mnas de mármol blanco y los jardines, que se extendían como un oasis a lo lejos, parecían perfectamente cuidados, como si se tratara de una obra de arte inalcanzable. Miur
onocido por su éxito, era algo completamente diferente. Miurel había escuchado los rumores: el CEO de Davis Corp. era un hombre de hielo, eficiente en su trabajo, pero emocionalmente inaccesible, un h
ante ella. Llevaba un traje oscuro que le ajustaba perfectamente, pero su rostro estaba marcado por una expresión impasible. Aquel debía ser Angel Davis, sin dud
e no invitaba a la conversación, per
ntes de contestar. No quería parecer nerviosa, aun
ecibirme, señor Davis -res
y la sensación de frialdad de su saludo hizo que Miurel se sintiera aún más pequeña. Era como si tod
ente, apartándose p
: techos altos, paredes adornadas con obras de arte caras y muebles impecables. El lujo era evidente, pero lo que realmente llamó la atención de
por un pasillo largo y luminoso-. Como ya sabes, soy muy estrict
orientación en su entrevista, pero poco más. No obstante, se sentía preparada. Había cuidado a otros niños antes
y su voz sonaba un poco más firme,
ue de la tarde entraba por las cortinas abiertas, iluminando una cuna de madera oscura y perfectamente ordenada. En ella, el bebé Alex estaba dormido, su pequeño ros
primera vez que veía a Alex en persona, y algo en su pequeño ser la conmovió de inmediato. Sus ojos, aunque cerrados, parecían tan llenos de
rta-. Pero también muy sensible. No quiero que le hagas sentir tu
ado tan enigmático como su presencia. Y ahora, ella sería quien lo cuidara. No solo como niñera, sino como una figura que podría ser vital en su vida. Pero por alguna razón, sentía
gel con una determinación que ni
uerta, con las manos en los bolsillos de su traje. Observaba a Miurel
no es solo cuidar a un niño. Es cuidar lo más valioso
ilidad oculta. A pesar de su frialdad exterior, había algo en Angel que no podía esconderse. Y Miurel, aunque no entendía bien
ave que antes-. Haré todo lo posibl
como respuesta. Luego, dio media vuelta y salió d
sus ojos se abrieron, encontrando los de Miurel. No lloró, ni se mostró incómodo. Solo la miró, sus ojos grandes y curiosos, como si estuviera observando u
r completo la mansión, el frío de su padre, y todo lo que había dejad
enzó su n