarré el óleo de Diana, su marco pesado en mis manos. Con un
ón en su juego. No
a guerra? L
teclear. Me desplacé hasta un número que no había llamado en
con la voz quebrada-,
lencio, y luego su vo
ué pasa? ¿Q
palabras finalmente liberándose-.
su voz, oí la promesa de re
Y Alejandro de la Cruz no tenía idea
-