Venganza: La Caída del Magnate
Sus manos estaban sudorosas mientras miraba a Damián,
, su voz quebrándose-. Era de mi mad
rio, los recuerdos ligados a él, la forma
-Oh, Valeria, siempre tan sentimental. Es solo un trozo de plata. ¿Estás seg
a Damián. -Puedo comprarlo yo misma, por
muñeca, Karina levant
esos -anunció, su
án, sus ojos suplicantes. -Damián, haré cualquier cosa. Nu
mián. "Nunca volveré a pedir nada". ¿Cuántas veces hemos oí
desvió del rostro desesperado de Valeria al so
te, apartó los dedos
-dijo, su voz peligrosamente baja
tente levantó inmediatamente su paleta. Las ofertas aumentaron rápidament
epresentante d
y desesperada. -No hice nada malo -susurró, con l
z como una cuchilla-. Di una
llevó el relicario a su mesa en una caja de terc
lló, lanzando una mira
del relicario. Sus labios estaba
cia. -Toma, Valeria -dijo dulcemente-. ¿Por qué n
cesidad desesperada y dolorosa de tocar el reli
na se aflojó. "Accidentalmente" dejó caer el relicario. Cayó al suelo
pedazos rotos, su corazón haciéndose añicos
pudiste ser tan torpe? ¡Rompi
, comenzó a recoger los diminutos pedazos rotos de la memoria de su madre. Un borde afilado le c
na máscara de frío disgusto. -Deja de ha
u mano. La combinación de hambre, dolor y desamor fue demasiado. Su visi
mero que vio fue a Karina, sentada en una silla junto a la cama. Acurrucado a sus pies h
su voz ronca. Milo era su gato, un pequeño calicó que había rescatad
arició la cabeza del Dóberman-. Fue a elegir un nuevo regalo
ia de nuevo. Su vida, su dolor, sig
tinuó Karina, señalando un tazón en la mesita de noche-.
en el rostro de Karina. Supo, con una certeza
Valeria, sujetándola mientras Karina recogía el tazón caliente. Le forzaron
iente quemándole la boca y el pecho. El D
conversacionalmente-. Es muy bueno atra
ló. Miró a Karina, una sos
o el brazo de Karina, sus uñas clavándo
ara revelar al monstruo que había debajo. -¡Suéltame, perra! -c