Familia Rota: El Reencuentro de Almas
o el sonido de golpe. Escuché gritos ahogados y el murmullo asustado de los invitados. La
n. Su rostro pasó de la molestia a la incredulidad, y luego al pánico, cuando vio a Cuauhtémoc y a lo
n mi casa?" gritó, tratando de sona
en mi ventana. Nuestros ojos se encontraron. No había enojo en su mirada, solo una profunda y antigua
. Corrí hacia la puerta de la habitación y
¡Estoy aquí! ¡S
eza del mariachi giró bruscamente hacia mi venta
cállate!"
. Cuauhtémoc dio
era fuerte, retumbó en todo el jardín. Tenía el peso de l
soltó una ri
es mi prometida. Se
rró a su brazo,
go miedo. Écha
rtaban de los hombres de mi pueblo. Sabía que no eran maton
nte. Sin decir una palabra, entraron en la casa. Escuché un golpe seco y
. Dos guerreros de mi pueblo est
de volver a casa,"
riendo por mis mejillas. Pero no eran
nvitados se habían arrinconado contra la pared, asustados. El mariachi estaba parado e
a él, con Cuauh
oz para que solo yo lo oyera. "Te lo ruego. Te p
salió desde el fond
tera. Te di mis hijos. ¿Y qu
e quedó sin palabras.
que su llanto te molestaba mientras
fuerte, resonando e
orque decías que era demasiado déb
erca, mis ojos f
su cuna, y ni siquiera tuviste la
tropezando con
rirme en la oscuridad, alimentándome como a un animal,
pecho ardiendo. Todo el veneno, todo el dolor
ada. Pero yo sí. Yo recuerdo cada grito, cada lágrima, cada segundo de agonía. El re
e su rostro. Estaba empezando a recordar. Fragmentos, imágenes, sensacion
uede ser..."
lta, dándole
émoc, vá
otectora en mi hombro. Empeza
Xochitl,
lo interceptaron, sujetándolo por los brazos. Luchó contra ellos,
¡Ella es mía
rió a su lad
paz! ¡Llamaré
hasta ahora, se acercó a ella. Su rostro estaba arrugado como la c
"Tú también hueles a mentira. El mal que
etrocediendo como si
n alto. Al cruzar el umbral de esa casa, sentí com
ba l
ostro. El aire de la ciudad ya no me parecí
nos alejábamos por la calle. Sus pasos silenciosos eran el único sonido
ido de pura agonía, el grito de un alma que se da cuenta de que lo ha perd
o sentí ni una
ca más dulce que habí