El Beso de la Serpiente: La Venganza de una Esposa
udo y punzante en el cos
sobre mí, con una sonr
gía fue un éxito. Sus lesiones no era
tir
almohada blanca, y apreté la del
gunté, mi voz u
a gota de sudor le resbaló por la sien. Recordó
Garza? Simplemente col
y amarga escap
pital en cuanto salga de aquí. Y cuando muestre una costilla faltante, mi abogado no solo lo
para salir de la cama, un farol pa
r entró
ita Garza, no se levante!
sus manos revolote
i elección. El señor De la Torre, me obligó. Amenazó con llevar a la qu
sentía qu
rían, todo por una mujer que ni siquiera era parte de
e mi vida pasada se había ido. Había s
en su lugar estaba h
, mi voz desprovista de piedad-. Enfrentará las cons
o, la puerta de mi
entraron, sus rostros con
los esta
na fina cadena de plata, colgaba un p
osti
la. La prueba de su crueld
alvaje y desquiciado que hizo
aso adelante-. No le hagas pasar un mal
endió la mano para tomar la mía.
tiago se frunc
aciendo un berrin
afilada y peligr
Santiago? ¿Todavía juegas e
cia de parec
estás h
tal mientras señalaba con un dedo tembloroso el col
riosa al doctor acobardado. La máscara había desapareci
l, despectivo-. Es solo un hueso. No es
na niña tonta quejándos
añadió, como si un bolso nuevo pudie
ho se
é no le quitaste una de sus costillas, S
iras? ¿Una sentencia de muerte? ¿U
Santiago se
Sofía. Ximena nunca s
Era el cuchillo que siempre usaba,
ezquina. Fui mezquina al dejar que se mudara a nuestra casa. ¡Fui mez
z se
as, Santiago? ¿Verme a
ndescifrable en sus ojos. Parecía genu
comenzó a extenderse hac
mena lo
r de los de él, su rostro un
o aceptado -susurró-. Si hace ta
él, su atención volvien
z plana-. Pero ella dej
adelante. Ignorando el dolor abrasador en mi costado, aga
como si la hub
n al instante, sus cuerpos f
ián, su rostro contorsion
na tormenta. Avanzó hacia m
tación-. ¡Estás celosa de que nos preocupemos por ella! ¡Siempre
, su agarre como un
Sofía. Deja de
ferraba el col
staba celosa.
. La chica que creía sus mentiras, que
mal. Cada protesta era un berrinche
su rostro a centímetros del mío. S
a de las dos -siseó, su voz un susurro
fueron un g
o, sus dedos rozando los míos.
uego de nuevo a mí, con una
e ti debería ser un honor, So